sábado, 2 de agosto de 2014

“Me resulta insoportable la necesidad que tengo por leer”

Sábado, 02 de agosto de 2014
La tía y sus cuentos. Un trabajo de Historia y los diarios. Charlas con Altman. El sentido de lo usado. 

Julio Vallana/De la Redacción de UNO
jvallana@uno.com.ar 

Nunca es tarde para el amor, reza la máxima que relativiza el efecto de los años con relación a la decisión de desarrollar esa actitud hacia alguien –en este caso hacia algo– con el mismo ímpetu y dedicación que la de los tiempos jóvenes. Joaquín Díaz se enamoró de los libros en una etapa tardía a la habitual –según lo afirma– y desde ese momento no sólo cambió el Derecho por las Letras sino que se convirtió en un lector desenfrenado –aunque sistemático– al punto que, también, asumió el oficio de librero de usados, desde el cual contagia su nueva voracidad por el papel. 

Un lector tardío
—¿Dónde naciste?
—En Monte Caseros, Corrientes, y anduve por todos lados. Después me fui a Buenos Aires, Bahía Blanca y Paraná. Mi viejo es militar retirado y por eso fuimos paseando por todos lados. Mis hermanos más todavía, porque son mayores.
—¿Hasta cuándo estuviste en Monte Caseros?
—Hasta los 3 años y volví a los 18 años y me di cuenta que era un pueblo, sin muchas cosas por hacer. Mi abuela vive en Curuzú Cuatiá, que está muy cerca de Monte Caseros, así que fui a ver la casa y una parte del río que es muy linda y tranquila.
—¿Y en Bahía Blanca?
—Hasta jardín, de 4 y 5 años, y un año más.
—¿De dónde es el mayor recuerdo de la infancia?
—En Bahía Blanca recuerdo las tardes en el club y los patios del colegio.
—¿Y tu casa?
—La casa con la cual siempre sueño es la de Paraná –en calle Córdoba, entre Mitre y Malvinas. Acá también siguieron con las ganas de mudarse y lo hicimos varias veces. Después viví en calle Mitre, luego mis viejos se vinieron a 9 de Julio y ahora vivo solo en calle San Luis.
—¿Entre qué edades viviste en calle Córdoba?
—Desde segundo grado hasta más o menos los 15 años. De ahí recuerdo jugar con las bombuchas y los veranos.
—¿Cómo era la zona en tu infancia?
—Un barrio bien… no era barrio en el sentido de cómo uno aprende después. Había mucho movimiento, mis compañeros vivían en esa zona y siempre había algo para hacer por la tarde. No obstante no fui de andar mucho, no era un vagabundo. No recuerdo grandes acontecimientos.
—¿A qué jugaban?
—Mi viejo siempre me hacía un arco y una flecha, de madera, y tiraba al blanco
—¿Travesuras?
—Seguramente mis viejos deben tener un recuerdo de buen hijo; no era un tipo que hacía muchas travesuras. Aprendí a hablar desde muy chico y tengo desesperación por hacerlo. Debo haber tenido la picardía de la palabra, si no tenía alguna historia, la inventaba.
—¿Sufriste el desarraigo por tantas mudanzas?
—No lo sentí, porque a los siete años ya estuve acá. Los amigos de esa edad son los mismos que tengo ahora.
—¿Desarrollaste alguna afición durante bastante tiempo?
—Jugué al rugby, al fútbol, a lo que todos mis amigos jugaban… pasé por todos pero nunca los practiqué con seriedad. La disciplina deportiva todavía me cuesta. Durante cuatro años y ya de grande –cuando terminé el secundario– hice hockey sobre césped, y fui uno de los fundadores en el Club Estudiantes. Hice varios cursos de juez y entrenador. Luego –por la facultad y los libros– lo dejé de lado. El deporte no fue mi fuerte.
—¿Por qué fue el deporte al cual más te dedicaste?
—Es muy entretenido por lo de controlar algo que está fuera del cuerpo, además de la extremidad –como sucede con la mayoría de los deportes. Hay que controlar el palo y la bocha. El crecimiento que tuvo el hockey de caballeros en Estudiantes fue tremendo y eso fue un incentivo.
—¿Te entusiasmó el fenómeno de Las Leonas?
—Supongo que también influyó una fiesta porque cuando fueron campeonas hace seis años lo festejé con ellas y Pancho Dotto. Fui a Rosario con un grupo de amigos a ver el Mundial y terminamos en la fiesta, charlando con ellas.
—¿Lecturas de niño?
