domingo, 30 de noviembre de 2014

Psicología hecha con barro

30 de noviembre de 2014

Diálogo Abierto: Licenciada Sonia Solari. Explorando la energía. Los síntomas de hoy. Gestalt y Naturaleza



Julio Vallana / De la Redacción de UNO
jvallana@uno.com.ar

Ya cuando integraba un grupo de jóvenes y experimentadoras psicólogas que rompían con la forma y el fondo de la propia formación psicoanalítica ortodoxa –desde la Terapia Gestáltica y corporal– su consultorio lucía atípicamente lleno de almohadones, alfombras y suaves esencias. Ahora, el lugar de la entrevista –y donde la licenciada Sonia Solari desarrolla su profesión al igual que realiza capacitación, junto con su colega Gabriela Achur– ofrece un paisaje igualmente atractivo, natural y cargado de significación y aprendizajes: el Centro de Barro, sede del Centro Gestáltico del Paraná.

 

Energía y emociones

—Hace algunos años me comentaste que estabas profundizando en el conocimiento de la anatomía energética con relación a tu enfoque terapéutico. ¿Continuaste en esa línea?
—Los chakras son los centros de energía del cuerpo y siempre me gustó la mirada del cuerpo físico, con lo cual me es muy cómodo trabajar con ellos. En el cuerpo y la forma está todo lo que hacemos, así que, por ejemplo, mover un brazo o abrir el pecho para respirar y darle lugar a lo afectivo es despertar y desplegar una energía por el centro cardíaco –que tiene que ver con lo amoroso. Cuando se puede seguir articulando lo energético y las emociones con el cuerpo físico, no termina en éste sino que va más allá, al lugar que habitamos en cuanto a cómo lo acomodo, cómo lo arreglo y cómo vivo. Eso lo incorporo y lo llevo conmigo a todo lo que hago y al vínculo con las otras personas. Mi mirada terapéutica y sistémica tiene que ver con acomodar y que funcionen bien, en cuanto a que hay algo que fluye, va, vuelve, es sano, me alimenta y alimento a otros con lo que hago.
—¿En qué fuentes abrevaste para profundizar en el estudio de estos campos de conocimiento tan sutiles?
—Mi formación es en el enfoque gestáltico, el cual mira las emociones, energías y posturas corporales, la plástica, cómo caminamos y hablamos –que en todos los casos es distinto– y lo mental –cómo a través del intelecto y la palabra nos expresamos. Después comencé a profundizar en el movimiento específicamente y articular estos conocimientos, a través de la formación en la Escuela de Río Abierto –en Buenos Aires– cuya directora, María Adela Palcos es psicóloga y se formó con una de las personas que tras la ruptura de (Fritz) Perls (creador de la Terapia Gestalt*) con el psicoanálisis, comenzaron a hablar de que había más cosas además de la palabra, entre ellas las emociones y el expresarnos. No obstante seguí metiéndome porque me gusta investigar a través del cuerpo y despertar mis propios recursos.
—¿Qué conclusiones lograste a medida que dejabas algunas herramientas e incorporabas otras?
—Desde mi lado fui viendo cómo podemos decir, por ejemplo, una frase y acompañarla con un gesto que la avale, y ahí nos damos cuenta que la persona está entera, porque lo que dice con la palabra lo afirma con lo gestual. Pero muchas veces no pasa eso: decimos algo con la palabra y hacemos otros gestos con el rostro, las manos y nuestro cuerpo. Decimos: “Qué abierta que estoy” y cerramos los brazos, o digo: “Hola, cómo te va?” y me doy vuelta y te miro de costado. El comportamiento gestual y los movimientos son la plástica de nuestro cuerpo