miércoles, 25 de noviembre de 2015

Camilo Blajaquis: “Nos hicieron creer que somos monstruos”


Escritor, cineasta y activista: Blajaquis estuvo en el CIne Auditorio ATE invitado al Tercer Encuentro de Seguridad Democrática y Popular. Foto: Matías Pintos

Aprendió filosofía en la cárcel. Cambió su nombre y hoy es escritor y cineasta. Estuvo en Santa Fe de campaña contra la violencia institucional.

La violencia institucional es una de las asignaturas pendientes de la democracia argentina, las cifras lo demuestran: en los últimos 12 años murieron 1.893 personas en hechos de violencia institucional con participación de integrantes de fuerzas de seguridad.
Estos datos los suministra la Campaña Nacional contra la Violencia Institucional, la cual a través de una red de abogados, estudiantes de derecho, promotores y voluntarios, atiende consultas y asesora sobre casos de gatillo fácil, abuso y hostigamiento policial.
Desde su web señalan que “miles de pibes de los barrios más empobrecidos de nuestra Patria fueron y son víctimas del accionar policial, amparados en la demagogia punitiva que estigmatiza al joven humilde como el germen de todos los males de la sociedad y que es repetida constantemente por los grandes medios de comunicación”. En ese marco, y buscando promover la desarticulación de los imaginarios y discursos entorno al villero, al pibe pobre de los barrios, es que César González, conocido también por su seudónimo Camilo Blajaquis, tomó la palabra.
“La primera vez que robé, compré un par de pizzas porque en mi casa estábamos cagados de hambre. Hoy los pibes roban porque quieren pertenecer, yo robaba un auto y sentía que pertenecía”.
“Los discursos siempre son mucho más fáciles que las prácticas, tener un discurso progresista, de Derechos Humanos, es fácil, pero es muy difícil llevarlo a la práctica, y se cae cuando nos cruzamos de vereda cuando vemos que vienen dos morochos de gorrita. Pero esto también me pasa a mi, yo también tengo miedo si estoy solo en una estación a la 1 de la mañana, porque estoy atravesado por la lógica de esta sociedad que dice que hay que tenerle miedo a alguien, y ese alguien hoy es el pibe chorro, el morocho, un otro, un enemigo”.
César González vive en la villa Carlos Gardel, en Morón, y de sus 26 años, cinco los pasó preso, entre los 14 y los 21. Ahí, entre institutos de menores y cárceles, nació Camilo Blajaquis. “Yo fui uno de esos pibes que estando preso pudo, paradójicamente, despertar. Fue el lugar donde nunca imaginé que iba a encontrar la vida, el amor por la vida, por mi mismo, por el otro, y lo encontré en un lugar donde el amor está prohibido, donde para sobrevivir hay que odiar. Estuve dos años creyendo eso del odio, agarrándome a palazos y puñaladas, hasta que un profesor me dio unos libros y eso me cambió la vida. Empecé a darme cuenta de lo funcional que era al sistema ese odio por mis compañeros, por mis hermanos, porque esos pibes no eran mis enemigos sino mis hermanos”.

Realidad mediatizada

Al igual que pasa en Santa Fe con muchos barrios del cordón noroeste de la ciudad, las villas y barrios del conurbano bonaerense son carne de cañón de los grandes medios, quienes encuentran allí el origen de gran parte de los malos que acosan al resto de los ciudadanos, a la gente de bien. Y cuando no son las noticias del mediodía las que muestran esta “realidad”, son grandes producciones como El puntero o Elefante Blanco. Todas hechas en la villa, con villeros, pero para un público muy diferente.
Miles de pibes de los barrios más empobrecidos fueron y son víctimas del accionar policial, amparados en la demagogia punitiva que estigmatiza al joven humilde y que es repetida por los grandes medios.
“La televisión, cuando muestra la vida de las villas, lo muestra como algo exótico y que poco tiene que ver con la realidad. Cuando filman ahí le dan trabajo a la gente de la villa, pero no los hacen representarse a sí mismos, les hacen hacer de un tipo de villero, el que ellos quieren mostrar, el que vende. Yo no niego que en mis películas muestro cosas parecidas, muestro la violencia, la droga, pibes que hablan con jerga, pero la diferencia es que yo no lo hago como un fin en sí mismo, yo estoy muy contento de saber que en ninguna de mis dos películas la violencia sucede y no hay una explicación atrás”. Sobre la violencia agrega: “No es excusa el contexto, pero sirve para entender. Yo estaba muy resentido con la vida por no haber tenido nada, porque mi infancia haya sido cirujear, tener que usar esa ropa que encontraba, no tener para comer, llegar a la adolescencia y no tener algo para ponerte cuando ya querés empezar a ganar con las pibas. Ser tan miserable económicamente me generó mucho resentimiento, y la verdad que yo nunca robé ni por paco ni por otra droga, yo robaba porque quería pertenecer, entrar a ese sistema que la sociedad, la televisión, me decían que tenía que vivir”.
A través de sus películas, que ya tiene dos, sus cortos, libros y el ciclo que tuvo en canal Encuentro, César intenta no sólo mostrar una realidad más cercana, cruda pero humana, de la vida en las villas, sino utilizar esos medios para llegar a los pibes que, como él en algún momento, no ven otra salida más que la droga y la delincuencia. “A esos pibes, pibes chorros, la gente de mi mismo barrio los quiere ver muertos. Yo fui uno de ellos y sé que puedo mostrarles que hay otra cosa. Si yo hoy estoy acá es porque alguien confió en mi cuando le lleve mi primer poema y me dijo que era hermoso, una persona que nunca me hizo sentir un monstruo. Porque nos hacen creer eso, necesitan que creamos que somos los malos, y vos te la crees”.