—… No, soy un lector tardío. Mis lecturas comienzan en quinto año del colegio La Salle y hasta hoy he leído todo lo que pude. Lo descubrí cuando me hicieron hacer un trabajo de Historia. Elegí “las antinomias políticas en la Historia argentina”, sobre lo cual leí todo lo que pude –obviamente con la conciencia de los 17 años. Después de ahí no paró el hábito de la lectura, hasta que encontré la poesía y las novelas, y desde ahí es insoportable la necesidad que tengo de leer.
—¿Por qué elegiste ese tema para el trabajo de Historia?
—Siempre me gustó la parte política aunque ahora la dejé de lado, no leo diarios y no veo televisión, porque no me interesa saberlo. En ese momento era un lector compulsivo de diarios hasta que surgió otra cosa que superó ese interés. Ahora no le encuentro mucho sentido al debate por el debate mismo.
—¿Quedaba solo en la lectura o participabas en algún ámbito?
—Siempre está el diálogo político en todos los órdenes de la vida, con amigos o en la comida. Mi mamá es política por naturaleza pero nunca lo ejerció socialmente. Está completamente informada, opina y lee muchos diarios. Con ella debatía y hablaba.
—¿Qué te resultó revelador de lo leído para ese trabajo?
—Después que hice el trabajo hice un revisionismo del mismo porque leí autores –como Félix Luna y Romero– guiado por los profesores. Fue un trabajo interesante pero superficial.
—¿Leías solo diarios?
—Diarios, libros de Historia y tengo una tía docente a quien le debo mucho del hábito de la lectura, porque tenía libros y me los hacía llegar. Primero fue la poesía –de lo cual soy fanático. En la infancia me quedaba a dormir en su casa porque mi tío era un tipo que nos hacía reír y además tenía una Family Game. Mi tía siempre me leía sobre Mitología –pero como si fuera una historieta o un cuento– y eso repercutió más tarde.
—¿Hasta allí no tuviste ninguna aproximación a la lectura por fuera de la escolarización formal?
—Sí… tengo recuerdos fugaces… pero no era un lector activo. No puedo contar la anécdota de que leía las colecciones de Robin Hood, primero porque no son de mi época y segundo porque no leí nada constantemente.
—¿Había biblioteca en tu casa?
—No, aunque siempre había algunos libros dando vueltas.
—¿Qué actividad laboral desarrollaba tu mamá?
—Ama de casa; siempre se abocó al cuidado de los hijos, con mucho cariño por la cocina.
—¿Qué materias te gustaban?
—En tercer grado me llevé Lengua –y hoy estudio Licenciatura en Letras. Siempre me gustó Historia y luego disfruté Literatura en el último año del colegio.
—¿Buen alumno?
—Pésimo, Matemáticas me la llevé siempre. Teníamos un acuerdo con la profesora de que en el primer trimestre no molestaba en la clase y podía ir fuera de hora o hacer lo que quisiera, porque mi situación era irremontable.
—¿Qué disfrutabas antes de descubrir la Literatura?
—En mi casa –con mi hermano– jugábamos a los jueguitos de fútbol y en verano iba al club, a la pileta, y cuando más grande bajaba a la playa.
—¿Cambió la zona donde vivías?
—Siempre fueron casas lindas –supongo que de los barrios más lindos de Paraná– y se mantienen, incluso los mismos dueños.
—¿Y las relaciones de la gente?
—Son barrios que no tienen una profundidad en las relaciones, como sucede en otros. Son más superficiales y mi familia no tiene apego con ninguno de los vecinos de esa época.
—¿Algún profesor resultó influyente?
—Uno al cual no le presté atención y que falleció, Héctor Ramírez, de Filosofía. Los conocimientos formales de Filosofía no los obtuve de él –porque no conocí la obra de Platón, Aristóteles. Sócrates, los clásicos ni los modernos– ya que las clases se inclinaban hacia otro lado en cuanto a transmitir la Filosofía desde la experiencia y la vivencia. Fue una persona con la cual hoy me gustaría hablar. Por lo demás, no he tenido una gran experiencia con los docentes, aunque sí en la facultad, donde tomé conciencia sobre lo que es estudiar y la bondad de poder charlar con personas que tienen tanto conocimiento. Disfruto mucho de ser estudiante.
—¿Existía un mandato familiar sobre qué estudiar?
—No, podría estar presente lo de mi viejo –por la formación militar– pero uno de mis hermanos es médico, otro estudia Arquitectura, yo pasé por Abogacía y desde hace un tiempo estudio Letras. La relación con mi familia es blanda y nunca generó resistencias.
—¿Te interiorizaste por la vida militar?
—No, nunca me atrajo ni pensé hacer una carrera militar. 