y acompañan validando o no. Con las enfermedades y los síntomas pasa lo mismo. Me gustó ir encontrando cómo todo nuestro cuerpo se comunica. Como cuando una persona te dice: “Estoy bien, estoy bárbara”, y, por ejemplo, le detectan cáncer. Hace diez años parecía que no había conexión pero hoy hay mucha más información, libros y autores que han escrito sobre todo esto. Ir logrando esas conexiones fue apasionante. En ese caso, la persona dice que está muy bien pero a nivel inconsciente pasan otras cosas. Nuestro cuerpo tiene códigos y no nos damos lugar para escucharlos. Es muy simple cuando puedo decir: “Ah, este síntoma y enfermedad tiene que ver conmigo, qué me estará diciendo.” Sin embargo qué hacemos: corremos eso y vamos al médico para que nos diga qué hacer. El médico a veces se asusta y nos manda a hacer un montón de estudios y análisis. Hoy vi una paciente que se hizo dos estudios de estómago. Le dije que no tiene nada pero ella con cada síntoma y enfermedad acudía al médico. Ahora está aprendiendo que eso le está diciendo algo sobre lo que le pasa.
—Hay casos más extremos.
—Sí, claro, hay gente que se opera y se saca partes del cuerpo, o lo mismo que sucede con la cirugía estética. Es una sociedad y una cultura en la cual lo que molesta e incomoda hay que sacarlo y evitarlo, porque hay que pasar a otra cosa. Cuando en realidad absolutamente todo es información.
—¿La cuestión es qué hacés con esa información?
—Claro; aprendimos a mirar determinada parte de la realidad y…
—Lo que no cuadra se desecha.
—Sí, porque estoy apurado para ir a trabajar… Pero si nos damos permiso para mirar a nuestro alrededor –a la manera de cada uno– es fantástico lo que encontramos. No necesitamos nada.
—¿Qué asociaciones estableciste –más allá del conocimiento milenario que existe– entre los chakras o vórtices energéticos y las estructuras, disfunciones y comportamientos psicológicos?
—Lo que fui descubriendo es que realmente cuando cada uno está en funcionamiento y despierta su funcionamiento, los chakras están en armonía porque están conectados, hay salud y todo funciona como tiene que funcionar –porque nuestro cuerpo lo sabe. Nuestra cabeza se desconecta y piensa sin parar cuando, por ejemplo, la zona de la garganta o el pecho están cerradas. Si cada uno de esos siete centros principales están en movimiento, tienen aire y pueden desplegarse, estamos en armonía y podemos funcionar perfectamente. Si pienso y el resto de mi cuerpo está incómodo y no se mueve, quiere decir que los otros centros de energía no están conectados. Y si el centro raíz no está conectado con la Tierra, estoy despegado de mis raíces y de la energía que me permite descargar y reciclarme. Si mi centro corona no está abierto y disponible para el Universo y otra información, el mundo se limita a mí mismo, entonces soy un gran ego y tampoco aporto.
—¿Cuáles son los bloqueos que más frecuentemente observás y las disfunciones asociadas con ellos?
—Podemos ir de lo más general, como los miedos, los encierros, la violencia, en cuanto cuestiones existenciales que nos atraviesan. Yendo a algo más específico e individual, problemas de tiroides, desde hace algunos años he vuelto a estar en contacto con gente que se enferma y fallece de cáncer, los problemas de intestinos y mucho pánico. Cada síntoma que nos dice nuestro cuerpo es como un regalo, que si le damos lugar nos dice qué es lo que tenemos que abrir para aportar al todo. Cuando no lo escuchamos, es muy grave.