Contextos

“Yo la primera vez que robé, compré un par de pizzas porque en mi casa estábamos cagados de hambre. Hoy eso ya no es el común, no hay una pobreza extrema como en los 90, hoy los pibes roban porque quieren pertenecer, yo robaba un auto y lo tenía por 20 minutos y me sentía que pertenecía… Toda la sociedad, la tele, la publicidad en las calles, dicen que ser es tener, ¿por qué el pibe de la villa no va a tomar ese mensaje también?”.
Este Tercer Encuentro por una Seguridad Popular y Democrática, organizado por el Inadi Delegación Santa Fe junto a la Campaña Nacional contra la Violencia Institucional, el Centro de Acceso a la Justicia, la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación, el Servicio Público Provincial de la Defensa Penal y ATE, se realizó a pocos días del balotaje y César González no dejó de dedicarle unas líneas al tema: “todos los candidatos, menos el Frente de Izquierda, plantearon la seguridad desde la mano dura, desde ver quién aumentaba la cantidad de policías en la calle. Pero yo veo que en mi barrio hay mucha menos delincuencia que en el 98 o el 2001. En esa época salían a robar casi todos, porque había hambre. Hoy en mi barrio tenemos gas, cloacas, asfalto, se vive mejor, hoy se ve mucha gente yendo a la universidad, algo que no existía en los barrios hace algunos años atrás, entonces ¿cómo puede haber más delincuencia? Ahí, en ese discurso, los números no cierran. Y eso, esa mentira, esa estigmatización, también es violencia”.
Publicada en Pausa #166, miércoles 25 de noviembre de 2015

Fuente: Pausa

jueves, 5 de noviembre de 2015

La trastienda de la investigación y el proceso creador

Se agradece la difusión. Los/las esperamos! 
Fernando Fabris se referirá a “Pichon-Rivière, un viajero del mil mundos” y Vicente Zito-Lema a “Luz en la Selva. La novela familiar de Enrique Pichon-Rivière”.
El objetivo de este ciclo es compartir estrategias de producción de conocimiento en el campo de la psicología y la psicología social. Se focaliza la atención en la trastienda de la investigación, es decir lo que sucede cuando el proceso de investigación y escritura aún no empezó, cuando está comenzando, cuando avanza decididamente y cuando, finalmente, concluye.

jueves, 8 de octubre de 2015

“Uno de los últimos representantes de los 70”

Jueves, 8 de octubre de 2015
Hernán Kesselman recuerda a Tato

“Uno de los últimos representantes de los 70”

Por Hernán Kesselman
He venido trabajando con Tato Pavlovsky desde hace casi 50 años. Empezamos alrededor de 1968. Los dos éramos pacientes de Marie Langer y los dos trabajábamos con grupos. Nos pusimos a trabajar juntos. Yo venía trabajando con Enrique Pichon-Rivière y con José Bleger, él con Fidel Moccio y Carlos Martínez Bouquet. Eramos amigos de Fernando Ulloa, formábamos una camada en la que también estaban Armando Bauleo y Emilio Rodrigué.
Encontramos que el trabajo con grupos nos daba una dimensión distinta de la que daba el psicoanálisis individual, para el conocimiento humano. Y el agregado del psicodrama ponía en acción el cuerpo en escena, incorporaba el cuerpo de los pacientes y el terapeuta de una forma más activa, visible.
Nos fuimos juntos de la APA (Asociación Psicoanalítica Argentina) y fundamos el grupo Plataforma. Escribimos juntos el texto Cuestionamos, que plantea la posición de Plataforma.
Después, con Luis Frydlewsky, escribimos Las escenas temidas del coordinador de grupos, que se publicó cuando ya estábamos en el exilio. Nosotros como terapeutas odiábamos ser tomados como modelo de salud. Teníamos miedos, como los pacientes. En ese libro hablamos, no de las escenas temibles, sino de las temidas. Para las temibles, había que tener piernas fuertes y salir corriendo, como le pasó a Tato en la dictadura cuando lo fueron a buscar al consultorio. Las temidas eran las singulares de cada uno; las neuras con las que cada uno afrontaba los conflictos de la asistencia de la salud.
Con Rodrigué y Bauleo compartimos una casa. Era un piso, en realidad el único que vivía allí era Tato. Armando, Emilio y yo íbamos más bien a comer pizza y filosofar, era un espacio de libertad de pensamiento. Compartimos los años del 68, del 70. Ideológicamente éramos una barra muy comprometida.
En el trabajo en grupos, la dimensión política lo atraviesa todo. Lo político no está afuera del consultorio, sino que atraviesa todas las situaciones, bipersonales y multipersonales. El grupo obliga a hablar con el otro; no ya hablar del otro, sino con el otro. Obliga a consonar, a resonar, a identificarse, a ver cosas de uno que uno no quiere ver; a admitir que hay papeles que uno tiene adentro y por eso los puede hacer en las dramatizaciones.
Después Emilio se fue a Bahía, Brasil, y Armando y yo nos fuimos a España. Tato se quedó pero al poco tiempo de la dictadura tuvo que escaparse por los techos y se vino a España conmigo. Dos o tres años estuvo conmigo en Madrid, atendiendo; compartíamos consultorio. A través del pensamiento de Gilles Deleuze, pasamos al paradigma de lo complejo. Tato decía que éramos deleuzianos sin saberlo.
Tato volvió a la Argentina en 1982, antes que yo, que volví en 1986. Pero siempre mantuvimos una vinculación estrecha, y escribíamos mucho en la revista española Clínica y Análisis Grupal. Nuestras familias también tenían una amistad íntima, antes, durante y después del exilio.
A Tato su labor teatral lo enriquecía como clínico. El teatro le daba ideas para el psicodrama, por ejemplo para activar los grupos. En cambio, no creo que su trabajo clínico haya enriquecido especialmente su labor teatral. Sus obras de teatro no formulan reflexiones psicológicas, pero nuestras reflexiones psicológicas estaban enriquecidas por lo teatral que él aportaba.
En estos últimos años seguimos trabajando juntos. Nos reuníamos los jueves y los viernes para comer, hablar, estar juntos, escribir y contarnos nuestras cosas. Ibamos a escribir un libro sobre sceno poiesis: todo lo que una escena puede engendrar. Habíamos quedado en reunirnos, dijimos que íbamos a hacer como esos viejos tejanos que se juntan para tomar una copa y recordar. Queríamos recuperar los sucesos de los últimos cincuenta años de nuestra vida, íbamos a grabarlo, pero él se enfermó, ya estaba enfermo pero se enfermó más, y ya no pudo.
Tato, junto con Jaime Rojas Bermúdez, fue el fundador del psicodrama en la Argentina. Le dio al grupo una dimensión superior a la de cualquier tratamiento bipersonal. Le dio al psicoanálisis una dimensión que no era conocida antes de su trabajo. Trabajó con grupos hasta los últimos días de su vida.
Con Tato ha muerto uno de los últimos representantes de la época de los 70, en el sentido cultural, político, histórico, social.
Teníamos la costumbre de prologar nuestros libros mutuamente, como con Rodrigué, Bauleo, Ulloa. Nos prologábamos los libros. Tato fue un hermano para mí, tuve la suerte de trabajar con él. Con él aprendí psicodrama, fue mi mejor maestro, y creo que él también aprendió trabajando conmigo. No me imagino escribiendo con otro que no sea él. Estoy desolado. Yo discutía con él su dramaturgia, veía todos sus ensayos. Fui un fana de Tato, y crítico a veces, como hacen los buenos amigos. No puedo creer todavía que murió. Estoy con el moretón, con el dolor encima. Pero va a seguir vivo. En la gente que lo seguía. En los caminos que abrió para la clínica y la dramaturgia.