Las charlas con Altman
—¿Cómo te orientaste cuando comenzaste a leer con tanto entusiasmo?
—Soy un lector y comprador de libros usados, lo cual define qué libros leía. El recuerdo que tengo es con (Eduardo) Altman, cuyos primeros libros fueron los que leí con conciencia, incluso por algunas de sus sugerencias. El primer autor que leí y me encantaba fue Howard Fast –su obra Espartaco– que reivindico a pesar de que sea un best seller. Fue la primera obra que leí a conciencia y me la devoré. La hice encuadernar para tenerla, porque cuando la compré no iba a aguantar más de una lectura. A partir de ahí, iba todas las semanas a lo de Eduardo, porque disfrutaba el hecho de que conmigo era más abierto que su trato habitual. En mi casa tengo muchos libros que compré ahí: las Poesías Completas, de Evaristo Carriego, los tres tomos de El Capital, El jugador –de (Fedor) Dostoyevsky– es un libro precioso que no saldrá de mi colección, Los Cuentos de (León) Tolstoi… en ese momento encontré muchos libros buenos.
—¿Te quedaba cerca o era por una cuestión económica?
—Vivía en 9 de Julio y Villaguay, así que me quedaba a la vuelta. Siempre tuvimos charlas muy largas y las disfrutaba, incluso comenzó a fiarme. Hay un afecto particular con él. Al ser un lector tardío fueron lecturas muy voraces y desordenadas, y las comencé a ordenar cuando ingresé a la facultad. Otra bisagra importante fue conocerlo a Fernando Calero –el exponente más importante de la poesía del Litoral y uno de los más importantes del país–, quien vive en Santo Tomé. Su obra es importante y desde allí comencé a medir las cosas en términos poéticos.
—¿Visitabas otras casas de libros usados?
—Cuando iba a Santa Fe, vagabundeaba por el centro. Hay una gran compra venta de libros que no recuerdo el nombre, un galpón gigante con miles de libros. Ahí supe andar mucho y conseguía biografías, de Nietzsche, Marx, Freud… Los libros tenían el mismo costo que el del pasaje. Pero Eduardo fue el proveedor más grande. Y los libros de mi tía están en mi casa. Siempre tengo más material del que puedo leer.
—¿No comprabas libros nuevos?
—No recuerdo haber comprado en librerías de nuevos. También me hice lector en la Biblioteca Popular. Lo de dialogar durante horas con Eduardo sobre un libro y otras cuestiones era una atracción, y eso me fascinaba. Ahora también compro nuevos y disfruto de hacerlo, de los cuales algunos terminan acá.
—¿A qué le restaste tiempo?
—A las amistades; me replegaba mucho tiempo para leer. Cuando cursaba Derecho, iba a Santa Fe en colectivo leyendo un libro y en la facultad no paraba, así que me iba a leer a una plaza, con lo cual me di cuenta que ahí no había nada que me atrajera. 

