lunes, 29 de diciembre de 2014

PSICOLOGÍA SOCIAL Y VIDA COTIDIANA

 El término chivo emisario tuvo origen en el famoso ritual de los hebreos, descrito en el Libro del Levítico (16: 20-22). En el Día del Perdón se elegía al azar un macho cabrío vivo. El Sumo Sacerdote, vestido con una túnica de hilo, apoyaba sus manos sobre la cabeza del cabrón y confesaba sobre él las iniquidades de los hijos de Israel. Los pecados del pueblo eran así transferidos simbólicamente a la bestia, que luego era conducida al desierto, dejándosela ir. La gente se sentía purgada y, por el momento, libre de culpas. 
      También los antropólogos han descrito otras costumbres supersticiosas que tenían el mismo propósito. La esencia de todos estos procedimientos era transferir la culpa por medio de un rito mágico. Estos actos siempre han estado asociados con actitudes agresivas y sumamente punitivas. En algunas ceremonias con chivos expiatorios que terminaban con la muerte sacrificial de la víctima escogida, esta agresividad se manifestaba claramente. 
      Es posible que la notoriedad de estas ceremonias homicidas tiendan a distorsionar el sentido del término chivo emisario. Desde los tiempos más antiguos, perdura la noción de que la culpa y la desventura pueden ser desplazadas de las espaldeas de un hombre a las de otro. El pensamiento animista confunde lo que es mental con lo que es físico. Si un hato de leña puede ser transferido, ¿porque no el peso de una pena o de una culpa? 
     El término se aplica hoy en día de una manera no demasiado literal, para denotar simplemente el supliciado de sentimientos agresivos, para descargar en él lo que no puede hacerse abiertamente contra el verdadero blanco de estos sentimientos. Un chivo emisario en este sentido trunco, es el receptáculo de la agresión desplazada. Es más cercano definir al chivo emisario como la persona a quien se hace sufrir la carga de la culpa desplazada.

      Actualmente tendemos a rotular este proceso mental con el nombre de proyección. Vemos en otras personas el miedo, la ira, la codicia que residen primariamente en nosotros mismos. No somos nosotros los responsables de nuestras desventuras, sino otras personas. En nuestro lenguaje cotidiano reconocemos este defecto con las frases “El que recibe los bifes”, “echarle la culpa al vecino” o “chivo emisario”. Lo más semejante a un “chivo emisario para todo servicio” son los grupos religiosos, étnicos o raciales. Al tener permanencia y estabilidad, puede otorgárseles un status definido y puede colgárseles un estereotipo como grupo. Un negro determinado puede tener más antepasados blancos que de color, pero lo que necesita es una raza “con supuestos sociales”, y es por ello que se lo incluye arbitrariamente. A veces el proceso es inverso. Un alcalde de Viena, durante los días del régimen nazi, quería acordarle un privilegio a un judío prominente. A la objeción de que su beneficiario procedía de una familia judía, contestó diciendo: “Me corresponde a mí decidir si es o no judío”. El hecho de que los nazis convirtieran a ciertos judíos privilegiados en “arios honorarios” muestra la importancia que tiene que mantener intacta la minoría perseguida. Mientras esto puede hacerse, es posible pensar que el mal procede de un grupo integrado y personalizado con valores ajenos, y que posee un carácter permanentemente amenazante, que se continúa de generación en generación. Es por esta razón que odio racial, religioso y étnico está más extendido que el prejuicio contra grupos ocupacionales, de edad o de sexo. Se necesitan categorías definidas y permanentes para consolidar un odio definido y permanente. La persecución de chivos emisarios no sólo libera a la persona predispuesta de una sensación opresiva de disgusto consigo mismo, sino que también le proporciona gratificación narcisística y oportunidades de descarga adecuada de agresividad y el saboreo de la fruta prohibida.

      El Dr. Enrique Pichón Rivière sostiene que la idea de chivo emisario es aplicable a cualquier situación grupal. lo describe particularmente en relación al grupo familiar y a las ansiedades como aspectos negativos o atemorizantes asumidos, indicando que cuando en una familia un sujeto "se ha hecho cargo de las ansiedades del grupo, se configura la situación de 'chivo emisario'. El sujeto se defiende entonces de la ansiedad apelando a los mecanismos o técnicas del yo. Si este recurso adaptativo falla, hace su eclosión la enfermedad, con la consiguiente segregación del paciente, abandono del rol, dificultad en la reintegración del miembro enfermo, etc." "Un enfoque inmediato y pluridimensional de la situación de enfermedad, facilitará una redistribución de ansiedades, liberando al paciente de la 'ansiedad global' que había asumido, en un intento de 'preservación' del grupo".

      Es un rol adjudicado y asumido por un miembro del grupo por el cual éste "se hace depositario de los aspectos negativos o atemorizantes del mismo o de la tarea", en un acuerdo tácito donde se comprometen tanto él como los otros miembros, llamados expiadores, que lo segregarán. Chivo emisario, portavoz y líder.- No deben confundirse los roles de chivo emisario y portavoz, por cuanto a veces suelen ser asumidos simultáneamente por una misma persona, como por ejemplo por el miembro considerado enfermo dentro del grupo familiar. Una cosa es expresar lo que pasa en el grupo (portavoz), y otra es hacerse cargo de los aspectos negativos de éste (chivo emisario). En relación con el liderazgo, cabe consignar que ambos roles, el de chivo emisario y el de líder "están íntimamente ligados, ya que el rol de chivo surge como preservación del liderazgo a través de un proceso de disociación o splitting necesario al grupo en su tarea de discriminación". En efecto, la existencia de un chivo emisario procura al grupo la posibilidad de disociar los aspectos buenos del grupo de sus aspectos malos, proyectándolos en dos roles distintos: el de chivo emisario y el de líder, respectivamente. 


 Ernesto Moya –Psicólogo Social-

Bibliografía: La naturaleza del prejuicio –Gordon W. Allport- 
El proceso Grupal- Enrique Pichón Rivière
The Scapegoat Motif in Society and its Manifestations in a Therapeutic Group, International Journal of Psychoanalysis, V. XXXIV, 1953. Bethlem Royal Hospital y Maudsley Hospital, Londres.
 
