martes, 7 de diciembre de 2010

Para pensar unos minutos

Las cosas no son necesariamente, naturalmente, como se plantea en lo cotidiano desde el aquí y el ahora. Formamos parte de una sociedad capitalista de predominio masculino, urbana, en etapa de consumo, y dependiente culturalmente de unos medios de comunicación de masas subordinados al imperialismo. El personaje normal, si la sociedad fuera otra, no tendría que ser necesariamente un varón, cabeza de familia, asalariado, con una mujer que cocina y cuida de la ropa, y con un televisor que pasa telefilmes norteamericanos.

El hombre empleado, trabajador asalariado, padre de familia, señor, don, hombre, etc., queda, en su nombre, condicionado por una red de relaciones sociales que lo hacen llamar de distintas maneras, más allá de que sea la misma persona.

Pero estas costumbres que se ven en esa persona, desde sus actividades personales, laborales, afectos y sentimientos, no son de carácter natural, sino de condicionamientos de una sociedad que puede vislumbrarse en efectos y relaciones sobre sujetos integrantes de la misma, que nos reenvían una y otra vez, datos fundamentales de aquella sociedad.

Las cosas podrían ser –para bien y para mal- distintas. No podemos entender cómo trabajamos, consumimos, amamos, nos divertimos, nos frustramos, hacemos amistades, crecemos o envejecemos, si no partimos de la base de que podríamos hacer todo eso de muchas otras formas.

Lo que hacemos no es, sin embargo, “la vida”. Muy pocas cosas están programadas por la biología. No es preciso, evidentemente, comer, beber y dormir. Tenemos capacidad de sentir y dar placer, necesitamos afecto y valoración por parte de los otros, podemos trabajar, pensar y acumular conocimientos. Pero como se concrete, todo eso depende de las circunstancias sociales en las que somos educados, maleducados, hechos y desechos. Qué y cuántas veces y a qué hora comeremos y beberemos, cómo buscaremos o rechazáremos el afecto de los otros, qué escalas y qué valores utilizaremos para calibrar amigos y enemigos, a qué dedicaremos nuestros esfuerzos físicos y mentales, son cosas que dependen de cómo la sociedad –una sociedad que no es nunca la única posible, aunque no sean posibles todas- nos la defina, limite, estimule o proponga. La sociedad nos marca no sólo en un grado de concepto de satisfacción de las necesidades sino una forma de sentir esas necesidades y de canalizar nuestros deseos.

“Nacer, crecer, reproducirse y morir”. De acuerdo, eso hacemos. Pero ¿acaso no importa cómo y cuándo nacés, qué ganás y que perdés al crecer, por qué reproduces y de qué, y con qué humor te mueres?


Extraído del texto de Joseph Vincent Marques: “No es natural”, en "Para una sociología de la vida cotidiana". Barcelona, Anagrama, 1996.

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