Derecho y un poeta
— ¿Por qué comenzaste la carrera?
—Si no hacés Derecho podés ser botánico o ingeniero en Sistemas, pero siempre está esa posibilidad… No sabía que había otras cosas, entonces fui ahí. Gracias a dos profesores descubrí lo que era disfrutar el diálogo y eso es lo que encuentro en los libros: el diálogo, y siempre disfruto mucho la posibilidad de hablar con quien viene a comprar. Eran profesores de Introducción al Derecho y de Filosofía, y con uno de ellos me quedaba luego de una de las materias, nos íbamos a comer, comía con él y fueron los cuatro meses que más disfruté de la carrera, en primer año. Fue un diálogo muy provechoso.
—¿Cuándo te diste cuenta que no tenía nada que ver con lo que querías ser?
—Tardaba mucho tiempo en estudiar las materias y cada vez se prolongaba más, hasta que lo conocí a Fernando Calero y me di cuenta de lo que era el hábito de la escritura –que no lo pierdo y me lleva mucho tiempo.
—¿Por Letras sentías una vocación particular?
—Si, había una motivación y disfrutaba las cátedras. Tenía 22 años y los chicos 17, rendí la primera materia que fue Literatura Griega y Latina, saqué un 10, y días atrás me enteré que esa materia la rinden luego de dos años.
—¿En qué te ordenó la facultad como lector?
—La poesía es el ordenador de todo, ya que aprendí a disfrutar de las nuevas generaciones de la Literatura. Comencé leyendo Neruda, Rubén Darío, los poetas latinoamericanos clásicos y en ese conocer y descubrir cómo ha ido mutando el lenguaje y la escritura, llegué a las personas que escriben hoy, por las cuales tengo fascinación. Lo fui ordenando en función de eso. A la poesía se le sumó la novela y pasó lo mismo: traté de absorber los clásicos, hice talleres, tuve charlas con amigos y más tarde incorporé la Filosofía.
—¿La escritura fue en paralelo con la lectura?
—Sí, necesito escribir y medir en verso todas las cosas, al igual que los libros.
—¿Para mostrarlo?
—Son etapas, por suerte amplié mis conocidos y amigos, los cuales tienen sus editoriales independientes, y ha salido algún material mío. Pero ahora escribo y no sé qué pasará… es una necesidad.
—¿Guardaste todo?
—Hace un tiempo perdí todo lo que había escrito durante cuatro o cinco años, porque con las computadoras pasan esas cosas. Como escribo y le mando a mis amigos rescataron lo que tenían, incluso con correcciones. Hubo un tiempo en que escribí a máquina y eso lo tengo por ahí tirado, hasta que algún día lo pase a la computadora.
—¿Qué más te proporcionó la carrera, como lector?
—La profundidad, la herramienta para leer desde otro punto de vista y que se puede analizar la obra más allá de lo que me gusta. Antes leía y encontraba cierta cercanía con otras obras pero no podía definir por qué. 