 

lunes, 8 de diciembre de 2014

El sexismo de la ciencia

08 de diciembre de 2014

 

Los contenidos y el quehacer investigativo estuvieron siempre centrados en el hombre. Esta doctora en filosofía e historiadora de la ciencia pone en crisis ese paradigma: rescata el aporte femenino, muestra por qué la presencia de la mujer siempre fue desvalorizada en ese ámbito y explica con casos concretos cómo la perspectiva de género cambia una disciplina científica.


Por Verónica Engler
 
Eulalia Pérez Sedeño fue la gestora y promotora de un Primer Congreso de Ciencia, Tecnología y Género realizado hace casi dos décadas en Madrid, España. “El primer congreso que hicimos era nacional, y lo monté con la idea de pensar desde nuestro propio lenguaje, nuestros problemas de aquí y no tanto a partir de lo que planteaban las norteamericanas. Y aparecieron unas ‘locas’ argentinas y mexicanas que dijeron que querían participar, porque tenían cosas que plantear”, recuerda. Entre esas “locas” estaba la doctora en filosofía Diana Maffía, una de las creadoras de la Red Argentina de Ciencia, Género y Tecnología (RAGCyT), junto a las doctoras Silvia Kochen (neuróloga) y Ana Franchi (química), las tres investigadoras del Conicet. Gracias a este trío, el segundo congreso (1998) se convirtió en Iberoamericano y se realizó en la ciudad de Buenos Aires, y desde entonces el encuentro se realiza cada dos años alternativamente a un lado y otro del océano. La iniciativa creció y ahora ya cuentan con una red formal: la Red Iberoamericana de Ciencia, Tecnología y Género (RICTyG), con financiamiento de Cyted (Programa Iberoamericano de Ciencia y Tecnología para el Desarrollo).
De paso por Buenos Aires, rumbo al X Congreso Iberoamericano de Ciencia, Tecnología y Género –con sede en Asunción, Paraguay–, Pérez Sedeño señala un principio básico del área en la que trabaja: “Los estudios sobre ciencia, tecnología y género comparten un objetivo político: la oposición al sexismo y androcentrismo reflejados en la práctica científica”.
–¿Puede explicar cuáles son los sesgos sexistas y androcéntricos en los contenidos y la práctica científica? –Lo androcéntrico es que está centrado en el hombre, históricamente siempre ha sido así, pero hablamos de sexista cuando ya hay un aspecto más peyorativo que marca al sexo femenino como peor, subordinado e inferior. Son muy diversos estos sesgos, pero podríamos decir que corresponden a tres tipos. Por un lado está el propio contenido de la ciencia, que utiliza muchas veces metáforas muy sexistas, como por ejemplo cuando se habla de la reproducción se presenta el óvulo como la bella durmiente que está esperando al aguerrido guerrero, el espermatozoide, que llegue y la despierte. Y hay muchas metáforas de ese tipo en la ciencia. Luego están los sesgos metodológicos, como cuando en medicina los ensayos clínicos se hacen con muestras que no incluyen mujeres, o que no incluyen embarazadas, o que no incluyen mujeres de determinada edad. Y luego están los sesgos propios de la ciencia como tal, en el sentido de que ciertas críticas metodológicas nos han llevado a replantear la idea de ciencia que tenemos, que es una idea muy jerárquica y autoritaria. Esto nos ha llevado a plantearnos la ciencia como una empresa mucho más colaborativa donde la objetividad se alcanza a través de la crítica intersubjetiva en las comunidades científicas, y donde la participación de todos y todas es necesaria para llevar a cabo la empresa científica.
–¿Qué aporta el feminismo a la mirada sobre la ciencia? –Pues aporta todo, es una teoría que fundamentalmente mira críticamente esta ciencia y lo que hace es, por un lado, analizar velando porque ese sexismo y ese androcentrismo en la ciencia no se produzca, pero también plantea una reflexión a un nivel más amplio sobre el tipo de ciencia que queremos, y el tipo de investigaciones que queremos llevar a cabo.
–¿Qué cambios le parece que produjo el feminismo tanto en la comunidad científica como en los propios contenidos de las disciplinas? –Creo que ha provocado muchos cambios en muchas disciplinas. Por ejemplo, en la teoría de la evolución se pensó durante mucho tiempo que el motor evolutivo había sido la caza llevada a cabo por el hombre cazador, y eso se basaba en evidencias fósiles, como puntas de flecha, que habían quedado. Pero, precisamente, un grupo de biólogas evolucionistas no satisfechas con el papel que se les asignaba a las mujeres en la evolución empezaron a mirar desde otra perspectiva el registro fósil y a buscar otro tipo de evidencia, y a ver que en muchos casos la evidencia se podía interpretar de diversas maneras, con lo cual eso también ha llevado a una reconfiguración de la idea general de ciencia. Y entonces, ellas propusieron la hipótesis de la mujer recolectora, porque decían: “Bueno, la caza de los grandes animales sería algo extraordinario, ocasional, mientras que en el día a día habría que recoger bayas, frutos, pequeños animalitos, y esto seguramente que lo podían hacer las mujeres”. Fijándose además en tribus contemporáneas que hacían cosas semejantes a nuestros antepasados. Entonces pensaron que las mujeres seguramente inventaron instrumentos también muy fundamentales para el desarrollo, para la evolución de la especie humana, como pueden ser cabestrillos para llevar a los niños, mientras se hacían esas labores de recogida, o cestos. Pero eso se hacía con vegetales, entonces no queda en el registro fósil. Y de hecho hoy en día ya no se habla de la hipótesis del hombre cazador, ni de la hipótesis de la mujer recolectora, sino de la hipótesis de las sociedades cazadoras-recolectoras. La ciencia es un conocimiento situado, que se hace en un tiempo y en un lugar, y los seres humanos que practican la ciencia pueden pertenecer a varias comunidades, políticas, religiosas, académicas. Entonces es muy importante, y eso es un aporte del feminismo, el ver que las pertenencias a estas diversas comunidades intervienen en el desarrollo de nuestra ciencia. Hay varias perspectivas feministas en ciencia, pero yo creo que prácticamente todos los feminismos admiten el conocimiento situado.