lunes, 27 de julio de 2015

Cursos / UADER


“Hay que romper la obediencia debida en la educación” / Página|12

Lunes, 27 de julio de 2015
Enrique Samar, un educador contra la tradición en las escuelas

“Hay que romper la obediencia debida en la educación”

Dirigió la Escuela Nº 23 de Flores desde 1997 hasta su jubilación, en 2012. Ahora convirtió en libro esa experiencia. La incorporación de los chicos que siempre quedaban afuera, las resistencias de las maestras a los cambios, cómo abrir la escuela a la comunidad. El trabajo con los pueblos originarios, el aprendizaje a través del ajedrez, el profesor que un día fue profesora.

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Por Sonia Santoro

“Wiphay” es una palabra aymara que significa alegría por un trabajo hecho en equipo. Ese es el nombre que eligió el maestro Enrique Samar para titular un libro que recoge la experiencia de un proyecto educativo transformador, que llevó adelante en la Escuela Nº 23 del distrito escolar 11 de la ciudad de Buenos Aires. ¡Whipay! Defendiendo la escuela pública con educación intercultural y prácticas alternativas es un libro peculiar, porque quienes enseñan no suelen escribir lo que hacen y porque está pensado para inspirar a quienes educan. Para que no haya que empezar siempre de cero. Y para que se repliquen experiencias como ésta donde la escuela se mostró “hermanada”, como le gusta decir a Samar, con el barrio y otras instituciones. Todo eso, sin una visión edulcorada ni idílica de la educación.

–¿Qué hacían sus padres?

–Mi papá era de la Marina. En la década del 60 renunció y pasó a la Marina Mercante. Después trabajó en inmobiliarias. Era egresado del Buenos Aires. Mi mamá trabajaba de ama de casa. Soy el mayor de cuatro hijos, dos varones y dos mujeres. Siempre me pregunto cómo hacía con cuatro.

–¿Donde se crió?

–Vivimos unos años felices en City Bell cuando tenía calles de tierra. Recuerdo una infancia tan distinta a la de la ciudad de Buenos Aires de ahora. Los juegos preferidos eran treparnos a los árboles, andar en bicicleta por las calles de tierra hasta la plaza, jugar al fútbol, de vez en cuando jugar con un barrilete. No existía la televisión. Llegué a escuchar en un programa de radio a Tarzán. Parece increíble, pero cuando yo era chico era una vida común.

–¿Estudió para ser maestro? ¿Cómo fue esa decisión?

–En realidad esa decisión no la tomé yo, la tomó mi papá. Porque él estaba preocupado por si le pasaba algo en un viaje, en un barco. Como yo era el mayor, que tuviera la posibilidad de trabajar rápido. Entonces me inscribió en el (Colegio de formación docente) Mariano Acosta sin preguntarme. Y las vueltas de la vida hicieron que... yo era abogado pero nunca trabajé de abogado, siempre trabajé de maestro. Egresé en diciembre del ’68 y en el ’69 ya estaba trabajando.

–¿Por qué estudió abogacía?

–También un poco sin saber, porque un amigo iba a estudiar abogacía. En el ’74 abandoné la facultad, me casé y en la época de Alfonsín pedí la reincorporación y la terminé como un desafío personal.

–¿Militó en los ’70?

–Yo nací a la política con el Cordobazo. Estaba en la facultad y descubrí un mundo totalmente distinto al que había recibido en mi casa. En mi casa leían todos los domingos la revista Esquiú, y mi papá un poco nos decía, nos insistía, con el tema de la familia porque el mundo exterior era peligroso, y nos controlaba mucho las amistades. Y de repente en la facultad con el Cordobazo hay asambleas masivas. Y al poco tiempo empecé una búsqueda entre distintas organizaciones. Entablé amistad con algunas compañeras. Y me incorporé a una agrupación que se llamaba Murjure, Movimiento Universitario Revolucionario Juventud Universitaria Rebelde, que después se fusionó con otros grupos y se llamó Movimiento al Socialismo, que no tenía nada que ver con el de Zamora, era una agrupación estudiantil de la facultad de Derecho. Yo abandoné la facultad en el ’74 y ese grupo, en ese clima de definiciones difíciles, se dividió. No podía permanecer mucho tiempo más como agrupación estudiantil en momentos en que parecía que en un día se decidía el futuro de todos. Y entonces bueno, algunos compañeros fueron a una organización, otros a otros. Yo no participé de esa decisión porque no estaba ya en la facultad. Al dejar de estudiar dejé de participar en la política de la facultad. Pero me empecé a incorporar en agrupaciones sindicales. En el ’73 se fundó Ctera, participé de todo ese movimiento entre los docentes. Y en el ’76 a mí me operan, me sacan un pulmón. Mi padre diría que fue obra de Dios.

–¿El era muy religioso?