Una forma de contagio
—¿Cuándo comenzaste a pensar en ser librero?
—Pensé ¿Por qué no? Me encantaban los libros usados, siempre iba a verlos, hasta que dije: “Lo puedo hacer yo. ¿Qué necesito? Libros.” Llegó un momento en que tenía muchos, había leído un montón y me fui a la plaza a vender, sin analizarlo mucho. Era una forma de contagiar lo que me gusta, el disfrute por leer. Cuando surgió lo hacía con mi novia y ella me contagió la idea de hacerlo como un hobby.
—¿Alguno de los dos tenía cierta visión comercial?
—No, comencé a entender algo cuando me invitaron el año pasado a la Feria del Libro, cuando todavía era un trashumante y no tenía un lugar para poner los libros sino que los juntaba, me iba a la plaza, ponía una manta y veía la posibilidad de vender algo. A partir de esa invitación la gente encontró un lugar que –salvo en el caso de Eduardo– se había dejado de explotar en Paraná. Había un público desesperado por algo a lo cual no se le estaba dando importancia. Luego mi hermano me dijo que tenía un garaje desocupado y que pusiera los libros acá, pude organizarlos e incorporar el soporte de Internet –que permite una relación comercial más descontracturada y de la forma en que me gusta.
—¿Qué reacciones hubo cuando abriste el garaje al público?
—Hay una lista de amigos que siempre vienen a charlar y un grupo de curiosos que siempre están –quienes son lo que hacen que esto se reproduzca en otras cabezas. Lo de la feria fue importante en cuanto a la expansión del público y en la facultad funciona el boca en boca entre los chicos, que son quienes vienen a pedirme material. La red de Facebook es tremenda porque es la información al alcance de todos, sin ningún tipo de restricción ni filtro.
—¿Qué se puede encontrar?
—Una mesa preciosa de editoriales independientes que crece cada vez más y es algo muy lindo por ser un material que no se encontrará en las librerías comerciales: están los mejores poetas jóvenes de Entre Ríos, lo cual para mí es importantísimo, y todo el arrime a la lectura facultativa –inclinada hacia las Humanidades– y muchas ofertas. En un viaje fui a Perú y aprendí que existe el regateo, que mucha gente desconoce, a mí me encanta y creo que es necesario y sano. Trato de mantener un equilibrio entre la bondad de poder llevarse un producto y ser feliz, y la continuidad de lo que se hace. La idea es seguir acopiando material y que se equilibre la balanza económica con la balanza afectiva de la felicidad de quien se va.
—¿Es un plus el hecho de ser un librero que estudia Letras?
—La charla es un nutriente, una semillita que se puede plantar y que se pueda conocer otra cosa. La charla es como Youtube, tocar la ventana e irse hacia otro lado. Lo que me aporta la facultad se transmite acá, porque puedo dar una respuesta a lo que están buscando –aunque por ahí no la tengo y para eso existe Google.
—¿Cómo te manejás con las redes telemáticas además de lo que me comentabas?
—Quien tiene un emprendimiento no puede no trabajar con las redes porque ahí está todo. Es la herramienta perfecta para cualquier negocio. Toco un nombre y puedo conectarme con una editorial de primer nivel en cualquier lugar del mundo y le puedo hablar, y quizás conseguir algo. El que no lo tiene, no le irá bien. 

La necesidad de comprar un piano
—¿Qué función cumple este piano (el instrumento sobresale en el pequeño espacio cubierto de libros?
—Fui a comprar libros pero compré un piano, muy barato –$ 800 hace un año. Hay que arreglarlo y en un mes se podrá venir a tocar el piano a Vaporeso, ya que algunos amigos musiqueros se encargarán de restaurarlo. Lo compré en un remate de la compraventa de calle España –sin que nadie pujara por él. Era necesario comprarlo.
—¿Por qué, cuál es tu relación con la música?
—Siempre me gustó y algo toco –la guitarra y algo de piano. La música fue una constante pero sin demasiada instrucción. Toco para mí. Vaporeso va tomando su camino y supongo que el piano acompañará, en otro lugar y circunstancia se lucirá, y lo disfrutaremos.
—¿Ideas a desarrollar?
—A mediano plazo debiera tener un lugar con baño, poder hacer talleres, traer a Paraná gente que quiero mucho y que me interesa que la escuchen y ampliar las editoriales independientes. Todos los que quieran traer sus cosas que vengan y los espero con todo cariño.
—¿Han venido a buscar algo extraño?
—Sí, me pidieron dos veces algún libro sobre cómo comunicarse con los espíritus y hablar con los fantasmas. Como todo es tan amplio, no hay nada que esté fuera de lugar. Cuando se corre la bola, se corre el comentario de lo que hay, entonces ya vienen con la expectativa de encontrar lo que buscan.
—¿Personajes o un habitué curioso?
—Varios: Carlos Saboldelli; Beto Blanco es un gran conocedor de la Historia y le gusta cantar tangos, así que cuando ve los libros se acuerda de alguno y lo recita; de la facultad de Letras vienen chicos muy interesantes; Kevin Jones es un tipo que sabe mucho de Literatura de Entre Ríos y es un personaje muy pintoresco... Lucas Mercado es un gran artista y un personaje interesante que le gusta venir a hacer siempre de las suyas. 