–Las primatólogas tuvieron un rol importante en este cambio de perspectiva en la ciencia, ¿verdad? –Sí, pero muchas de las primatólogas no se reconocieron en ese momento como feministas. Creo que es una disciplina muy típica donde se ve que la presencia mayoritaria de mujeres cambia por completo la disciplina. En los años ‘60 no había mujeres haciendo primatología, y en los años ‘90 alrededor del ochenta por ciento de los doctorados que se hacían en primatología eran de mujeres, y han hecho muchas cosas desde Jane Goodall (sus observaciones sobre la conducta instrumental de los chimpancés, sus hábitos de caza, su inteligencia, sus emociones y su personalidad individual revolucionaron la biología y nuestra percepción sobre los otros primates). Una de las cosas que hizo Jane Goodall fue darse cuenta de que los chimpancés utilizaban elementos perecederos. Ahora todo el mundo ha visto los documentales donde el chimpancé mete el palito (en un termitero) y lo saca lleno de termitas, pero ésa fue una de las primeras observaciones que hizo Goodall. Y se le ocurrió, y también a las evolucionistas, que a lo mejor las mujeres (en la prehistoria) también usaban ese tipo de instrumentos para escarbar. Han hecho muchas cosas, por ejemplo observar a los primates en libertad, porque antes por lo general se observaban en cautividad. Otra de las cosas importantes ha sido desarrollar protocolos de observación, y observaban no sólo centrándose en la figura del macho dominante, sino en otras figuras. Además comenzaron a observar muchas más especies diferentes, porque antes se observaban a una serie de primates que no eran arbóreos, los que eran terrestres, que eran los más fáciles de observar, y en concreto es un grupo de primates que tienen un macho dominante, machos periféricos y hembras. Pero ahora se sabe, gracias a la observación, que las sociedades de primates son muy variadas, como sucede también con las humanas. Por ejemplo, están los orangutanes de Borneo, que los estudió Birute Galdikas, que forman familias. Hay otra especie que estudió Jane Altman, que fue la que desarrolló los protocolos de observación, en la que quien marca la jerarquía es la hembra y las hijas heredan la jerarquía de la madre, y los machos son los que migran a otro grupo cuando se hacen adultos. Lo que hicieron los protocolos de observación fue tremendo, porque antes cada primatólogo o primatóloga observaba lo que le parecía. Los protocolos establecían que había que observar a cada uno de los miembros de la manada, lo que hacían, incluso consignar lo que no hacían. Eso permitió comparar entre especies.
–¿En qué sentido esa variedad de observaciones que se abrieron en la primatología aportaron a las perspectivas feministas sobre la ciencia? –Es muy importante, porque lo que se hacía era observar a los primates porque se pensaba que observar las especies de las que provienen los seres humanos nos podía dar la pauta de por qué somos así, explicar un poco la conducta actual. Por eso se consideraba que como en estas especies que se observaba inicialmente el macho dominante era muy agresivo, pues era normal que en nuestras sociedades dominaran los varones, que nuestra sociedad fuera agresiva. Entonces, al ver que había tal variedad, eso ha ayudado a no justificar la dominación del varón con respecto a la hembra, ampliar la mirada sobre la diversidad de nuestras culturas, de nuestras conductas.
–Históricamente se ha situado la objetividad y la razón del lado masculino, y la subjetividad y el sentimiento del femenino. En esta división del trabajo emocional e intelectual, la ciencia quedó para los hombres. –Sí, son estereotipos que tenemos muy arraigados, y es muy difícil eliminarlos porque son estereotipos culturales que están ya en los mitos de la creación, está ya en el mito de Adán y Eva de cómo se crea a la mujer, que dicen que la crean de una costilla de Adán, aunque aparece otro relato de la creación del ser humano en la Biblia, pero el que ha tomado la Iglesia Católica es ése. Esos mitos están muy arraigados dentro del imaginario colectivo y es muy difícil erradicarlos, por eso es importante una conciencia crítica para plantearse que eso no es así.
–Además, esta división trae como correlato una idea sobre la construcción del conocimiento científico, como escindido de la emocionalidad. –Exacto, algo separado de uno mismo, que no puede una mantener un contacto porque lo vicia. Yo creo que ahí hay un error entre entender la subjetividad como lo contrario a la objetividad en el sentido de que algo que es objetivo es justificado y lo que es subjetivo no es justificable. Eso lleva a la idea de que la ciencia es algo que está completamente separado de uno mismo, y viene dado por la creencia, en mi opinión errónea, de que la ciencia es algo imparcial y valorativamente neutro. Es decir, que en la ciencia no intervienen más valores que los que tengan que ver con la verdad y la evidencia empírica, y que valores políticos, económicos, sociales e ideológicos no tienen cabida. Pero eso no tiene sentido, porque desde el momento en que la ciencia la hacen las personas que están en una situación concreta, que pertenecen a diversas comunidades, que tienen una serie de valores, pues esto tiene que impregnar de alguna manera las prácticas científicas que se hacen. Pero para asignarle cierta objetividad a esas creencias nuestras tenemos que hacer una crítica, pero una crítica de todos, no vale la autoridad de una sola persona o de un solo grupo, sino que tiene que hacerse una crítica intersubjetiva en toda la comunidad científica.