–Sí, católico. Lo concreto es que yo estuve gran parte del’ 76 encerrado en el hospital o en mi casa. Sin ver a los compañeros y compañeras. Sin ir a los lugares habituales. Y eso supongo que me salvó. Igual alojamos en casa a una compañera unos meses. En otro momento con mi señora de aquella época tuvimos que buscar refugio en casa de un amigo durante un tiempo.

–¿Y después de la operación?

–Empecé a buscar cómo conectarme con alguien y me junté con un grupo de maestros del FRP (Frente Revolucionario Peronista), una organización cuya base era en el norte. Tenía cierto peso en La Matanza, estaba vinculado con Gustavo Rearte, uno de los fundadores de la Juventud Peronista. Con esos maestros que conocía de la época del FRP comenzamos a armar un grupo de teatro en plena dictadura. Llegamos a ponerle el nombre al grupo pero no llegamos a estrenar. Después, con ese grupo y Jorge Sanz, un compañero del secundario que después fue fusilado por los militares, hicimos una carta dirigida a todos los maestros de séptimo de la ciudad de Buenos Aires. La idea era poner un volante gremial pero con contenido político, porque ya hablaba de los desaparecidos, de la dictadura y todo eso. Y se nos ocurrió que una de las formas de llegar a las escuelas era por correo. Entonces hicimos 500 cartas. En los sobres poníamos “al señor maestro de séptimo grado...”. Hicimos un sello de una editorial inventada y nos distribuimos las cartas para no mandarlas desde la misma sucursal. Y las cartas llegaron a las escuelas, aunque supimos por comentarios que había directores o directoras que no se las habían entregado. Fue una de las miles de acciones pequeñas de resistencia que se hicieron en esa época.

–¿Cómo fue el primer día en la Escuela 23?

–Cuando era maestro yo pensaba que el director podía hacer lo que quería. Y rápidamente en el año ’97, cuando llegué a la 23, me di cuenta de que no. Aunque tengas muchas ganas de hacer algo, a veces cuesta mucho. Yo venía de la Escuela Nº 9 del Distrito 3, como vicedirector, donde habíamos hecho el proyecto de ajedrez, el de murga. Entonces en una reunión con el personal les dije a las maestras del 23: “¿Qué les parece si festejamos el fin de año con una murga?”. Y me miraron como si yo estuviera totalmente loco. “Que no, que no se puede, bla bla bla.” Yo les expliqué: “La murga es maravillosa porque es una actividad en que todos participan, los chicos pueden escribir las letras de las canciones, pueden votar el color de los trajes, pueden votar cuál es el tema de la canción de crítica. Donde unos pueden bailar y otros pueden hacer otras cosas, llevar un estandarte. Pueden participar los padres también, los maestros. Que todos los chicos pueden participar, el alto, el bajo, el gordo, el flaco, todos”. “Bueno, no, no no.” Les dije: “No lo vamos a hacer este año pero el año que viene lo volvemos a hablar”. Entonces en el ’98, en el mes de agosto, cuando hicimos la reunión de personal para planificar, les dije “¿se acuerdan de la charla que tuvimos sobre la murga? Bueno, este año sí la vamos a hacer”. Ni les pregunté. Y terminó de una forma extraordinaria. Porque los chicos estaban felices, las madres, los padres. Esa experiencia me hizo tomar conciencia de que todo cuesta, hay que insistir y hay que tener cintura.

–Dice en el libro que la escuela es un espacio de lucha, ¿por qué?

–Por muchas cuestiones, pero porque la escuela no está aislada de la sociedad, se escuchan a veces los mismos comentarios que se escuchan afuera, discriminatorios, egoístas, actitudes individualistas, racistas.
Y de distintas formas intentamos trabajar siempre en equipo. Yo inventé una palabra que es “hermanarnos”, que tiene que ver con eso, con la escuela de puertas abiertas, y hermanarnos con otras escuelas, con otras instituciones del barrio. Y lo llevamos a la práctica porque hicimos un montón de actividades.

–Y estas maestras (¿la mayoría mujeres?) que se resistían, ¿se fueron adaptando a este nuevo concepto de educación?

–Sí. Llevó tiempo. Yo me daba cuenta de que discriminaban a los chicos en el momento de la inscripción. Que ponían en las planillas alumnos que en realidad no existían...

–¿Para que esté lleno?

–Porque entonces decían “no hay vacantes” a fines de febrero y el 10 de marzo en un aula eran 15 chicos. Yo preguntaba y decían: “no vinieron, no se presentaron”. Eso me lo hicieron el primer año. Ya después no tuve más remedio que tomar la inscripción yo en la dirección y uno por uno. Porque no tenía forma.

–Tremendo...

–Es que no tenía forma. Porque en el ’97 lo hicieron. En el ’98 creo que me di cuenta y les dije. Pero lo siguieron haciendo. Y entonces dije hago yo la inscripción y ya está. Entonces empezaron a venir chicos que antes no entraban en la escuela: los Quispe, los Mamani. Y como cuento en el libro, el ajedrez fue una decisión estratégica.

–¿Por qué incorporó el ajedrez?

–Porque además de hacer la discriminación en el momento de la inscripción, después había maestras que decían: “a este chico no le da la cabeza”, “no puede”. Y casualmente, entre comillas, siempre eran chicos de la comunidad boliviana o negritos. Entonces el ajedrez nació así. Compré juegos. Se los di para jugar en el patio, en el recreo. Les dije: “miren chicos, no puedo enseñarles a jugar al ajedrez a todos. Les pido que hablen con los abuelos, los tíos a ver si los pueden ayudar”. A los de séptimo les dije que le enseñen a jugar a los de tercero o cuarto. El asunto es que ya en el ’97 los chicos se fueron entusiasmando. Hicimos unas simultáneas con (Héctor) Rosetto. Entonces organicé el primer torneo de ajedrez. Y a medida que fueron pasando los años fueron ganando los trofeos los Quispe, los Mamani. Me acuerdo perfectamente el caso de Juan Carlos M. Mendoza. Que era un chico tímido, callado, que la maestra decía que no le daba la cabeza para las matemáticas. Y después de que les ganó a los campeones del turno mañana, a los campeones del turno tarde, a los campeones de otras escuelas, fui y le dije a la maestra: “¿qué explicación me das? Porque vos decís que no le da la cabeza pero mirá lo que hace con el ajedrez”.

