miércoles, 18 de junio de 2014

Las Emociones

Una emoción es un estado afectivo que experimentamos, una reacción subjetiva al ambiente que viene acompañada de cambios orgánicos (fisiológicos y endocrinos) de origen innato, influidos por la experiencia. Las emociones tienen una función adaptativa de nuestro organismo a lo que nos rodea. Es un estado que sobreviene súbita y bruscamente, en forma de crisis más o menos violentas y más o menos pasajeras.
En el ser humano la experiencia de una emoción generalmente involucra un conjunto de cogniciones, actitudes y creencias sobre el mundo, que utilizamos para valorar una situación concreta y, por tanto, influyen en el modo en el que se percibe dicha situación.
Durante mucho tiempo las emociones han estado consideradas poco importantes y siempre se le ha dado más relevancia a la parte más racional del ser humano. Pero las emociones, al ser estados afectivos, indican estados internos personales, motivaciones, deseos, necesidades e incluso objetivos. De todas formas, es difícil saber a partir de la emoción cual será la conducta futura del individuo, aunque nos puede ayudar a intuirla.

Apenas tenemos unos meses de vida, adquirimos emociones básicas como el miedo, el enfado o la alegría. Algunos animales comparten con nosotros esas emociones tan básicas, que en los humanos se van haciendo más complejas gracias al lenguaje, porque usamos símbolos, signos y significados.
Cada individuo experimenta una emoción de forma particular, dependiendo de sus experiencias anteriores, aprendizaje, carácter y de la situación concreta. Algunas de las reacciones fisiológicas y comportamentales que desencadenan las emociones son innatas, mientras que otras pueden adquirirse.
Charles Darwin observó como los animales (especialmente en los primates) tenían un extenso repertorio de emociones, y que esta manera de expresar las emociones tenía una función social, pues colaboraban en la supervivencia de la especie. Tienen, por tanto, una función adaptativa.
Existen 6 categorías básicas de emociones.
  • MIEDO: Anticipación de una amenaza o peligro que produce ansiedad, incertidumbre, inseguridad.
  • SORPRESA: Sobresalto, asombro, desconcierto. Es muy transitoria. Puede dar una aproximación cognitiva para saber qué pasa.
  • AVERSIÓN: Disgusto, asco, solemos alejarnos del objeto que nos produce aversión.
  • IRA: Rabia, enojo, resentimiento, furia, irritabilidad.
  • ALEGRÍA: Diversión, euforia, gratificación, contentos, da una sensación de bienestar, de seguridad.
  • TRISTEZA: Pena, soledad, pesimismo.
Si tenemos en cuenta esta finalidad adaptativa de las emociones, podríamos decir que tienen diferentes funciones:
  • MIEDO: Tendemos hacia la protección.
  • SORPRESA: Ayuda a orientarnos frente a la nueva situación.
  • AVERSIÓN: Nos produce rechazo hacia aquello que tenemos delante.
  • IRA: Nos induce hacia la destrucción.
  • ALEGRÍA: Nos induce hacia la reproducción (deseamos reproducir aquel suceso que nos hace sentir bien).
  • TRISTEZA: Nos motiva hacia una nueva reintegración personal.
Los humanos tenemos 42 músculos diferentes en la cara. Dependiendo de cómo los movemos expresamos unas determinadas emociones u otras. Hay sonrisas diferentes, que expresan diferentes grados de alegrías. Esto nos ayuda a expresar lo que sentimos, que en numerosas ocasiones nos es difícil explicar con palabras. Es otra manera de comunicarnos socialmente y de sentirnos integrados en un grupo social. Hemos de tener en cuenta que el hombre es el animal social por excelencia.
Las diferentes expresiones faciales son internacionales, dentro de diferentes culturas hay un lenguaje similar. Podemos observar como en los niños ciegos o sordos cuando experimentan las emociones lo demuestran de forma muy parecida a las demás personas, tienen la misma expresión facial. Posiblemente existan unas bases genéticas, hederitarias, ya que un niño que no ve no puede imitar las expresiones faciales de los demás. Aunque las expresiones también varían un poco en función de la cultura, el sexo, el país de origen etc. Las mujeres tienen más sensibilidad para captar mejor las expresiones faciales o las señales emotivas y esta sensibilidad aumenta con la edad. Otro ejemplo son los rostros de los orientales, especialmente los japoneses, son bastante inexpresivos, pero es de cara a los demás, porque a nivel íntimo expresan mejor sus emociones.
Las expresiones faciales también afectan a la persona que nos está mirando alterando su conducta. Si observamos a alguien que llora nosotros nos ponemos tristes o serio e incluso podemos llegar a llorar como esa persona. Por otro lado, se suelen identificar bastante bien la ira, la alegría y la tristeza de las personas que observamos. Pero se identifican peor el miedo, la sorpresa y la aversión.