–Hasta no hace tanto, cuando se hablaba del rol de las mujeres en la historia de la ciencia y la tecnología, solía destacarse primero la escasez. Pero en realidad, los estudios más recientes muestran que las mujeres no fueron tan escasas, sino que tal vez han estado en lugares menos visibles o en roles más marginales. ¿Es así? –Bueno, no tan marginales. Porque lo que sucede a veces es que tendemos a ver a la historia de la ciencia con los ojos del presente. Por ejemplo, en una época en la que no existía la fotografía, la manera de hacer llegar a los científicos las nuevas especies de flora y de fauna, para que las pudieran estudiar, era a través de dibujos, de pinturas, y hay muchas ilustradoras científicas, y eso no es marginal ni mucho menos. En realidad lo que no hay son mujeres en las historias de las ciencias que se han escrito, que tampoco es tan exacto, porque hay algunas historias específicas sobre mujeres en determinadas disciplinas. Pero por lo general en las historias que se han escrito hasta muy recientemente casi no aparecían mujeres, sólo estaban Marie Curie, Hipatia y alguna más. Y esto es así porque, entre otras cosas, se tenía una concepción de la historia de los grandes nombres, que además eran de varones. Pero cuando se ha empezado a prestar atención a otras prácticas, a darse cuenta de que la ciencia no es sólo una teoría, sino que la ciencia está compuesta por muchas otras cosas, por los libros de texto, los libros de divulgación, las prácticas de laboratorio, las ilustraciones y todo lo que se pueda imaginar alrededor de la ciencia, entonces ahí se ve la aparición de mujeres. Un ejemplo muy curioso es el de las mujeres del Observatorio de Harvard, que parecía que quien había hecho todas las observaciones de los espectros estelares era (Edward) Pickering, pero resulta que había un montón de mujeres trabajando, muchas de ellas de primera fila, como Henrietta Leavitt, que fue en quien se basó (Edwin) Hubble para llegar a la constante de Hubble. Y como ése hay un montón de ejemplos. Entonces, hay más de las que se piensan, pero es verdad que no hay tantas como hombres, porque, para empezar, no se les permitía el ingreso a las universidades hasta fines del siglo XIX principios del XX, entonces también es normal que no hubiera, porque muchas de estas mujeres eran autoeducadas o educadas en sus casas, porque tenían un padre o un hermano que se dedicaban a temas científicos, o se casaban con alguien con quien poder continuar sus investigaciones.
–Está más que comprobado que las científicas durante el de-sarrollo de sus carreras tienen inflexiones que los hombres no tienen. Por ejemplo la maternidad hace mella en los currículums de las mujeres, mientras que la paternidad no suele afectar la trayectoria académica de los varones. Esta cuestión sobre todo tiene que ver con la división del trabajo doméstico, por lo menos en el marco de una pareja heterosexual, un problema que claramente excede a la comunidad científica y se extiende a toda la sociedad. ¿Usted notó algún cambio en la última década con respecto a este tema? ¿Pudo observar la promoción de políticas orientadas a paliar esta situación? –Yo creo que se ha mejorado algo, por lo menos en algunos países en los que las licencias por maternidad y paternidad son compartidas. Pero por ejemplo en España, aunque existe la posibilidad de que el hombre se tome parte de la licencia, sistemáticamente se la toman las mujeres. La cosa no está para nada equiparada, lo que sucede es que cuando un hombre hace algo en el ámbito doméstico se ve más que cuando lo hace una mujer. Yo creo que se ha adelantado algo porque por lo menos algunos hombres de las nuevas generaciones comparten mucho más el cuidado de los hijos y las labores del hogar, pero desde luego, no hay igualdad. Y hay otra cosa, que ya atañe específicamente a las científicas. En determinadas disciplinas pasarse seis meses fuera (por licencia de maternidad, por ejemplo) afecta mucho. Por eso yo creo que son muy importantes las medidas positivas, las medidas de apoyo a las mujeres investigadoras. Nosotros tuvimos una idea buenísima en mi institución, era que cuando una mujer se reincorporaba luego de una licencia prolongada, se le asignaba un ayudante para que se pudiera poner al día en su disciplina. Era una cosa que teníamos aprobada en el Plan de Igualdad, pero llegó la crisis y no se pudo hacer.
–En general, a la hora de informar o divulgar sobre ciencia suele haber una cierta descontextualización, se habla de descubrimientos, de grandes hallazgos, y parece que los hechos sucedieron ayer. Y en esta descontextualización también se suele omitir la división del trabajo que se da hacia dentro del sistema científico: las mujeres son mayoría en la base y minoría hacia la cumbre de la pirámide, en donde se ubican los puestos jerárquicos, se concentra la toma de decisiones y se cuenta con mayores recursos. Estos son los lugares de mayor visibilidad, por lo tanto la mayoría de las científicas suelen quedar invisibilizadas para el gran público. ¿Qué influencia tiene esta forma de mostrar la ciencia en la reproducción de un cierto statu quo en el que la imagen por antonomasia de quien hace ciencia es la de un hombre blanco de clase media? –Claro, las mujeres generalmente aparecen detrás de él, o las mujeres rodeando al jefe, que suele ser un hombre. Pero a veces se está teniendo un poco más de cuidado con eso, por lo menos en España. Y creo que eso además daña mucho la imagen de la ciencia en el sentido de que la hace muy lejana para la gente de la calle, del día a día, los presentan un poco como si fueran bichos raros que están en sus laboratorios, en lugar de como seres humanos comunes y corrientes, con sus maravillas y sus miserias como cualquiera de nosotros. Yo creo que esto responde a dos cosas. Primero a que los hombres piensan en hombres a la hora de realizar una entrevista o una nota de divulgación. Pero también creo que como las mujeres cumplen ese doble o triple rol en la sociedad, aparte del profesional, el reproductivo y el del cuidado, pues no les queda tiempo para hacer divulgación. En las revistas de divulgación científica el porcentaje de divulgadores varones es mucho mayor que el de mujeres. Las mujeres cuando acaban el trabajo salen corriendo porque tienen otras ocupaciones, y ellos en cambio establecen vínculos muy fuertes, luego del trabajo se van de copas. Y, claro, es normal que cuando estás pensando en alguien pienses en la persona que tienes más cerca, que es con la que has estado tomándote la cerveza anoche, no piensas en una persona a la que ves menos, aunque esté en el laboratorio haciendo un trabajo igual o más importante que el otro.