–¿Y qué le dijo?

–Nada. Pero no cambió la actitud. Y esas maestras se fueron yendo.
El hermano de Juan Carlos, Luis, también. Era una luz jugando al ajedrez, pero era un chico callado, no es que no era inteligente.

–Cuenta también que había un problema con las nenas, ¿no se animaban a jugar?

–Las chicas juegan menos. Y en los últimos años decidí hacer una discriminación positiva. Entonces busqué una jugadora de ajedrez macanudísima, joven, simpática, que jugaba muy bien al ajedrez y le propuse que le diera clases nada más que a las chicas. Porque me pareció que hacía falta. Yo miraba a veces en el patio cuando los chicos tenían práctica de educación física. Si el profesor los hacía correr yo tenía la sensación de que algunas chicas corrían convencidas de que iban a perder con los varones. Entonces me pregunté si no pasaría lo mismo con el tema del ajedrez. Hicimos la experiencia. Y las chicas enloquecidas: “¿sin los varones? ¡Qué bueno!”. Durante unos meses tuvimos clases para chicas.

–Hay una cuestión cultural también...

–Tengo la sensación de que algunas chicas cuando tienen que enfrentar a los varones lo hacen no muy convencidas de que les pueden ganar. En ajedrez tuvieron a un profesor, que en realidad era una trans, con quien hicieron todo un proceso para que pudiera mostrar su identidad. El primero en Argentina creo. Por eso tuvo tanta repercusión. Vinieron periodistas de Perú, de Francia.

–¿Y cómo fue? ¿Ella se lo planteó?

–Me contó que en realidad desde chica siempre se sintió mujer y que había estado fingiendo ante el mundo exterior y que había decidido que ya era hora de que conocieran su verdadera identidad. Y eso fue unos días antes de las vacaciones de invierno. Entonces organicé para la vuelta una reunión con los padres. En realidad los chicos y los padres lo tomaron con naturalidad. José era una persona muy querida por los chicos y cuando pasó a ser reconocida como Melisa siguió igual el cariño de los chicos. Todos los padres lo aceptaron menos una familia que no quiso mandar a sus hijos a las clases de ajedrez. Ahora, como con muchas otras cosas, cuando yo me jubilé... le cambiaron el horario a Melisa de forma tal que no pudiera seguir. Ese es un tema que en educación hay que resolver. Son muchos los casos de escuelas con proyectos institucionales valiosos que cambia el equipo directivo y a los maestros se les hace muy difícil continuar.

–El eje del proyecto eran los pueblos originarios. ¿Por qué?

–Yo creo que el quinto centenario a muchos maestros nos sacudió, nos conmovió. Yo como maestro había leído a Ernesto Cardenal, su libro homenaje a los indios de América. Siempre tenía esa inquietud. Y cuando llegué a la 23 no había un proyecto institucional, entonces con dos compañeras divinas armamos un equipo con el que trabajamos muy bien y armamos el primer proyecto de la escuela que puso el acento en los pueblos originarios. A veces me preguntan “¿todos los chicos eran de la comunidad boliviana?” .No, no tiene nada que ver. El proyecto se fue enriqueciendo y siempre fue transversal. Todos buscando de qué forma los contenidos de su materia los podían relacionar con el proyecto institucional.

–También sacaron la escuela al barrio, estoy pensando en el proyecto de ley para cambiar el nombre a la plaza Virreyes.

–Un día vino Rubén, el mecánico del barrio, y me dijo: “Enrique, esta plaza se llamaba plaza Armenia, los militares un 12 de octubre le pusieron Virreyes, pero yo no quiero que se llame Virreyes, quiero que se llame Túpac Amaru. Nadie me lleva el apunte”. Entonces hicimos una reunión en la dirección, invitamos a vecinos, organizaciones. Y ahí empezó, no todos pero la mayoría decidió repartir un volante en el barrio para que conozcan la historia de la plaza, juntar firmas para presentar un proyecto de ley, hacer un acto en la plaza. Entonces lo invitamos a Osvaldo Bayer... Hicimos el acto en el mes de noviembre. Y año tras año fuimos repitiendo el proyecto.

–Porque perdía estado parlamentario...

–Sí. Finalmente conseguimos que se llegara a discutir. Y entonces ese día fuimos con una delegación de chicos. Pasaban las horas, los chicos se cansaban. Hablaban de un tema, de otro. Alguien propuso que se adelantara el tema por la presencia de la escuela. Llegó un punto que era como las nueve de la noche y los chicos ya no daban más. Entonces les dije “nos paramos todos, sacamos todos las banderas, empezamos a hacer un poco de bochinche y de ruido” y creo que se aprobó porque estábamos ahí. No les daba la cara para votar en contra.

–Ahora falta cambiar el nombre a la estación de subte.

–Sí. Hay un proyecto para llamarla Eva Perón. Podría llamarse Plaza Túpac Amaru pero la gente del subte mantuvo el nombre Virreyes, que es un absurdo porque no existe más la plaza Virreyes.

–¿Por qué decidió hacer este libro?

–Los maestros en general no escriben. Y a mí me pareció que en realidad para mí han sido unos años con un proyecto muy valioso y me pareció que de alguna forma había que difundirlo. Multiplicar es la tarea (risas). Entonces en los últimos meses, cuando ya sabía que me iba a jubilar, empecé a buscar en el archivo entre los papeles. Y al revisar los papeles me di cuenta, además, de todo lo que habíamos hecho. Fui recordando un montón de experiencias, de situaciones que me había olvidado. Si no, parece que siempre hay que empezar de cero y que nunca se hizo nada. Entonces, a los docentes que lean el libro se les ocurrirán muchos proyectos mejores y que se pueden profundizar más.

–Es muy didáctico.