 

Desaprender mandatos

—¿Hubo contenidos terapéuticos que considerabas sólidos y que luego desaprendiste o redimensionaste?
—Mmm, qué pregunta (risas). Eh, bueno, a mí la imagen que me aparece más fuerte tiene que ver con la construcción natural. Tal vez me adelanto al tema.
—No hay problema, es un diálogo abierto.
—Bueno, tuve que desaprender muchos mandatos y desapegarme de muchas formas, con lo que vuelvo a la imagen y a los cuerpos –como formas. Me encantaban los triángulos y de pronto comencé a ver que había círculos, me sentía cómoda con ellos y los incorporaba para trabajar con las personas. O en la forma de caracol, para ir de adentro hacia afuera, de forma circular y donde la energía no se corta y fluye. La Tierra y el Sol lo hacen y nunca se detienen, al igual que los movimientos de la Naturaleza, la sangre de nuestro cuerpo y la respiración. Cuando se aletarga y la energía se acumula –ya sea en nuestro cuerpo o afuera– puede aparecer desde una contractura hasta una enfermedad. La imagen que me apareció cuando me hiciste la pregunta es el comenzar con la construcción natural, nuestro lugar de trabajo –el Centro de Barro–, comenzar a hacer las paredes –que son de ladrillos con cereal, barro, arena y paja, no cocidos y con otras técnicas. Si hay algo que “está mal”, fuera de lugar o que no me gusta, lo desarmás, tirás abajo la pared, la volvés a hacer y diseñás como querés. Fue muy cómico porque la parte de abajo, la plataforma, el piso, es de cemento –lo moderno– así que comenzamos con albañiles. Nos decían: “Hay que echar un hilo para ver perfectamente el nivel.” Lo hicimos una vez… y después seguimos una línea porque ordena, pero si querés cambiar, la cambiás, porque el orden cambió. Haciendo paredes y diseñando aberturas y lugares de luz, comenzás a conectarte con el material que tenés en las manos y con lo que querés hacer. La creatividad que se despierta es infinita. Están los mandatos: “Hay alguien que tiene que hacer mi casa.” Pero se puede hacer de otra forma, no solo sino con otro, no tiene que venir alguien que me diga, sino que le digo: “Necesito esto, cómo lo hacemos, ¿me ayudás?”
—¿En qué te modificó como terapeuta el barro y la luz a través de las botellas?
—En la mirada hacia el otro, en darle más lugar aún. Estamos conformados por distintos cuerpos: la mente, las emociones, la energía, el cuerpo físico y orgánico, y lo espiritual. Estos cuerpos se articulan permanentemente, a veces le damos más lugar a lo físico, a veces a lo mental, no hay un orden determinado sino que tiene que ver con una armonía, una relación entre ellos. Si cuando voy a hacer una pared digo: “No necesito a otro que me diga cómo hacerla o poner una botella para que entre la luz”, sino que pongo la botella y por ella entra la luz. En relación con el otro es lo mismo: no veo a la otra persona que tiene que ser de una forma determinada, por lo tanto mi relación con ella cambia, porque el otro viene y tiene mucho que enseñarme, y yo tengo otro tanto para sugerirle y devolverle, porque al mirar desde otro lugar le puede servir. Con las personas no se trata de desarmar el sistema familiar sino que si me ubico en otro lado tal vez estoy más cómoda, es mejor, puedo sostener mejor a mis hijos, estar de otra manera con mi pareja, ver cómo es la relación con mis padres… Debo permitir moverme y en el correrme seguro que aparece una idea distinta. Nos obligamos, culturalmente, a hacer cosas que no nos hacen bien y nos cuesta salir de allí. Cuando conecto con la incomodidad, me puedo mover.
—¿Cuánto hace que ejercés la terapia?
—Comencé en 1992.
—¿Qué línea del tiempo podés hacer desde ese momento hasta hoy en cuanto a cuestiones que te llaman la atención por épocas?
—Lo que me aparece es un antes y un después de pasar de lo muy mental y el control absoluto, el tratar de explicar todo y no darle lugar al cuerpo y lo emocional, por lo cual el contacto con el otro está muy retirado. Estábamos más aislados. Hemos pasado al poder expresar; con poquito estímulo la gente se da cuenta y lo emocional y espiritual está más a flor de piel.
—¿Eso implica que debiera haber más gente sana?
—No sé, hay cosas que no manejo. Lo que veo es que entramos en una época en la cual somos conscientes de que no somos solo cabeza, no se trata de controlar y de que se haga lo que yo digo sino que formamos parte de algo más grande, y que la tarea es entre todos. Es un pasar del aislamiento y la individualidad a que si no comparto con otro, me enfermo. Si no vivo, si no comento, me olvido de mí. En cuanto a lo de las enfermedades que me preguntabas, encuentro mucho lo de la tiroides, sobre todo mujeres.
—¿Tu explicación?
—La tiroides tiene que ver con la comunicación. Estamos dando los primeros pasos para decir desde el espíritu, desde nosotros mismos, y no responder a algo que debemos responder.
—Dejar de reproducir.
—Claro, o seguir copiando algo que no entiendo para qué lo hago, algo que “otros me dijeron” y no me animo a crear algo distinto. Se está dando que no estamos animando más a crear aunque me equivoque, es otra etapa en la cual nos comunicamos desde otro lugar, sobre lo cual hay mucha necesidad y avidez. Nosotros trabajamos la capacitación en conexión con la Naturaleza y a veces la gente no se quiere descalzar o mojarse porque tiene frío. Son las primeras veces pero después es fantástico porque lo reproducen y se da otra relación con el propio cuerpo y las propias emociones.

 