Fuente: Página|12

lunes, 1 de diciembre de 2014

Silvia Bleichmar: ¨La escuela es un lugar de recuperación de sueños¨

 

Silvia Bleichmar es una reconocida psicoanalista argentina y en esta ocasión compartimos su opinión sobre lo que le decimos a nuestros hijos cuando no quieren ir a la escuela:


 “…No podemos decirles a los chicos que tienen que ir a la escuela porque así se ganarán la vida. Decirle a un ser humano que tiene que estudiar porque está trabajando para tener trabajo es contradictorio con darle un sentido a la vida. Porque lo que le estamos diciendo es que su vida sólo vale para ser conservada en sí misma, y no para producir algo diferente. Si a un ser humano le decimos que lo único que importa de todo lo que está haciendo ahora es prepararse p
ara seguir viviendo, estamos hablándole a un esclavo y no a un ser humano. Los seres humanos tienen que sentir que lo que hacen tiene algún sentido que excede a la autoconservación. No se le puede plantear a un ser humano que el sentido de su vida está en ganarse la subsistencia, porque eso no es el sentido de ninguna vida. Tenemos que terminar con esta idea que les planteamos a los chicos de que el único sentido de conservar su vida es para que trabajen y sobrevivan: el sentido de conservar su vida es para producir un país distinto en donde puedan recuperar los sueños. Y la escuela es un lugar de recuperación de sueños, no solamente de auto-conservación.”

Silvia Bleichmar. Violencia social – Violencia escolar. De la puesta de límites a la construcción de legalidades. “Subjetividad en riesgo: Herramientas para su rescate” P. 132. Noveduc, 2012

Fuente: Psyciencia 

domingo, 30 de noviembre de 2014

Psicología hecha con barro

30 de noviembre de 2014

Diálogo Abierto: Licenciada Sonia Solari. Explorando la energía. Los síntomas de hoy. Gestalt y Naturaleza



Julio Vallana / De la Redacción de UNO
jvallana@uno.com.ar

Ya cuando integraba un grupo de jóvenes y experimentadoras psicólogas que rompían con la forma y el fondo de la propia formación psicoanalítica ortodoxa –desde la Terapia Gestáltica y corporal– su consultorio lucía atípicamente lleno de almohadones, alfombras y suaves esencias. Ahora, el lugar de la entrevista –y donde la licenciada Sonia Solari desarrolla su profesión al igual que realiza capacitación, junto con su colega Gabriela Achur– ofrece un paisaje igualmente atractivo, natural y cargado de significación y aprendizajes: el Centro de Barro, sede del Centro Gestáltico del Paraná.

 

Energía y emociones

—Hace algunos años me comentaste que estabas profundizando en el conocimiento de la anatomía energética con relación a tu enfoque terapéutico. ¿Continuaste en esa línea?
—Los chakras son los centros de energía del cuerpo y siempre me gustó la mirada del cuerpo físico, con lo cual me es muy cómodo trabajar con ellos. En el cuerpo y la forma está todo lo que hacemos, así que, por ejemplo, mover un brazo o abrir el pecho para respirar y darle lugar a lo afectivo es despertar y desplegar una energía por el centro cardíaco –que tiene que ver con lo amoroso. Cuando se puede seguir articulando lo energético y las emociones con el cuerpo físico, no termina en éste sino que va más allá, al lugar que habitamos en cuanto a cómo lo acomodo, cómo lo arreglo y cómo vivo. Eso lo incorporo y lo llevo conmigo a todo lo que hago y al vínculo con las otras personas. Mi mirada terapéutica y sistémica tiene que ver con acomodar y que funcionen bien, en cuanto a que hay algo que fluye, va, vuelve, es sano, me alimenta y alimento a otros con lo que hago.
—¿En qué fuentes abrevaste para profundizar en el estudio de estos campos de conocimiento tan sutiles?
—Mi formación es en el enfoque gestáltico, el cual mira las emociones, energías y posturas corporales, la plástica, cómo caminamos y hablamos –que en todos los casos es distinto– y lo mental –cómo a través del intelecto y la palabra nos expresamos. Después comencé a profundizar en el movimiento específicamente y articular estos conocimientos, a través de la formación en la Escuela de Río Abierto –en Buenos Aires– cuya directora, María Adela Palcos es psicóloga y se formó con una de las personas que tras la ruptura de (Fritz) Perls (creador de la Terapia Gestalt*) con el psicoanálisis, comenzaron a hablar de que había más cosas además de la palabra, entre ellas las emociones y el expresarnos. No obstante seguí metiéndome porque me gusta investigar a través del cuerpo y despertar mis propios recursos.
—¿Qué conclusiones lograste a medida que dejabas algunas herramientas e incorporabas otras?
—Desde mi lado fui viendo cómo podemos decir, por ejemplo, una frase y acompañarla con un gesto que la avale, y ahí nos damos cuenta que la persona está entera, porque lo que dice con la palabra lo afirma con lo gestual. Pero muchas veces no pasa eso: decimos algo con la palabra y hacemos otros gestos con el rostro, las manos y nuestro cuerpo. Decimos: “Qué abierta que estoy” y cerramos los brazos, o digo: “Hola, cómo te va?” y me doy vuelta y te miro de costado. El comportamiento gestual y los movimientos son la plástica de nuestro cuerpo y acompañan validando o no. Con las enfermedades y los síntomas pasa lo mismo. Me gustó ir encontrando cómo todo nuestro cuerpo se comunica. Como cuando una persona te dice: “Estoy bien, estoy bárbara”, y, por ejemplo, le detectan cáncer. Hace diez años parecía que no había conexión pero hoy hay mucha más información, libros y autores que han escrito sobre todo esto. Ir logrando esas conexiones fue apasionante. En ese caso, la persona dice que está muy bien pero a nivel inconsciente pasan otras cosas. Nuestro cuerpo tiene códigos y no nos damos lugar para escucharlos. Es muy simple cuando puedo decir: “Ah, este síntoma y enfermedad tiene que ver conmigo, qué me estará diciendo.” Sin embargo qué hacemos: corremos eso y vamos al médico para que nos diga qué hacer. El médico a veces se asusta y nos manda a hacer un montón de estudios y análisis. Hoy vi una paciente que se hizo dos estudios de estómago. Le dije que no tiene nada pero ella con cada síntoma y enfermedad acudía al médico. Ahora está aprendiendo que eso le está diciendo algo sobre lo que le pasa.
—Hay casos más extremos.
—Sí, claro, hay gente que se opera y se saca partes del cuerpo, o lo mismo que sucede con la cirugía estética. Es una sociedad y una cultura en la cual lo que molesta e incomoda hay que sacarlo y evitarlo, porque hay que pasar a otra cosa. Cuando en realidad absolutamente todo es información.
—¿La cuestión es qué hacés con esa información?
—Claro; aprendimos a mirar determinada parte de la realidad y…
—Lo que no cuadra se desecha.
—Sí, porque estoy apurado para ir a trabajar… Pero si nos damos permiso para mirar a nuestro alrededor –a la manera de cada uno– es fantástico lo que encontramos. No necesitamos nada.
—¿Qué asociaciones estableciste –más allá del conocimiento milenario que existe– entre los chakras o vórtices energéticos y las estructuras, disfunciones y comportamientos psicológicos?
—Lo que fui descubriendo es que realmente cuando cada uno está en funcionamiento y despierta su funcionamiento, los chakras están en armonía porque están conectados, hay salud y todo funciona como tiene que funcionar –porque nuestro cuerpo lo sabe. Nuestra cabeza se desconecta y piensa sin parar cuando, por ejemplo, la zona de la garganta o el pecho están cerradas. Si cada uno de esos siete centros principales están en movimiento, tienen aire y pueden desplegarse, estamos en armonía y podemos funcionar perfectamente. Si pienso y el resto de mi cuerpo está incómodo y no se mueve, quiere decir que los otros centros de energía no están conectados. Y si el centro raíz no está conectado con la Tierra, estoy despegado de mis raíces y de la energía que me permite descargar y reciclarme. Si mi centro corona no está abierto y disponible para el Universo y otra información, el mundo se limita a mí mismo, entonces soy un gran ego y tampoco aporto.
—¿Cuáles son los bloqueos que más frecuentemente observás y las disfunciones asociadas con ellos?
—Podemos ir de lo más general, como los miedos, los encierros, la violencia, en cuanto cuestiones existenciales que nos atraviesan. Yendo a algo más específico e individual, problemas de tiroides, desde hace algunos años he vuelto a estar en contacto con gente que se enferma y fallece de cáncer, los problemas de intestinos y mucho pánico. Cada síntoma que nos dice nuestro cuerpo es como un regalo, que si le damos lugar nos dice qué es lo que tenemos que abrir para aportar al todo. Cuando no lo escuchamos, es muy grave.