–Sí, además yo repito siempre: hay que felicitar a los chicos, a los alumnos que les preguntan por qué a los maestros o les dicen que no están de acuerdo con algo, hay que felicitar a los maestros que les dicen a los directores que no están de acuerdo con algo. Y hay que felicitar a los directores que les dicen a los supervisores que no comparten tal cosa. Y por supuesto ahora hay supervisores que le cuestionan la política educativa al gobierno de (Mauricio) Macri. Todo eso hay que estimularlo porque la estructura del sistema educativo es bastante vertical y yo digo que hay mucha obediencia debida. Yo digo que hay que romper con eso.

–Eligió un nombre aymara para titularlo.

–Sí, porque alguien, no me acuerdo quién, me contó que wiphay significa alegría por un trabajo que se hizo en equipo. Me pareció que era el mejor título porque yo siento eso. Que fueron los maestros, los chicos, la comunidad educativa que empujó todos estos años para llevar adelante estos proyectos.

–¿Su papá pudo ver todo esto?

–El falleció. Yo ya era director de la 23. Pero yo tuve una relación muy conflictiva con él. Tuvimos momentos que disfrutamos juntos pero también tuvimos grandes peleas y meses que ni nos hablábamos.

–Imagino que no fue el maestro que él esperaba.

–Teníamos una visión del mundo diferente. El tenía una visión muy antiperonista, muy gorila. Y él si bien en el ’61, ’62 se fue de la Marina, siguió teniendo relación con los compañeros de esa época. Y el grupo de esa época era almirante en la dictadura. Entonces él repetía lo que los compañeros de él decían. Igual mi hermano estuvo preso y él salió a salvarle la vida. Eso también, porque hay otros que hicieron causa común con los militares y desconocieron a sus hijos. Eso también lo valoro. Pero tuvimos una relación difícil.

–¿Y qué sigue después de la jubilación?

–Ahora estoy haciendo un suplemento de educación de un periódico barrial, La Gaceta de Flores. La idea es difundir los proyectos y las actividades valiosas que se hacen y que nadie está enterado. Y me estoy ocupando de distribuirlo en las 500 escuelas de la ciudad.

–Es una tarea militante...

–Sí.

–Como las 500 cartas de la dictadura...

–Ahora una vez por mes me subo al auto y me pongo a recorrer los distritos.

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sábado, 27 de junio de 2015

Video Difusión - Acerca del Programa de Prevención en Salud Sexual y Procreación Responsable



Descripción: 
Este Proyecto de Extensión Universitaria (PEU) está planteado desde la Cátedra de Clínica de la Licenciatura en Psicología de la FHAyCS de la UADER para ser llevado a cabo en el Centro de Atención Primaria de la Salud (CAPS) “El Charrúa” y en dos escuelas secundarias públicas de la ciudad de Paraná, las mismas son Escuela de Educación Técnica N° 3 “Enrique Carbó” y la Escuela de Educación Técnica N° 2 “Almirante Guillermo Brown”. Las estrategias aquí planificadas tienden al trabajo interdisciplinario, interinstitucional y coordinado con el objetivo principal de mejorar las condiciones de vida de la población del área programática en general y en particular las condiciones de Salud Sexual en mujeres y adolescentes que son los dos grupos primordiales que presentan vulnerabilidad física, psicológica, social y económica. Se plantean estrategias tendientes al fortalecimiento del equipo de salud, a facilitar el acceso de los usuarios a los servicios y programas de Salud, a realizar intervenciones clínicas con el objetivo de favorecer la capacidad de intervención en políticas sociales. Además como propuesta de extensión desde la Cátedra, se pretende generar una actividad coordinada y supervisada de inserción de los alumnos avanzados de la carrera o recientemente recibidos para acercarlos a la práctica en el terreno de la clínica como un primer contacto profesional. En relación a los becarios el objetivo fundamental es insertarlos en la práctica clínica en instituciones públicas de salud y educación con la supervisión de los docentes de la cátedra. Desde esta se presenta a la Psicología Clínica como un campo científico aplicado, en la cual la especificidad del rol profesional requiere de una formación adecuada.

martes, 9 de junio de 2015

MONOGRAFÍAS 2015

Selección de Monografías 2015, del Seminario 1 "Psicología Social en el Campo Educativo"
  1. LLoréns, Laura / Descargar
  2. Paiva, María Virginia / Descargar