El espacio y la transformación

—Volvamos al barro: ¿En qué momento comenzaron a imaginar esta construcción y por qué?
—¿De dónde arranco para hacer historia…? Trabajo en el Centro de Barro con mi compañera, socia y colega Gabriela Achur. Venimos desplegando a lo largo de estos años un montón de modalidades de trabajo desde que pasamos del trabajo terapéutico individual a lo grupal –que es la esencia de la Gestalt. Es una filosofía que nos invita a vivir de otra manera, comprometerme conmigo y lo que estoy haciendo. Fieles a eso y como una necesidad, trabajamos en los grupos y con los grupos. Hace varios años creamos la formación en el enfoque gestáltico y uno de los pilares es la conexión con la Naturaleza y todos sus elementos, como parte nuestra y para encontrar parte de mí, con otros.
—¿El contacto con los elementos naturales es parte de la respuesta terapéutica?
—Son parte como herramientas en un principio y ahora son parte mía. En lugar de trabajar sentada en un consultorio, lo hago acá o desplazándonos por la Naturaleza. Son recursos. Una vez Gabi leyó un artículo de Jorge Belanco –un hombre de El Bolsón– quien comenzó a respetar los lugares y difundió la construcción natural, la cual es un área dentro de la filosofía de la Permacultura, que dice que donde vivimos debemos cuidar el espacio para nuestro presente y nuestro futuro. Todo esto y la Gestalt son parientes, hermanos de sangre. Nos fuimos a San Luis a verlo a Belanco, donde daba un curso para gente iniciada. Allí encontramos a Diego y Nati –una familia hermosa– y con ellos y otra gente nos iniciamos en la construcción natural y su filosofía de que cuidar afuera –el lugar– es cuidar adentro –el cuerpo. Todo esto ampliaba nuestra forma de trabajo. Tres años atrás habíamos comprado estos dos terrenos. Vinieron los chicos de San Luis a coordinar un taller y allí comenzamos con la construcción de un octógono, respetando los árboles que estaban.
—¿Compraron los terrenos con esa idea?
—No, no, aunque sabíamos que queríamos seguir trabajando de esta manera. Comenzamos a construir en 2010 y habíamos comprado los terrenos hacía cinco años. En su momento trabajábamos en las plazas o estábamos un día completo en la Naturaleza o en una casa de campo.
—¿Cómo se transformaron a medida que construían?
—¡Sí, nos transformó! Todo fue planteado en grupo de gente a quien le interesaba la construcción natural, alumnos y pacientes. Una vez dejé una pared, me fui a hacer mezclar y la siguieron otras cuatro personas. ¡Casi muero cuando volví porque la habían hecho como querían ellos! Fue maravilloso y nunca más dije cómo acomodar las cosas. Las paredes pertenecen a grupos y estoy segura que a todos los transformó. El hacer la mezcla con los pies y las manos es reconocer que somos parte de esto. Al otro día estás cansado físicamente, despejado mentalmente y con una alegría muy grande. Siempre hubo mucha alegría.
—¿En algún momento dijeron: “Qué estamos haciendo acá?”
—Muchas veces… qué sé yo si es locura. Hacíamos, parábamos, nos retirábamos un poquito para ver desde lejos y volvíamos a la tarea. No hemos desandado tareas que hemos hecho y para mí ha sido una transformación permanente, con la modalidad vieja –de consultorio– y la de ir moldeándome con esta manera, es permanente. Así me doy cuenta que no hay errores sino cosas que hacemos más intuitivamente, cuando nos ordenamos por dentro. Sino el afuera enseguida te dice: “No”. De ahí, el no forzar las cosas, lo cual fue un gran aprendizaje: proponer, incentivar, estar, permanecer pero no forzar.
—¿Qué te pasaba cuando comenzaste a habitar esta construcción y volvías a tu casa?

—En mi casa también tiraba paredes y aberturas, y mis chicos me decían, y dicen: “Mamá, dejá de mover las cosas y de tirar paredes.” Mi hija –que tiene 17 años– pinta las paredes o el techo de la habitación, no en el papel. También participó acá y trabajó en algunas paredes. Una de mis tareas es desarrollar lo más que pueda la conciencia, así que veía que lo que hacía acá, lo llevaba. Tal vez la de desarmar sea una de mis tareas, aunque a veces cuesta y duele, como sucede con los vínculos.
—¿Este tipo de construcción es costosa, económica, un lujo para excéntricos?
—Diego Ruiz –el chico de San Luis– nos diría: “Depende de cada uno”. La Permacultura plantea que hay una distancia de 100 a 150 kilómetros para trabajar con el sistema natural y usar los elementos y maderas de la región. Para decorar, podés traer una laja de India o una lámpara de China, y te costará según eso. La primera vez que comenzamos a construir –y te lo tengo que confesar– compramos tierra…
—(Risas)
—Nos habían asesorado que la tierra tenía que tener determinada arcilla y que había que comprarla. Cuando nos dimos cuenta que no era mejor que la que teníamos y habíamos sacado para hacer el contrapiso, la usamos, y compramos la arena en la Toma. Para volver a lo terapéutico, la forma de trabajo de estar acá y permanecer fue no seguir formándonos en Buenos Aires, Rosario o Córdoba sino quedarnos acá para dar en la zona, y lo conecto con la Permacultura. En la región hay de todo: médicos, psicólogos y nutricionistas valiosísimos. No tenemos que ir tan lejos para buscar y si viajamos es para tomar distancia y ver lo que estamos haciendo acá.