 

Desaprender mandatos

—¿Hubo contenidos terapéuticos que considerabas sólidos y que luego desaprendiste o redimensionaste?
—Mmm, qué pregunta (risas). Eh, bueno, a mí la imagen que me aparece más fuerte tiene que ver con la construcción natural. Tal vez me adelanto al tema.
—No hay problema, es un diálogo abierto.
—Bueno, tuve que desaprender muchos mandatos y desapegarme de muchas formas, con lo que vuelvo a la imagen y a los cuerpos –como formas. Me encantaban los triángulos y de pronto comencé a ver que había círculos, me sentía cómoda con ellos y los incorporaba para trabajar con las personas. O en la forma de caracol, para ir de adentro hacia afuera, de forma circular y donde la energía no se corta y fluye. La Tierra y el Sol lo hacen y nunca se detienen, al igual que los movimientos de la Naturaleza, la sangre de nuestro cuerpo y la respiración. Cuando se aletarga y la energía se acumula –ya sea en nuestro cuerpo o afuera– puede aparecer desde una contractura hasta una enfermedad. La imagen que me apareció cuando me hiciste la pregunta es el comenzar con la construcción natural, nuestro lugar de trabajo –el Centro de Barro–, comenzar a hacer las paredes –que son de ladrillos con cereal, barro, arena y paja, no cocidos y con otras técnicas. Si hay algo que “está mal”, fuera de lugar o que no me gusta, lo desarmás, tirás abajo la pared, la volvés a hacer y diseñás como querés. Fue muy cómico porque la parte de abajo, la plataforma, el piso, es de cemento –lo moderno– así que comenzamos con albañiles. Nos decían: “Hay que echar un hilo para ver perfectamente el nivel.” Lo hicimos una vez… y después seguimos una línea porque ordena, pero si querés cambiar, la cambiás, porque el orden cambió. Haciendo paredes y diseñando aberturas y lugares de luz, comenzás a conectarte con el material que tenés en las manos y con lo que querés hacer. La creatividad que se despierta es infinita. Están los mandatos: “Hay alguien que tiene que hacer mi casa.” Pero se puede hacer de otra forma, no solo sino con otro, no tiene que venir alguien que me diga, sino que le digo: “Necesito esto, cómo lo hacemos, ¿me ayudás?”
—¿En qué te modificó como terapeuta el barro y la luz a través de las botellas?
—En la mirada hacia el otro, en darle más lugar aún. Estamos conformados por distintos cuerpos: la mente, las emociones, la energía, el cuerpo físico y orgánico, y lo espiritual. Estos cuerpos se articulan permanentemente, a veces le damos más lugar a lo físico, a veces a lo mental, no hay un orden determinado sino que tiene que ver con una armonía, una relación entre ellos. Si cuando voy a hacer una pared digo: “No necesito a otro que me diga cómo hacerla o poner una botella para que entre la luz”, sino que pongo la botella y por ella entra la luz. En relación con el otro es lo mismo: no veo a la otra persona que tiene que ser de una forma determinada, por lo tanto mi relación con ella cambia, porque el otro viene y tiene mucho que enseñarme, y yo tengo otro tanto para sugerirle y devolverle, porque al mirar desde otro lugar le puede servir. Con las personas no se trata de desarmar el sistema familiar sino que si me ubico en otro lado tal vez estoy más cómoda, es mejor, puedo sostener mejor a mis hijos, estar de otra manera con mi pareja, ver cómo es la relación con mis padres… Debo permitir moverme y en el correrme seguro que aparece una idea distinta. Nos obligamos, culturalmente, a hacer cosas que no nos hacen bien y nos cuesta salir de allí. Cuando conecto con la incomodidad, me puedo mover.
—¿Cuánto hace que ejercés la terapia?
—Comencé en 1992.
—¿Qué línea del tiempo podés hacer desde ese momento hasta hoy en cuanto a cuestiones que te llaman la atención por épocas?
—Lo que me aparece es un antes y un después de pasar de lo muy mental y el control absoluto, el tratar de explicar todo y no darle lugar al cuerpo y lo emocional, por lo cual el contacto con el otro está muy retirado. Estábamos más aislados. Hemos pasado al poder expresar; con poquito estímulo la gente se da cuenta y lo emocional y espiritual está más a flor de piel.
—¿Eso implica que debiera haber más gente sana?
—No sé, hay cosas que no manejo. Lo que veo es que entramos en una época en la cual somos conscientes de que no somos solo cabeza, no se trata de controlar y de que se haga lo que yo digo sino que formamos parte de algo más grande, y que la tarea es entre todos. Es un pasar del aislamiento y la individualidad a que si no comparto con otro, me enfermo. Si no vivo, si no comento, me olvido de mí. En cuanto a lo de las enfermedades que me preguntabas, encuentro mucho lo de la tiroides, sobre todo mujeres.
—¿Tu explicación?
—La tiroides tiene que ver con la comunicación. Estamos dando los primeros pasos para decir desde el espíritu, desde nosotros mismos, y no responder a algo que debemos responder.
—Dejar de reproducir.
—Claro, o seguir copiando algo que no entiendo para qué lo hago, algo que “otros me dijeron” y no me animo a crear algo distinto. Se está dando que no estamos animando más a crear aunque me equivoque, es otra etapa en la cual nos comunicamos desde otro lugar, sobre lo cual hay mucha necesidad y avidez. Nosotros trabajamos la capacitación en conexión con la Naturaleza y a veces la gente no se quiere descalzar o mojarse porque tiene frío. Son las primeras veces pero después es fantástico porque lo reproducen y se da otra relación con el propio cuerpo y las propias emociones.