"Aprendí a entender al despojado de la época"
El novel librero se anima a desacralizar ciertos autores en cuanto al supuesto camino obligado por el cual debe transcurrir la lectura de Literatura y hace su recomendación personal –no obstante considerar lo complejo de esto.
—¿Qué autores u obras revalorizaste en función de la nueva mirada que te dio el ser estudiante de Letras y a cuáles las habías sobredimensionado?
—Lo que aprendí a entender es al despojado de la época, al que no se le prestó atención o al que no le presté atención. Cuando descubrí a Borges era algo superior –un texto impresionante– y después descubrí que había otra gente que estaba a la par –que aprendí a leer– y que eran lecturas muy reveladoras. Cuando descubrí a Borges nunca hubiera pensado que, por ejemplo, en esa misma época existía (Roberto) Arlt, o Nicolás Olivari. También me pasó el contagio de ir a lugares donde había cosas que me interesaban más, una presentación, una lectura de poesía en un lugar que no conocía y encontrarme con alguien que lee un poema de otros, y que es de la misma época de Borges. Los poemas de Olivari son una explosión. En estos aspectos fue superador.
—¿A Borges lo puede leer cualquiera y en este caso, por qué obra comenzar?
—Cualquier persona puede leer cualquier cosa… el otro día escuchaba una entrevista a Enrique Symns –un escritor contemporáneo fenomenal– en la cual decía que no tenía formación profesional y académica, y que aprendió a leer a través de un hermano. El hermano le enseñó a leer y leyó las obras completas de Schopenhauer. La lectura es encontrar un compañero, lo cual la hace más fácil. A mí me gusta recomendar y creo que una fórmula sería tomar cinco autores al azar, rápidamente, sin pensarlo mucho.
—¿Por ejemplo?
—Los Cuentos Completos de (Rodolfo) Fogwill –algo muy glorioso, entre la burguesía y lo guarro–, la obra poética completa de Néstor Perlongher –que es preciosa– y un clásico como Dostoyevski es fundamental –para encontrar el por qué de la Literatura. Éstos serían un buen comienzo y después leer a Erza Pound, porque te salva la vida. Todo lo que se encuentre sobre Pound hay que leerlo, y a Daniel Durán. No obstante, recomendar es algo complejo, por la magnitud, aunque lo hago desde el cariño y para desconcentrar un poco en cuanto a no leer siempre a determinados autores. Hay que tratar de leer otras cosas porque si no se pierde mucho de la Literatura. En Vaporeso no tengo, por lo general, el libro que viene a buscar la gente, un best seller que está en vidriera, sino lo que no están buscando –que es lo más entretenido.
—¿Cinco libros que llevarías a una isla de la cual no puedas movilizarte y donde no tuvieras Internet?
—Una revista Playboy sería muy necesaria –aunque nunca he visto una– los Cantos de Erza Pound hay que leerlos muchas veces. Una persona puede abocar su vida a leer eso y considerar que leyó todo lo necesario, si es que hay un parámetro de necesidad de quien lee. Arnaldo Calveyra es un ser precioso –autóctono aunque vive en París por las circunstancias– y abría que llevarse sus Obras Completas. Habría que reírse, así que llevaría El Satiricón –de Petronio– y un diccionario en otro idioma, por ejemplo francés. Aunque si estoy en una isla desierta no sé qué circunstancia puede pasar, me daría mucho miedo y no sé si tendría tiempo para leer. Estos libros se pueden leer durante mucho tiempo y muchas veces.
—¿Bibliotecas que te gustaría visitar?
—Por suerte, viajo. Fui a Portugal y conocí Lello que es preciosa. A París no he ido y me gustaría conocer Shakespeare and Company. 

