domingo, 1 de diciembre de 2013

Hacia una radiografía política del narcotráfico

Domingo 1 de Diciembre de 2013 Hs.

Sugiere Del Frade que “quien quiera ver cómo funciona la sociedad” tiene que “prestarle atención al fútbol”.
Sugiere Del Frade que “quien quiera ver cómo funciona la sociedad” tiene que “prestarle atención al fútbol”.
“Soy parte de esa tribu de cuentapropistas desesperados por empatarle al fin de mes”, se define Del Frade.


Los medios de comunicación han convertido al narcotráfico en un tema de conversación frecuente. Pero lo que abunda es la referencia superficial, enfocada a los efectos o manifestaciones más evidentes, sin lugar para husmear en contextos ni en la historia, extraviado en referencias más bien generales, miope de abordajes que habiliten alguna profundidad analítica.
El periodista Carlos del Frade se ha ocupado de estos temas mucho antes de que la problemática fuere caracterizada como una inquietud por la dirigencia política y, desde ese dudoso sitial de mérito, circule por los espacios periodísticos no ya en el formato habitual de la noticia que da cuenta de un operativo con decomiso o un enfrentamiento entre bandas, sino desde la necesidad de plantearse qué hacer para amortiguar el desarrollo del fenómeno.
Visitó la ciudad de Paraná para participar del 2º Congreso Provincial contra la Trata y el Narcotráfico y aceptó sin reparos la entrevista con EL DIARIO, en el bar que se despliega hacia el norte de la estación de servicio de Laprida y Buenos Aires, en aclimatado ambiente. “Nací hace 50 años, en Rosario; soy hincha de Central y he escrito medio centenar de libros y ensayos sobre problemáticas sociales, desde la perspectiva de la investigación periodística”, dijo, cuando se le pidió un abreviado currículum. “Hoy somos el primer país consumidor en alcohol, tabaco y cocaína, y el tercer exportador de cocaína hacia Europa, según informó el 27 de junio pasado la ONU”, observará, antes de referir que “desde el punto de vista económico, el narcotráfico aumentó dos mil veces en los últimos años, en las provincias de de la región centro”.

–¿Cómo surge el interés por las problemáticas sociales? –Tuve docentes muy preocupados por lo social. En realidad, todo se va concatenando. Yo había terminado el Servicio Militar, que hice durante Malvinas, lo que conmovió realmente. Descubrí el tema de los desaparecidos a través de una entrevista a Hebe de Bonafini que leí en la revista Humor: ahí tuve la certeza de que había vivido engañado. Los primeros pasos en el periodismo, que es cuando le fui agarrando gusto al oficio de indagar y explorar en la realidad, tuvieron que ver con aspectos más bien de política laboral y productiva. Casi sin querer, entre informes y entrevistas, me encontré tomando fotogramas del proceso de saqueo de la ciudad obrera, industrial, ferroviaria y portuaria que Rosario supo ser. Naturalmente, pasé de lo laboral a lo social.

–¿No es curioso que ese polo productivo en declive haya ubicado a Leopoldo Galtieri en la Casa Rosada? –Aún en ese momento, pese al desmantelamiento de la estructura productiva, la burguesía industrial del Gran Rosario seguía teniendo relevancia: era el cinturón industrial más importante después del de San Pablo. A esa alianza se le agregó el apoyo de los coroneles narcos bolivianos, como Luis Arce Gómez, Luis García Meza y Alfredo Quiroga: con ese envión fue posible el narcogolpe de julio de 1980, que dejó expedita la primera ruta de cocaína.

–Dice narcogolpe y lo ubica en 1980. ¿Es decir que el tema del narcotráfico no es nuevo? –La historia lo reconoce así: julio de 1980. La devolución de gentilezas fue la apertura de la primera ruta de la cocaína. A eso lo cuenta Gustavo Bueno, alias Germán Venegas, un ex servicio de inteligencia dependiente del Destacamento de inteligencia 121 de Rosario que integró el aparato represivo del ejército.

–¿Cómo pasa de los temas vinculados al cambio del perfil económico de Rosario y zona al análisis de esa constelación de negocios turbios con redes de tráfico de personas, estupefacientes y dinero de dudosa procedencia? –Lo que he tratado de explicar es por qué Rosario, que supo ser el motor industrial de la Argentina y uno de los dos más importantes de América Latina, se ha convertido en esto triste a lo que alude la estadística según la cual es la ciudad con mayor cantidad de asesinatos del país. He sido testigo de esa transformación y he buscado respuestas a los por qué, los cómo, los quiénes, los para qué, a veces anticipándonos a algunas tomas de conciencia.