 

El espacio y la transformación

—Volvamos al barro: ¿En qué momento comenzaron a imaginar esta construcción y por qué?
—¿De dónde arranco para hacer historia…? Trabajo en el Centro de Barro con mi compañera, socia y colega Gabriela Achur. Venimos desplegando a lo largo de estos años un montón de modalidades de trabajo desde que pasamos del trabajo terapéutico individual a lo grupal –que es la esencia de la Gestalt. Es una filosofía que nos invita a vivir de otra manera, comprometerme conmigo y lo que estoy haciendo. Fieles a eso y como una necesidad, trabajamos en los grupos y con los grupos. Hace varios años creamos la formación en el enfoque gestáltico y uno de los pilares es la conexión con la Naturaleza y todos sus elementos, como parte nuestra y para encontrar parte de mí, con otros.
—¿El contacto con los elementos naturales es parte de la respuesta terapéutica?
—Son parte como herramientas en un principio y ahora son parte mía. En lugar de trabajar sentada en un consultorio, lo hago acá o desplazándonos por la Naturaleza. Son recursos. Una vez Gabi leyó un artículo de Jorge Belanco –un hombre de El Bolsón– quien comenzó a respetar los lugares y difundió la construcción natural, la cual es un área dentro de la filosofía de la Permacultura, que dice que donde vivimos debemos cuidar el espacio para nuestro presente y nuestro futuro. Todo esto y la Gestalt son parientes, hermanos de sangre. Nos fuimos a San Luis a verlo a Belanco, donde daba un curso para gente iniciada. Allí encontramos a Diego y Nati –una familia hermosa– y con ellos y otra gente nos iniciamos en la construcción natural y su filosofía de que cuidar afuera –el lugar– es cuidar adentro –el cuerpo. Todo esto ampliaba nuestra forma de trabajo. Tres años atrás habíamos comprado estos dos terrenos. Vinieron los chicos de San Luis a coordinar un taller y allí comenzamos con la construcción de un octógono, respetando los árboles que estaban.
—¿Compraron los terrenos con esa idea?
—No, no, aunque sabíamos que queríamos seguir trabajando de esta manera. Comenzamos a construir en 2010 y habíamos comprado los terrenos hacía cinco años. En su momento trabajábamos en las plazas o estábamos un día completo en la Naturaleza o en una casa de campo.
—¿Cómo se transformaron a medida que construían?
—¡Sí, nos transformó! Todo fue planteado en grupo de gente a quien le interesaba la construcción natural, alumnos y pacientes. Una vez dejé una pared, me fui a hacer mezclar y la siguieron otras cuatro personas. ¡Casi muero cuando volví porque la habían hecho como querían ellos! Fue maravilloso y nunca más dije cómo acomodar las cosas. Las paredes pertenecen a grupos y estoy segura que a todos los transformó. El hacer la mezcla con los pies y las manos es reconocer que somos parte de esto. Al otro día estás cansado físicamente, despejado mentalmente y con una alegría muy grande. Siempre hubo mucha alegría.
—¿En algún momento dijeron: “Qué estamos haciendo acá?”
—Muchas veces… qué sé yo si es locura. Hacíamos, parábamos, nos retirábamos un poquito para ver desde lejos y volvíamos a la tarea. No hemos desandado tareas que hemos hecho y para mí ha sido una transformación permanente, con la modalidad vieja –de consultorio– y la de ir moldeándome con esta manera, es permanente. Así me doy cuenta que no hay errores sino cosas que hacemos más intuitivamente, cuando nos ordenamos por dentro. Sino el afuera enseguida te dice: “No”. De ahí, el no forzar las cosas, lo cual fue un gran aprendizaje: proponer, incentivar, estar, permanecer pero no forzar.
—¿Qué te pasaba cuando comenzaste a habitar esta construcción y volvías a tu casa?

