UNIVERSIDAD › LAS EXPERIENCIAS DE TRABAJO COMUNITARIO EN LA UNIVERSIDAD DE AVELLANEDA
Martes, 13 de mayo de 2014
Los estudiantes de la Undav participan
obligatoriamente, como parte de sus carreras, de proyectos de extensión
en el territorio cercano a la universidad. Las actividades se diseñan en
función de las demandas de la propia comunidad.
La formación profesional excede el mero paso por las
aulas de la universidad y la asistencia a las clases. Esa es la premisa
de los proyectos de extensión universitaria que la Universidad Nacional
de Avellaneda (Undav) lleva adelante en las comunidades cercanas a la
institución para reforzar los vínculos entre la casa de estudios y la
sociedad civil. Los estudiantes, que deben realizar en forma obligatoria
estas actividades, comparten así su conocimiento con los vecinos de la
zona, a la vez que este trabajo enriquece sus propios procesos de
formación.
El libro Universidad, territorio y transformación social.
Reflexiones en torno a procesos de aprendizaje en movimiento, editado
por la Undav, recoge experiencias realizadas en el marco de este trabajo
articulado entre la universidad y la sociedad y fue presentado la
semana pasada en la Feria del Libro. “Hay que entender que el
aprendizaje ya no pasa sólo por el aula o la teoría”, sostuvo el
secretario de Bienestar Universitario de la Undav, Ignacio Garaño, en
diálogo con Página/12.
La idea, bien freireana, apunta a brindar a los alumnos de la casa
de estudios un espacio de reflexión y de relación entre marcos
metodológicos o teóricos con la propia práctica de las distintas
disciplinas, en un proyecto insertado en las comunidades cercanas a la
institución. Garaño explicó que los proyectos permiten reforzar el
trabajo pedagógico de los estudiantes, así como devolver a la sociedad
el aporte que ésta realiza. “La universidad tiene que estar
territorializada. Es una organización más dentro de la comunidad”,
añadió.
Todos los proyectos de extensión que se llevan a cabo en la Undav se
diseñan junto con organizaciones sociales en función de las demandas de
la propia comunidad o de instituciones estatales que trabajan en la
zona de la universidad, en el sur del Gran Buenos Aires. Esta
experiencia tiene puntos en común con las prácticas sociales que se
busca implementar también en la Universidad de Buenos Aires en los
próximos años. “Nosotros, al ser una universidad nueva, pudimos
instaurarlo desde el día cero. Todas las carreras de la universidad
tienen en forma obligatoria la realización de este proyecto curricular
integrador que es trabajo social comunitario”, puntualizó Garaño.
El proyecto implica que los estudiantes, como si fuera una materia
más del plan de estudios, participen de experiencias de extensión
comunitaria. No lo hacen en proyectos aislados, sino en aquellos
enmarcados en una serie de conceptos teórico-metodológicos, con
abordajes y reflexiones en torno de la realidad social y las políticas
públicas implementadas en el territorio. Además, los proyectos no se
realizan por carrera, sino con la idea de que “la realidad no se aborda
desde una sola disciplina”. Garaño se refirió a esta mirada
interdisciplinaria: “Queremos que los estudiantes se mezclen en los
proyectos”.
Las actividades de extensión se realizan de manera anual. El libro
Universidad, territorio y transformación social da cuenta de dos
proyectos realizados en 2012. El primero, en la escuela 6 ubicada en la
villa 21-24 del barrio porteño de Barracas. Allí, relató Garaño, “se
trabajó con la comisión de padres de la escuela en función de un
relevamiento socioeducativo y una mesa de trabajo sobre qué escuela
queremos”. En esa institución se realizaron tareas durante todo el año,
con el objetivo de lograr el fortalecimiento de líneas de acción que la
escuela ya llevaba adelante. “Se trabajó también la articulación entre
la universidad y la escuela media”, remarcó el secretario de Bienestar
Universitario de la Undav.
El otro proyecto, apuntó Garaño, fue denominado “Arte, cultura e
identidad en la vivienda popular” y se llevó adelante con la Dirección
de Hábitat del Municipio de Avellaneda, el Movimiento Evita y el club
Relámpago de Villa Dominico. A través de esa iniciativa, se trabajó
durante un primer cuatrimestre en el proyecto de relocalización de un
barrio. En el segundo, las tareas se enfocaron en analizar y fortalecer
la identidad barrial, el trabajo entre los vecinos, la junta vecinal,
acciones realizadas en función de acompañar ese proceso de mudanza y de
reconstrucción de la historia del barrio.
“La recepción siempre es muy buena y hasta ahora el balance es muy
rico. No es fácil, porque es una modalidad de trabajo muy distinta a la
del aula. No somos los docentes los únicos que enseñamos y no son los
estudiantes los únicos que aprenden. Enseñamos y aprendemos todos un
poco”, subrayó Garaño.
Actualmente se llevan adelante varios proyectos: uno, con un centro
cultural comunitario de Lanús, en el que se trabaja sobre la
comunicación comunitaria y la articulación con una escuela; otro,
trabaja con una mesa de salud en Wilde y en Piñeyro en relación con los
mitos y el imaginario social sobre la salud. Junto a la Organización
Pelota de Trapo, en Avellaneda, se realizan acciones por el deporte y la
inclusión social.
“Trabajamos con el programa educativo Envión, de la provincia de
Buenos Aires, en Dock Sud y Sarandí, con un bachillerato popular en La
Boca, un proyecto del programa Progresar, para ver cómo se está
implementando el programa y conocer las problemáticas que aparecen al
respecto en el barrio de Villa Tranquila”, enumeró Garaño. También
señaló un trabajo en torno de los derechos humanos junto a la campaña
contra la violencia institucional en una escuela de Gerli.
“Al principio, siempre hay cuestionamientos sobre por qué deberían
ser obligatorias estas actividades”, contó Garaño, pero resaltó que, a
medida que los estudiantes comienzan a participar en los proyectos y
avanzan con sus carreras, las dudas y las preguntas van desapareciendo y
logran entender el objetivo pedagógico. “No hacemos voluntariado
–dijo–. Vamos a aprender.”
Fuente: Página|12