–Por ejemplo… –Hicimos “Ciudad Blanca, Crónica Negra: Historia política del narcotráfico en el Gran Rosario” en el 2000, trece años atrás. Y allí apuntábamos que la Justicia Federal había corroborado que se había hecho la primera exportación de cocaína de Rosario a Europa. También denunciamos que monseñor Edgardo Storni violentaba sexualmente a los chicos del seminario: fue en 1995 aunque recién en 2003 el tema estalla a escala nacional a partir del libro de Olga Wornat, Nuestra santa Madre. Historia pública y privada de la Iglesia Católica Argentina, publicado recién en 2003, cuyo capítulo 9 está basado en el trabajo nuestro.
Así las cosas, el periodismo de investigación enseña lo que está oculto. Otras veces amplifica lo que se sabe, pero la mayoría calla. El hecho en sí mismo ya provoca algo de estridencia. Después dependerá de la madurez de la sociedad, de los momentos que atraviese y de cómo los afronte, sobre todo su clase dirigente y mejor aún los políticos.
En ese sentido, me parece bastante hipócrita hablar del narcotráfico ahora como si se tratara de un fenómeno irruptivo, sólo porque la Corte Suprema de Justicia y en la misma sintonía la Conferencia Episcopal Argentina parecen haberlo descubierto, como en un abrir y cerrar de ojos.
IDEALES.
–¿Cuál es el proyecto de país del narcotráfico? –El narcotráfico es una máscara del capitalismo, la etapa superior del imperialismo. Es un gran negocio económico y político porque convierte a nuestros pibes en consumidores consumidos, soldaditos que van a ser inmolados en el altar del dinero. No ha cambiado el escenario de exclusión e injusticias que apuró la irrupción de jóvenes revolucionarios en los 70: la idea ahora es que salgan a las calles a vender y consumir drogas y a matarse entre ellos, como pasa en Rosario. Yo no tengo dudas de que al sistema le conviene mil veces que un pibe sea delincuente a que se haga revolucionario.

–¿Hay resultados en torno a esta idea de delegar el problema del narcotráfico en las fuerzas armadas o de seguridad? –En Colombia, México y Brasil ha habido miles de muertos, vinculados o no a la droga. Lo que sí en todos lados se ha desplazado a la gente, se ha obligado a migrar a familias enteras; y esos lugares, libres ahora, han quedado a expensas del negocio inmobiliario o de las multinacionales del medicamento que utilizan la flora de distintas regiones para producir jarabes, remedios, cremas. Es una máscara del capitalismo, disculpe que me repita.

–¿Qué características debiera tener una programa de resistencia al proyecto del narcotráfico? –Ante todo, tener en cuenta que el combate al narcotráfico es el combate al capitalismo. No como una abstracción, si no como forma de ver la vida.
Y en el plano más concreto, al gigante se le pelea desde abajo: hay que discutir cuerpo a cuerpo con el niño o el pibe más cercano. Un solo chico que salves de la droga es empezar a salvar el universo.

–¿Y con qué talante encara el trabajo: a la espera de que la historia valore el aporte, por cuestiones de la conciencia individual o simplemente porque siente que las cartas ya están echadas?
–Empecé con ganas de entrevistarlo a Jorge Luis Borges, a Ernesto Sábato y lo logré. Me daba gusto todo eso. Julio Cortázar se me escapó por poco cuando estuvo en la Argentina, pero me producía satisfacción ejercer el oficio desde ahí. Hoy, me hacen juicio los barrabravas y me preguntó qué pasó en el medio. Lo vivo pensando.
El tiempo me ha ido enseñando a escuchar. Eso tiene que ver con el cambio: empieza a dejar de ser importante lo que a mí me gusta y recobra valor lo que le pasa a los demás. En paralelo, mientras crecí me fui encontrando con las consecuencias de este saqueo fenomenal que sufre el país desde hace décadas y que no se manifiesta sólo en cuestiones estadísticas sino que se traduce en dolor constante y sonante de gente que te viene a pedir, que te explica, que sufre las injusticias en su versión más ignominiosa. Por eso, no pienso en qué quedará del montón de cosas escritas a las que he estado dedicado. Supongo que a alguien le servirá.