 

El conectar y su importancia

—¿Qué hicieron cuando terminaron la construcción?
—No se termina.
—Convengamos que hubo una terminación de la construcción general.
—Comenzamos con el octógono y seguimos con los consultorios alrededor. El año pasado terminamos lo grueso y este año fue de detalles, de acariciar las paredes y refinar. El año pasado nos sentamos abajo del aguaribay y con el mate y comenzamos a ver lo que hicimos y tomamos dimensión que esa figura tiene que ver con cada uno de quienes pasó por acá.
—¿Alguna anécdota?
—Darme cuenta que puedo armar y desarmar. Una muy linda fue cuando comenzamos. Diego –desde San Luis– nos dijo que compráramos la tierra e hiciéramos una pileta de tres por tres, para hacer la mezcla. La hicimos, le pusimos la tierra y nos quedó una pileta para meternos allí, como una piscina.
—Creo que vi algunas fotos.
—Sí, hay fotos. Nos quedó enorme y cuando vino dijo: “Me parece que no hacía falta tanto.” El trabajo era muy liviano.
—¿Qué matiz adquirió la terapia que se hace acá?
—Tiene color verde, como el día de hoy. El comenzar a sentarte acá, sobre la tierra y el pasto, hacer trabajos de conexión con los elementos (naturales) y registrar que hay otras cosas además de mis pensamientos y el cemento, es como bajar cien cambios. Te puedo asegurar que hay una información ancestral nuestra que lo registra y sabe que eso está bueno. Cuando con poquito volvemos a recordar que el secreto está en volver a conectar, se sana. He trabajado con un paciente que tiene una hemiplejía y nos hemos colgado de los árboles, lo cual le ha permitido trabajar la confianza en sus soportes y con relación a los otros.
—¿Qué le mostrarías de lo que me has descripto a un ex compañero que continuó en el psicoanálisis ortodoxo?
—No sé si vendría acá (risas).
—Supongamos que lográs traerlo.
—Le mostraría la construcción. Esta forma de nuestro lugar atrae, inquieta, da mucha curiosidad y, a veces, la gente se retira del lugar pero no deja de hablar y cuestionarse. El que llega acá es una semilla que se sembró, luego depende de cada uno el tiempo que lleve en brotar. Te puedo asegurar que brota.
* Terapia Gestalt: se caracteriza por no estar enfocada exclusivamente en tratar a enfermos y las psicopatologías, sino también en desarrollar el potencial humano, desde un ejercicio de la psicología positiva.

 

Huerta, semillas y corazas

En el Centro de Barro –enmarcada su construcción en el paradigma de la Permacultura– se realizan prácticas de agricultura orgánica, las cuales no están exentas de una experimentación y observación psicológica en función de lograr conclusiones terapéuticas y un mejor vivir.
—¿Qué relación hay entre la Psicología y la huerta?
—¡Maravilloso! Está funcionando la huerta. Una de las chicas que terminó la formación y es trabajadora social –Mary Muchut– la coordina con otro de los chicos que está terminando este año. Este martes trabajamos cómo hacer brotes de semillas de girasol y lino, y Yamil Samaya –que nos ayuda muchísimo– nos enseñó a trabajar con las semillas de los árboles, limándoles la cáscara para que esté más pronta para germinar y brotar. Con estas imágenes podemos decir que respecto al grosor de nuestras corazas podemos ser como las semillas de los árboles, la de girasol o de lino. A veces nos cuesta más y debemos raspar mucho para llegar a la esencia, a veces con poquito ya está a flor de piel. Ese trabajo lo hacemos en compás con la huerta.
—¿Alguna actividad prevista próximamente?
—Puedo invitar a quien se sienta inquieto al leer la entrevista, que está la huerta –un espacio abierto todos los martes, de 15 a 18. Hacemos distintas tareas: limpiamos y reciclamos la tierra, sacamos lo que se sembró en invierno, volvemos a sembrar, trabajamos con las semillas, hacemos brotes… y distintas actividades relacionadas con esto. Recientemente hubo un encuentro de constelaciones familiares –a cargo de Gabriela Achur– el cual es mensual y el 20 de diciembre habrá una ceremonia de cierre de ciclo, al igual que la terminación de la formación de un grupo de alumnos. Pueden comunicarse con Gabi o conmigo.