martes, 2 de junio de 2015

La Tercera Guerra Mundial

Martes, 02 de junio de 2015

Por Jorge Elbaum * 

La escena tiene poco de pedagógica. Un salón de actos de un colegio privado de la ciudad de Buenos Aires, ubicado en la calle Yatay, en el barrio de Almagro, y un auditorio de cientos de alumnos abarrotados ante la recordación del fin de la Segunda Guerra Mundial. En el escenario –sustituyendo a una directora adusta y gravosa–, un “pensador” de la derecha argentina se empodera de profetismo apocalíptico y advierte ampulosamente a los jóvenes: “Todos ustedes lo saben: estamos hablando desde el marco de una Tercera Guerra Mundial. Ya ha comenzado. La Argentina ha tenido el triste honor de ser uno de los países donde la Tercera Guerra Mundial puso de manifiesto su índole, y el no esclarecimiento de lo ocurrido en la AMIA, coronado como encubrimiento por el asesinato del fiscal (Alberto) Nisman, prueba hasta qué punto es peligrosa la complicidad que la no búsqueda de la verdad puede generar con los promotores de esta guerra tan particular, que no se caracteriza por la confrontación entre ejércitos convencionales”.
Dicha alocución, enunciada por Santiago Kovadloff a mediados de mayo –y reproducida por las redes sociales como una pieza de lucidez geopolítica–, produjo un revuelo entre los participantes del acto. “Si realmente estamos frente a una guerra mundial –se preguntaba una docente a la salida de la escuela– y los muertos empiezan a apilarse a pocas cuadras de acá, en Puerto Madero, debe ser hora de defenderse”. Un alumno de cuarto año afirmó, luego del incendiario discurso: “Los que hacen esta guerra son los terroristas, los musulmanes, los árabes, los iraníes...”, contribuyendo a desatar la paranoia montada sobre el cadáver del ex fiscal.
La irresponsabilidad de la arenga bélica desatada en una escuela, amparada además por el megáfono de la legitimidad “cultural” que otorga la institución, dejó absorto a más de uno de los estudiantes presentes. La construcción de fantasmas, internos o externos, instituidos a base de paranoia, ha sido históricamente uno de los mecanismos más eficaces para inventar enemigos. Y ha sido también el dispositivo inicial para cosificarlos y deshumanizarlos: cuando la actitud defensiva y el miedo se apoderan de un actor social, aparece como necesario el mecanismo de segregar, perseguir y excluir. La escuela debería ser pensada y actuada como un espacio para el encuentro y la tramitación pacífica de los conflictos, pero los popes letrados de la derecha vernácula se empecinan en sumar las aulas educativas a la promoción perversa del miedo y del odio. Nuestra historia salpica de ejemplos en los que la estigmatización –interna y/o externa– ha sido caldo de cultivo para perseguir y quitar derechos.
La “hora de la espada” frente a esta tercera guerra mundial a la que hace referencia Santiago Kovadloff, es coherente con la defensa que realizó en abril del año pasado en relación a Vicente Massot: el barbado bahiense, propietario del periódico La Nueva Provincia desde el cual –hasta el día de hoy– se defiende la última dictadura militar genocida, fue amparado por la denominada “Academia Nacional de Ciencias Morales” cuando la Justicia acusó a Massot por la complicidad en la desaparición de delegados de su diario. En aquella ocasión, dicha Academia repudió la apertura de la causa contra Massot, pese a que el acusado era, desde el año 1975, el encargado de la relación con el personal del diario y siendo que en 1976 desaparecieron los dos delegados de esa empresa editorial familiar.
Entre quienes acompañaron a Kovadloff en la defensa de Massot figura Manuel Solanet, ex viceministro de Economía de la dictadura, y Carlos Escribano, hombre fuerte del diario La Nación, quien intentó sin éxito extorsionar al ex presidente Néstor Kirchner al inicio de su mandato. Pero el dato quizás más simbólico reside en el hecho de que Kovadloff defendió sin miramientos a quien fuera en los años ’70 el secretario de redacción de la publicación más judeofóbica de la historia argentina: la revista Cabildo.
Otro de los alter ego de Elisa Carrió, en lo referente a la siembra de “malas noticias” es el literato Marcos Aguinis. El psiquiatra cordobés es descripto por muchos aficionados como el atacante central del seleccionado de la derecha liberal local. Junto a Kovadloff se disputan el segundo puesto –luego de Lilita– en la fabricación de peligros y cataclismos supuestamente emergentes. Aguinis publicó recientemente una columna de opinión en su periódico de referencia (La Nación), en la que compara el Islam con el hitlerismo. La brutal sutileza de su artículo radica en que no hace ninguna diferenciación entre el Islam (religión que tiene 1800 millones de adeptos en el mundo) y lo que él denomina “islamismo”, avalando la confusión entre el extremista Estado Islámico y el resto de los musulmanes del mundo que repudian –pero sobre todo sufren en carne propia– las lapidaciones cometidas en nombre de la Shaharía. La burda comparación entre el Islam y el nazismo podría ser simplemente una provocación reaccionaria si no fuese por el hecho de que esos mil ochocientos millones de musulmanes están siendo estigmatizados por personeros de la palabra como Aguinis. Alguien dijo, años atrás, que los musulmanes europeos de hoy están siendo tratados como los judíos en la década del veinte del siglo pasado. Y no hay huevo de la serpiente más eficaz que ir culpabilizando de a poco a quienes únicamente pretenden vivir su fe sin ser desacreditados. Aguinis completa la negación y la invisibilización de su enemigo al afirmar en el artículo de marras que: “La confusión y la hipocresía se manifiestan con intensidad al acuñarse la palabra islamofobia. No hay tal. En Europa viven más de veinte millones de musulmanes que pueden acceder a todos los derechos”.
Apreciaciones como la antedicha aparecen como un calco de aquellas formuladas por los responsables cosacos y las juventudes hitleristas cuando eran interrogados sobre la situación de los judíos en Europa a principios del siglo XX. Hoy en día, todos los organismos de derechos humanos del viejo continente ranquean la islamofobia como la forma más presente de la discriminación, que genera resentimiento y malestar entre aquellos inmigrantes obligados a convertirse en refugiados al escapar de los conflictos armados, principalmente niños y niñas, mujeres y personas ancianas.
Tanto Kovadloff como Aguinis han caracterizado las polémicas políticas de los últimos doce años como una muestra de “crispación”, llegando a catalogar a los debates democráticos como ejemplos de intolerancia. No deja de ser llamativo que, paralelamente, anuncien guerras mundiales o invisibilicen a las víctimas de la discriminación sin considerar dichos posicionamientos como mecanismos de intimidación. Para Aguinis trabajar para Massera no supone una forma de violencia simbólica hacia los desaparecidos y sus familias. Para Kovadloff defender al secretario de redacción de Cabildo tampoco. Ambos han decidido indignarse frente al debate público sin avergonzarse por promover el odio a través de discursos guerreristas que necesitan construir un enemigo para canalizar sus fantasiosos miedos.

* Sociólogo. Ex directivo de la DAIA.

Fuente: Página|12

La segregación manicomial

Martes, 02 de junio de 2015 

En su informe 2015 sobre DD.HH. y sociales, el CELS cuestiona a los gobiernos nacional y porteño por el incumplimiento de la Ley Nacional de Salud Mental. El primero, por dificultar la aplicación y el segundo, por promover la privatización.