Las sombras del fútbol
“Fui a la escuela fiscal Juan Arzeno, en Ovidio Lagos y San Juan, una de las más importantes escuelas públicas de Rosario, referente educativa de la ciudad por sus proyectos pedagógicos y la calidad de su enseñanza”, citó Del Frade, con una mueca de orgullo que no se empeñó en disimular. El otro gesto de moderada vanidad de este hombre sencillo, incluso en el vestir, sobrevino cuando recordó que hizo la escuela secundaria “en la Dante Alighieri, junto a Fito Páez y el Tata Martino”.

–¿Hay alguna vinculación entre lo que pasó en Rosario Central y Newell’s Old Boys y lo que está sucediendo en Colón? –Hace un tiempo publiqué un cuadernillo, “Colón-Unión, la Santa Fe goleada”, donde decía que no podía entenderse que Colón comprara todas las temporadas entre diez y quince jugadores, tapando los valores emergentes de las divisiones inferiores. Para mí era claro: estaban lavando dinero. Algún día todo eso iba a estallar y lamentablemente aquella apreciación se materializó.
El fútbol, en tanto sector de la economía, es fantástico para lavar dinero. Creo que allí se expresa el capitalismo de una manera notoria. Quien quiera ver cómo funciona la sociedad tienen que prestarle atención al fútbol. Pero no a lo que devuelve la pantalla de televisión, sino al detrás de cámara. La cancha chica del fútbol explica la cancha grande de la realidad. Y Germán Lerche es la mejor expresión de eso. Pero también la tardanza en tomar conciencia de la medida del saqueo de aquello que es tuyo, de lo que le da sentido a tu vida. A mí me ha sorprendido: no sé si hay muchos hinchas que quieran tanto a su equipo, a sus colores, como los sabaleros. Pero es increíble lo que tardaron en ver lo que estaba pasando ante sus ojos.

–Hay reminiscencias del 2001... –Son un misterio los tiempos de la conciencia. Como periodistas, cuando damos testimonio de un hecho que para nosotros ya está verificado, es muy probable que la sociedad se resista, que no se quiera convencer.
Pero, efectivamente, lo de Colón me hace acordar al saqueo que hubo en Central, que se sigue pagando aún hoy. En Ñuls, como todos los caminos llevaban a Eduardo López, da la impresión de que con él fuera de escena las cosas al menos parcialmente están corregidas. Pero las estructuras que las mafias instalan no se decantan con la rapidez con que alguien presenta una renuncia. Fíjense cómo se elaboran las cuestiones de liderazgo dentro de la barra de Ñuls: el Pimpi Caminos, uno de los socios menores de López, es asesinado el día del cumpleaños de López; al Pimpi lo reemplazó el Panadero Ochoa, en lo que resulta ser un movimiento de alfiles, un revoque, un cambio de timonel pero no de las características del negocio de ese pequeño cártel que dominaba el Pimpi Caminos.

–No deja de ser curioso que instituciones deportivas de enorme raigambre popular, generen conducciones tan poco participativas... –Es que no hay nada más fascista que el fútbol. Tiene la capacidad de desarrollar, como muy pocas cosas en el mundo, el pensamiento mágico, que empuja a ejércitos de individuos, a veces muy formados, muy reflexivos, a pensar que se va a ganar porque sí, porque somos nosotros. Y quiénes somos nosotros: aquello que nosotros creemos que somos. Ese pensamiento mágico es la base del fascismo. Claramente, allí la democracia no entra con facilidad.
Pero no es el único lugar porque hay muchas otras instituciones donde nada sustancial pasó mientras se sucedieron treinta años de democracia: Tribunales, la justicia federal y provincial; las fuerzas de seguridad; la Iglesia católica y por supuesto los clubes de fútbol.
Hay una serie de malentendidos que tienen una enorme vigencia en la vida de los clubes: el desmedido presidencialismo por el que un tipo que ayer era uno más en la platea se cree destinatario de un influjo especial después del recuento de votos; la bravuconada del que cree saber de fútbol más que los otros, junto a la certeza nunca probada de que el que más grita es el que tiene más autoridad, como pasó con Horacio Usandizaga en Rosario Central. De manera que, efectivamente, los clubes de fútbol, como algunos partidos políticos y sindicatos, expresan de una manera clara lo popular y sin embargo no tienen nada que ver con el ejercicio democrático.

Víctor Fleitas vfleitas@eldiario.com.ar

Fuente: El DIARIO