Las emociones poseen unos componentes conductuales particulares, que son la manera en que éstas se muestran externamente. Son en cierta medida controlables, basados en el aprendizaje familiar y cultural de cada grupo:
  • Expresiones faciales.
  • Acciones y gestos.
  • Distancia entre personas.
  • Componentes no lingüísticos de la expresión verbal (comunicación no verbal).
Los otros componentes de las emociones son fisiológicos e involuntarios, iguales para todos:
  • Temblor
  • Sonrojarse
  • Sudoración
  • Respiración agitada
  • Dilatación pupilar
  • Aumento del ritmo cardíaco
Estos componentes son los que están en la base del polígrafo o del "detector de mentiras". Se supone que cuando una persona miente siente o no puede controlar sus cambios fisiológicos, aunque hay personas que con entrenamiento sí pueden llegar a controlarlo.
¿Qué es lo que nos produce el miedo a nivel fisiológico?
Cuando nos encontramos ante un estímulo que nos provoca miedo o temor, nuestro cuerpo reacciona activándose, de manera que estemos a punto para cualquier reacción de lucha o huída que sea preciso a fin de protegernos, ya que nuestro impulso más básico es el de la supervivencia.
La activación se produce de la siguiente manera:
  1. El lóbulo frontal de la corteza cerebral por la acción del hipotálamo activa la glándula suprarrenal.
  2. La glándula suprarrenal descarga adrenalina.
  3. Las pupilas se dilatan.
  4. El tórax se ensancha.
  5. El corazón se dilata, aumenta la provisión de sangre.
  6. Se produce un aumento de la tensión arterial.
  7. Los músculos se contraen.
  8. El hígado libera glucosa, el combustible de los músculos.
  9. La piel palidece.
  10. Los bronquios se dilatan para aumentar el volumen de oxigeno.
  11. En casos extremos la vejiga urinaria se vaciará.
¿Qué es la Inteligencia Emocional?
De la misma manera que se reconoce el CI (cociente intelectual), se puede reconocer la Inteligencia Emocional. Se trata de conectar las emociones con uno mismo; saber qué es lo que siento, poder verme a mi y ver a los demás de forma positiva y objetiva. La Inteligencia Emocional es la capacidad de interactuar con el mundo de forma receptiva y adecuada.
Características básicas y propias de la persona emocionalmente inteligente:
  • Poseer suficiente grado de autoestima
  • Ser personas positivas
  • Saber dar y recibir
  • Empatía (entender los sentimientos de los otros)
  • Reconocer los propios sentimientos
  • Ser capaz de expresar los sentimientos positivos como los negativos
  • Ser capaz también de controlar estos sentimientos
  • Motivación, ilusión, interés
  • Tener valores alternativos
  • Superación de las dificultades y de lasfrustraciones
  • Encontrar equilibrio entre exigencia y tolerancia.
Goleman explica que la Inteligencia Emocional es el conjunto de habilidades que sirven para expresar y controlar los sentimientos de la manera más adecuada en el terreno personal y social. Incluye, por tanto, un buen manejo de los sentimientos, motivación, perseverancia, empatía o agilidad mental. Justo las cualidades que configuran un carácter con una buena adaptación social.
El psicólogo W. Mischel hizo un experimento con niños de 4 años: les daba un caramelo y les decía que tenía que irse un momento, pero que debían esperar a que él volviera antes de comérselo, si lo hacían así él les daría otro caramelo como premio. El tiempo que permanecía fuera era tan sólo de 3 minutos. Habían niños que no esperaban y se comían el caramelo. Posteriormente hizo un seguimiento de los niños y observó que los que no se habían comido el caramelo, eran más resistentes a la presión, más autónomos, más responsables, más queridos por sus compañeros y mejor adaptados en el medio escolar que los otros.
Todas las personas nacemos con unas características especiales y diferentes, pero muchas veces la manera que tenemos de comportarnos o de enfrentarnos a los retos de la vida son aprendidos. Desde pequeños podemos ver como para un niño no está tan bien visto llorar y expresar sus emociones como en una niña, además a los varones se les exige ser más valientes, seguros de sí mismos. También podemos observar como, según las culturas, las mujeres son menos valoradas, tanto en el ámbito personal como en el laboral, lo cual es el origen de opresiones y malos tratos. Todo esto lo adquirimos sin darnos cuenta ya desde el momento en que venimos al mundo: nos comportamos como nos han "enseñado" a comportarnos. Quererse a uno mismo, ser más generoso con los demás, aceptar los fracasos, no todo depende de lo que hemos heredado, por lo que hemos de ser capaces de seguir aprendiendo y mejorando nuestras actitudes día a día, aprender a ser más inteligentes emocionalmente, en definitiva a ser más felices.