La historia de una familia que está a punto de perder el rancho

Sábado, 02 de agosto de 2014


Marcela, su esposo y sus siete hijos están viviendo atrás del camping de la Toma Vieja debajo de una de las antenas de alta tensión. Enersa les pidió que desalojen el lugar por cuestiones de salud



Juan Manuel Kunzi/De la Redacción de UNO / jkunzi@uno.com.ar
 
El nombre de Marcela Guadalupe Verón aparece en diferentes páginas de noticias digitales porque la situación que está viviendo junto a su familia es nefasta.
Para graficar su realidad, lo primero que hay que entender es que esta nota se escribió en dos partes: la primera comenzó después de un rato de hablar con Marcela. En la charla, vía teléfono celular, aseguró que en el transcurso de la mañana de ayer había hablado con Silvina de Acción Social. Le preguntaron si no tenía un terreno, porque en el caso que fuera propietaria de un pedazo tierra el Estado le podía conseguir materiales para armar una casilla. Otro rancho.
Este cronista le pidió a Marcela el teléfono de Silvina para poder llamarla, hablar con ella y así tratar de entender la medida que le estaban proponiendo. El tema es que el aparato tiene la pantalla destrozada y lo único que puede hacer es recibir llamadas.
Mientras tanto, la historia de su familia, se cuenta en las radios y en la televisión. Las páginas “solidarias” de Internet postean la novedad y los comentarios se multiplican.
“Cobro una pensión por discapacidad y otra por tener los siete hijos, pero no me alcanza para alquilar”, manifestó la mujer que quiere congelar el tiempo y que el fin de semana no pase nunca.
Verón agregó que salió a contar su historia en todos los organismos municipales y provinciales que la quisieron escuchar.
“No me dieron respuesta en ningún lado –salvo la idea que le comunicó Silvina–. Los otros días fui a pedir colchones porque dormimos en el suelo y me dijeron que no tenían”, graficó.

El encuentro
La segunda parte de la nota se hizo frente a la casilla de chapa con techo de nylon en donde subsisten desde marzo: Marcela, su marido, los trillizos que tienen 15 años: Cristina, Axel y Claudio. Después vienen Alexis, que padece ataques de epilepsia; Marta, Nazarena y el bebé, Oscar.
El rancho está pegado al cerco que delimita la Toma Vieja, muy cerca de la torre de alta tensión roja y blanca que con mirarla mete miedo.
“Dicen que da cáncer o algo así”, reflexionó la madre que decidió contar la historia en los medios para reclamar por una solución.
Una de las nenas, la semana pasada, sufrió dolores en los huesos y volaba de fiebre. Es que la humedad sale del lodo que rodea la casilla y se mete directo al pecho. Se enferma el alma cuando la lluvia moja la ropa y los colchones. Alguien tendría que pensar en las criaturas.

El gauchito está sordo
Marcela, su esposo y sus siete hijos vivía en Puerto Viejo y pagaban un alquiler de 700 pesos. Dejaron de pagar y se tuvieron que ir. Tenían dos opciones: el terrenito detrás del camping de la Toma Vieja o la calle. Se establecieron en una “zona prohibida” y una cuadrilla de Enersa se lo hizo saber.
Tienen que abandonar, lo poco que tienen, entre martes y jueves de la semana que viene.
Los que por dentro deben estar bastante afligidos son los hijos de Marcela que van a la escuela de La Toma Nueva. Salvo Claudio, el hijo discapacitado y Oscar, el bebito, todos están escolarizados. Tienen amigos en la escuela en donde, quizás, pasan sus mejores horas del día. Las paredes están secas, los cables pasan por dentro de las paredes. Se sienten más seguros. Por un rato abandonan el olor a humedad y después de pasar por el comedor tienen tiempo de viajar con las lecturas y las historias que cuentas las maestras.
Mientras que Marcela espera que se les sequen las zapatillas a sus hijos en el techo del rancho, le sigue rezando a la imagen del Gauchito Gil que cuelga de una de las paredes de chapa.
Una imagen de los que quedaron retrasados, esperando. 

Fuente: Uno Entre Ríos