Por Pedro Lipcovich
 
El CELS cuestionó a los gobiernos de la Nación y de la Ciudad de Buenos Aires en cuanto al cumplimiento de la Ley Nacional de Salud Mental. Al primero, porque el Plan Nacional de Salud Mental del Ministerio de Salud mostraría “una posición ambigua, si no resistente” ante la ley, “cuya meta es el cierre de los manicomios en 2020”. Al segundo, porque “para el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, la política de salud mental es manicomial”, con “los modelos de segregación propios de las instituciones asilares”. En el Plan Nacional, la sustitución de los hospitales monovalentes por dispositivos con base en la comunidad, requerida por la ley, habría quedado desplazada por una “adecuación” que preservaría la institución manicomial. En la Ciudad, intentos de impulsar la atención comunitaria fueron desarticulados por el gobierno porteño, cuyo propósito sería mantener las internaciones manicomiales “tercerizándolas en servicios privados”. En la Ciudad, el 80 por ciento de los recursos en salud mental se destinaría a “los monstruos manicomiales”. Y, en todas las jurisdicciones, se vendría desestimando la persistencia de instituciones privadas que desarrollan prácticas manicomiales.
Las observaciones del CELS ocupan un capítulo de su Informe 2015 sobre derechos humanos y sociales en Argentina, según el cual el Plan Nacional de Salud Mental, elaborado por la Dirección Nacional de Salud Mental y Adicciones, “no hace referencia a ninguno de los mandatos de la Ley Nacional de Salud Mental, cuya meta es el cierre de los manicomios en 2020”: “no se hace referencia directa a la sustitución de hospitales monovalentes ni a la vulneración de los derechos humanos de las personas que viven en los manicomios”, y señala una “ausencia de políticas que favorezcan la inclusión social”.
El CELS señala que el Plan plantea “una adecuación” de las instituciones monovalentes y que “concebir la sustitución indicada por la Ley de Salud Mental como mera transformación es una postura que pretende preservar estas instituciones: la ley establece sustituirlas y no transformarlas”. En el Plan, “no se nombra a los psiquiátricos monovalentes y aparecen en su lugar las expresiones ‘efectores públicos’ e ‘instituciones públicas’. De esta manera, se cambia el eje de la evaluación al ordenar sustituir lo público, en lugar de sustituir los psiquiátricos monovalentes, sean públicos o privados”, según el CELS.
Además, afirma el CELS, en el Plan se harían equivaler las categorías “incluidos en un hogar” y “en dispositivos residenciales comunitarios”, lo cual “borra las di ferencias entre situaciones bien distintas. El ‘hogar’ es una institución total basada en un paradigma que tiende a obturar la inclusión social. Proponer el pasaje de pacientes a los hogares, habilita la reproducción de las lógicas restrictivas de la libertad.” “El resultado es una posición ambigua, si no resistente, ante la obligación de implementar la ley.”
En la Ciudad de Buenos Aires, el informe denuncia “dos hechos que dan cuenta de la política pública de salud mental”. Uno de ellos es “la desarticulación del Programa de Atención Comunitaria (PAC) de Niños, Niñas y Adolescentes con Trastornos Mentales Severos”, que “había ayudado a mantener a más de trescientos niños en su medio familiar y evitar internaciones”. Un segundo hecho fue el intento de licitación de un “servicio de internación prolongada de pacientes psiquiátricos”, que vendría a mantener las internaciones prolongadas “tercerizándolas en servicios privados”. Esta licitación pudo frenarse gracias a “acciones legales de la Asesoría General Tutelar y de organizaciones de la sociedad civil”.
También señala en la Ciudad “la privación de recursos”, ya que “más del 80 por ciento del presupuesto se asigna a las cuatro grandes instituciones psiquiátricas: Borda, Moyano, Alvear y Tobar García, librando apenas un 20 por ciento para los dispositivos ambulatorios y los programas que apuntan a la reinserción en la comunidad”. “Cada año se observa un aumento de lo asignado para los hospitales monovalentes”, mientras que “se quitan recursos a dispositivos de tipo ambulatorio como los centros de salud mental y el Programa Talleres Protegidos”. Además, en los hospitales monovalentes, la distribución presupuestaria “privilegia los servicios de internación por sobre los ambulatorios”.
Se refiere también a una desfinanciación de los Cesac porteños, centros de atención primaria “en los cuales debería apoyarse la respuesta sanitaria sobre la base de la comunidad como alternativa a la internación”: sólo en cuatro de ellos aumentó el presupuesto. Y en los hospitales generales, la salud mental “ocupa menos de un uno por ciento del presupuesto y no encontramos información sobre qué implica concretamente”. En resumen, “para el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires la política de salud mental es manicomial y está sesgada por los modelos históricos de segregación propios de las instituciones asilares”. La caracterizan, según el CELS, “la defensa orgánica del hospital psiquiátrico y el desmantelamiento de la oferta descentralizada”. Como consecuencia, “sin una red comunitaria que despliegue la atención primaria, las personas quedan a expensas de las lógicas de una institución de poder totalitario que sostiene prácticas abusivas”.
Finalmente el CELS advierte que “la Ley Nacional de Salud Mental puede ser letra muerta si no existen prácticas institucionales que lleven adelante el proceso de transformación”. Página/12 intentó comunicarse con los ministerios de Salud de la Nación y de la Ciudad de Buenos Aires, pero no obtuvo respuesta.

Fuente: Página|12

martes, 5 de mayo de 2015

Ciclo de Talleres "Diálogos en la comunidad"





Esta propuesta del Centro de Mediación de la Defensoría del Pueblo tiene como objetivo brindar aportes concretos y reflexiones constructivas a la convivencia cotidiana / Son Talleres gratuitos e independientes uno de otro, y abiertos a todo público.

En esta primera instancia, la Lic. María Gabriela Rodríguez Querejazu presentará el Taller "Cultura de paz y rol del tercer lado", fundamento a la vez de todo nuestro trabajo.
Serán luego encuentros mensuales, y para participar de cada instancia es necesario inscribirse al correo: dialogoscomunidad@gmail.com
Este primer encuentro tendrá lugar el día jueves 14 de mayo, de 16 a 20 hs, en el Museo Histórico Martiniano Leguizamón (Laprida y Buenos Aires). Se recibirán solicitudes de inscripción hasta el día 12 de mayo en el correo dialogoscomunidad@gmail.com completando la ficha adjunta. El resto de los encuentros se realizarán en la Casa de la Ciudad (San Martín 958)
Por consultas comunicarse a ese mismo correo o dirigirse al Centro de Mediación: Monte Caseros 161 / Tel.: 4211029

|| Fuente: (CAPER)