—En mi casa también tiraba paredes y aberturas, y mis chicos me decían, y dicen: “Mamá, dejá de mover las cosas y de tirar paredes.” Mi hija –que tiene 17 años– pinta las paredes o el techo de la habitación, no en el papel. También participó acá y trabajó en algunas paredes. Una de mis tareas es desarrollar lo más que pueda la conciencia, así que veía que lo que hacía acá, lo llevaba. Tal vez la de desarmar sea una de mis tareas, aunque a veces cuesta y duele, como sucede con los vínculos.
—¿Este tipo de construcción es costosa, económica, un lujo para excéntricos?
—Diego Ruiz –el chico de San Luis– nos diría: “Depende de cada uno”. La Permacultura plantea que hay una distancia de 100 a 150 kilómetros para trabajar con el sistema natural y usar los elementos y maderas de la región. Para decorar, podés traer una laja de India o una lámpara de China, y te costará según eso. La primera vez que comenzamos a construir –y te lo tengo que confesar– compramos tierra…
—(Risas)
—Nos habían asesorado que la tierra tenía que tener determinada arcilla y que había que comprarla. Cuando nos dimos cuenta que no era mejor que la que teníamos y habíamos sacado para hacer el contrapiso, la usamos, y compramos la arena en la Toma. Para volver a lo terapéutico, la forma de trabajo de estar acá y permanecer fue no seguir formándonos en Buenos Aires, Rosario o Córdoba sino quedarnos acá para dar en la zona, y lo conecto con la Permacultura. En la región hay de todo: médicos, psicólogos y nutricionistas valiosísimos. No tenemos que ir tan lejos para buscar y si viajamos es para tomar distancia y ver lo que estamos haciendo acá.

 

El conectar y su importancia

—¿Qué hicieron cuando terminaron la construcción?
—No se termina.
—Convengamos que hubo una terminación de la construcción general.
—Comenzamos con el octógono y seguimos con los consultorios alrededor. El año pasado terminamos lo grueso y este año fue de detalles, de acariciar las paredes y refinar. El año pasado nos sentamos abajo del aguaribay y con el mate y comenzamos a ver lo que hicimos y tomamos dimensión que esa figura tiene que ver con cada uno de quienes pasó por acá.
—¿Alguna anécdota?
—Darme cuenta que puedo armar y desarmar. Una muy linda fue cuando comenzamos. Diego –desde San Luis– nos dijo que compráramos la tierra e hiciéramos una pileta de tres por tres, para hacer la mezcla. La hicimos, le pusimos la tierra y nos quedó una pileta para meternos allí, como una piscina.
—Creo que vi algunas fotos.
—Sí, hay fotos. Nos quedó enorme y cuando vino dijo: “Me parece que no hacía falta tanto.” El trabajo era muy liviano.
—¿Qué matiz adquirió la terapia que se hace acá?
—Tiene color verde, como el día de hoy. El comenzar a sentarte acá, sobre la tierra y el pasto, hacer trabajos de conexión con los elementos (naturales) y registrar que hay otras cosas además de mis pensamientos y el cemento, es como bajar cien cambios. Te puedo asegurar que hay una información ancestral nuestra que lo registra y sabe que eso está bueno. Cuando con poquito volvemos a recordar que el secreto está en volver a conectar, se sana. He trabajado con un paciente que tiene una hemiplejía y nos hemos colgado de los árboles, lo cual le ha permitido trabajar la confianza en sus soportes y con relación a los otros.
—¿Qué le mostrarías de lo que me has descripto a un ex compañero que continuó en el psicoanálisis ortodoxo?
—No sé si vendría acá (risas).
—Supongamos que lográs traerlo.
—Le mostraría la construcción. Esta forma de nuestro lugar atrae, inquieta, da mucha curiosidad y, a veces, la gente se retira del lugar pero no deja de hablar y cuestionarse. El que llega acá es una semilla que se sembró, luego depende de cada uno el tiempo que lleve en brotar. Te puedo asegurar que brota.
* Terapia Gestalt: se caracteriza por no estar enfocada exclusivamente en tratar a enfermos y las psicopatologías, sino también en desarrollar el potencial humano, desde un ejercicio de la psicología positiva.

 

Huerta, semillas y corazas

En el Centro de Barro –enmarcada su construcción en el paradigma de la Permacultura– se realizan prácticas de agricultura orgánica, las cuales no están exentas de una experimentación y observación psicológica en función de lograr conclusiones terapéuticas y un mejor vivir.
—¿Qué relación hay entre la Psicología y la huerta?
—¡Maravilloso! Está funcionando la huerta. Una de las chicas que terminó la formación y es trabajadora social –Mary Muchut– la coordina con otro de los chicos que está terminando este año. Este martes trabajamos cómo hacer brotes de semillas de girasol y lino, y Yamil Samaya –que nos ayuda muchísimo– nos enseñó a trabajar con las semillas de los árboles, limándoles la cáscara para que esté más pronta para germinar y brotar. Con estas imágenes podemos decir que respecto al grosor de nuestras corazas podemos ser como las semillas de los árboles, la de girasol o de lino. A veces nos cuesta más y debemos raspar mucho para llegar a la esencia, a veces con poquito ya está a flor de piel. Ese trabajo lo hacemos en compás con la huerta.
—¿Alguna actividad prevista próximamente?
—Puedo invitar a quien se sienta inquieto al leer la entrevista, que está la huerta –un espacio abierto todos los martes, de 15 a 18. Hacemos distintas tareas: limpiamos y reciclamos la tierra, sacamos lo que se sembró en invierno, volvemos a sembrar, trabajamos con las semillas, hacemos brotes… y distintas actividades relacionadas con esto. Recientemente hubo un encuentro de constelaciones familiares –a cargo de Gabriela Achur– el cual es mensual y el 20 de diciembre habrá una ceremonia de cierre de ciclo, al igual que la terminación de la formación de un grupo de alumnos. Pueden comunicarse con Gabi o conmigo.