Bibliografía:
Goleman, D. (1996). La inteligencia emocional. Barcelona. Kairos.
Reeve, J. (1994). Motivación y emoción. Madrid. Mc Graw Hill.
Vila, J., Fernández, M. (1990). Activación y conducta. Madrid. Alhambra.

Fuente: Psicoactiva

¿Demonio o espejo?


Miércoles, 18 de junio de 2014




La tragedia que desencadenó Silvio Díaz no operó aún como ejemplo para mejorar, de modo que algo así no vuelva a pasar.





El accidente de tránsito provocado por Silvio Díaz, que se cobró la vida de Juan Manuel Martínez Zurbano, nos conmovió a todos. Pero creo que la tragedia vial todavía no nos sirvió para mejorar, cambiar y que algo así no vuelva a ocurrir: seguimos pasando semáforos en rojo, estacionando donde no corresponde, impidiendo el paso a los peatones, etc. Nos escandalizó y nos dolió la muerte de un niño ocasionada por un asesino al volante, y no es para menos: un tipo manejando a 134 kilómetros por hora, pasando en rojo, por una calle frente a una escuela, en horario de ingreso de alumnos, con dos gramos de alcohol en sangre y bajo los efectos de cocaína. Pero también deberíamos comenzar a indignarnos cuando vemos infracciones que ya naturalizamos en la vía pública, donde el respeto por el otro es una excepción. Alguien me dijo una vez: “El paranaense es una gran persona, hasta que se sube a un auto”. Triste frase, que podemos corroborar a diario.
La conducta criminal de Díaz tuvo algunas cosas de lo que hacemos en las calles. Como cada crimen y cada atrocidad que ocurre entre nosotros, que refleja lo peor de lo que somos como sociedad. No digo que todos los que cometen una infracción sean asesinos. Son infractores, pero que en suma crean las condiciones en las que actúan los asesinos. Del mismo modo en que matan los femicidas a las mujeres, lo hacen en un contexto social donde el machismo es algo naturalizado; o cuando alguien resuelve un conflicto a los tiros, lo hace en una sociedad donde la violencia se ejerce constantemente pero de otras maneras más sutiles o menos visibles.
Hay una gran hipocresía: el que muchas veces pasó semáforos en rojo y manejó luego de beber varias copas en un asado, se horrorizó con la conducta de Díaz. Y está bien. Pero debería por lo menos en voz baja o solo en su consciencia plantearse una mínima autocrítica de lo que hace cuando conduce. Lo más fácil y lo más inútil sería pensar que Silvio Díaz es un monstruo o un demonio que de un día para el otro apareció y mató a una criatura. En realidad, pienso, es un criminal que debe pagar con la cárcel por la tragedia irreparable que causó, sobre la víctima y sobre toda su familia, sus amigos, sus compañeros y maestras de la escuela. Pero hagamos el ejercicio de ver qué hicimos para dar lugar a que esto ocurra. No digo hacernos responsables por la muerte, eso sería un delirio, sino ver qué pasó para que Díaz haya podido para matar tan fácilmente como lo hizo, qué faltó antes para evitarlo. Entre muchas cosas, podríamos decir controles de tránsito, porque un tipo anduvo en la madrugada conduciendo un auto en esas condiciones como si nada.
No podemos dejar de ver tampoco que el auto se convirtió en el elemento de más valor en la sociedad. Simbólicamente, superó en valor a la vivienda propia. Esto puede partir desde lo que fue la explosión en ventas de automóviles en los últimos años en el país, a merced de las necesidades de las automotrices, y un modelo ahora en su agotamiento, que crearon una obsesión: las publicidades de los autos, destinadas en un 90% a los hombres, nos dicen y nos convencen simplemente que no somos nada si no tenemos qué manejar por la calle. Y una vez que nos ponemos al volante entran en juego las peores ideas: frenar ante la luz amarilla del semáforo es de pelotudo; dejar pasar al que viene por la derecha, es de maricón; dar el paso al peatón es rebajarse a su condición de “gil que anda a pata”; estacionar donde no corresponde o en doble fila es ser un vivo bárbaro que tiene prioridades más importantes que el resto; andar rápido es de canchero; sobrepasar en una curva o con doble línea amarilla, es de macho que se la aguanta.
Una imagen cotidiana de esto es la de una discusión de tránsito cualquiera, donde hasta el conductor que tiene la más obvia culpa, en lugar de pedir disculpas se enoja, insulta y amenaza al otro. El auto pasa a ser ese elemento fálico por el que ceder o respetar al otro significa un deshonor, una denigración o un ataque a la virilidad. Qué bajo hemos caído.
Algunas cosas para pensar, para poder ser mientras manejamos un poco más parecidos a lo que somos en otros momentos de la vida. 

Terapia Gestáltica (palabras de Jorge Levin)