miércoles, 20 de agosto de 2014

“Al investigar reproducimos método hegemónico”

7 agosto 2014 

“Hacer ciencia en el siglo XXI. Despertar del sueño de la Razón”, escrito por Claudia Perlo, critica el paradigma positivista.



Por Antonio Capriotti
Desde la antigüedad, a déspotas y tiranos, los libros les resultaban una incomodidad; los primeros, en la región de Súmer, fueron aniquilados hace unos 5.330 años. A escasos años de su creación. La biblioteca de Alejandría fue devastada. La de Pérgamo quedó en ruinas. En el año 213 a.C., todos los libros de China fueron quemados por órdenes de un emperador. La Inquisición española destruyó miles de ejemplares de textos científicos y de magia. Los nazis destruyeron miles de obras de los autores más representativos de la Europa del siglo XX. Los aviones aliados arrasaron millones de libros de Alemania durante la Segunda Guerra Mundial.
Sin embargo, siguen apareciendo nuevos libros. “Agregar un libro más a un mundo inundado de libros, puede resultar un acto de irreverencia, salvo, claro está, que pueda justificarse”, así reza el epígrafe que Claudia Perlo eligió para su nuevo libro, producto de muchos años de reflexión y estudio. “Poner un libro más a consideración de la gente es ejercer el derecho que todos tenemos a dar a conocer lo que somos, lo que queremos; y un modo de expresar nuestro sentir y nuestro pensar”, justifica la autora.
Claudia Perlo es doctora en Humanidades y Artes con orientación a la Educación, licenciada en Ciencias de la Educación, docente universitaria e investigadora del Conicet, Irice-UNR, sostiene que “este libro, de alguna manera, busca invitar al diálogo y a la discusión a los colegas, en este ámbito científico, para pensar esta crisis en la que estamos sumergidos. Crisis de paradigmas. Y de las que los científicos tenemos una responsabilidad muy alta”.
Bajo el título “Hacer ciencia en el siglo XXI. Despertar del sueño de la Razón”, el libro de inminente aparición está marcado por preguntas, algunas de las cuales son incómodas y van más allá de la práctica profesional, irrumpen en la vida misma. Es un libro que busca despertarse a otros saberes.
—¿Cuáles cree usted que deberían ser las preguntas a formularse, en esta contingencia?
—Creo que hay preguntas que tenemos que son ineludibles, y a las que estamos esquivando. Morin (Edgar) dice que estamos en la crisis de la crisis: no nos damos cuenta que estamos en situación de crisis. El libro busca poner sobre la mesa esa crisis paradigmática, no eludir las preguntas más profundas e, inclusive, aquellas preguntas que nos ponen en riesgo profesional y personal. Y aunque se trate de preguntas que nos muevan el piso.
También fueron “incómodas“, las preguntas que inquietaron a los físicos cuánticos, en los primeros años del siglo XX.
Preguntas que llevaron a más de uno de ellos a temer por su propia salud mental. Se habían animado a poner en tela de juicio al conjunto de paradigmas en los que se desenvolvía el conocimiento por esos años.
“Y se animaron”, enfatiza Perlo, para agregar: “Bohr, por ejemplo, se preguntaba: ¿el mundo será tan absurdo como lo indican nuestros experimentos? Aunque sabían que estaban enfrentando a un edificio conceptual que se derrumbaba”.
“Impulsaban aquello de que el observador determina lo observado, de tal modo que pusieron en un lugar distinto al investigador. Uno de los capítulos de mi libro alude, justamente, al “investigador investigado”. El investigador que no debe quedar fuera de su investigación. Pese a estas posturas propias de las revoluciones científicas, el paradigma positivista siguió imponiéndose con la fuerza que le conocemos. Hoy sigue siendo, al menos en las instituciones científicas, un modelo hegemónico. Para compensar vemos aparecer cada vez más movimientos emergentes, entre ellos la teoría de la complejidad que muestra que este paradigma cuenta con múltiples fisuras y que en algunos aspectos ya no lo podemos sostener”. “Por otra parte, –sostiene Perlo–, ha habido mucha reflexión desde el punto de vista ontológico, también epistemológico, pero que no ha podido plasmarse a nivel metodológico. Tal vez, porque cuando los investigadores vamos a investigar, reproducimos el método hegemónico”.
—¿Habría que abrir las ventanas. Ventilar?
—Los investigadores y los científicos tenemos que ceder mucho de la cuota de poder que hemos tomado en relación al conocimiento. Una cosa es hablar de la vinculación científica tecnológica y otra es hablar de transferencia de conocimiento. Implican dos concepciones metodológicas y ontológicas distintas: “Yo tengo el Conocimiento y voy a ofrecérselo a quienes no lo tienen” o, “yo tengo un conocimiento que hemos llamado ciencia” que es algo muy valioso y nos permite el desarrollo tecnológico, que nos hace más llevadera nuestra vida, pero que no es más ni menos que otros tipos de conocimientos que está desarrollando la misma sociedad. Conocimientos, ambos, que deberían buscarse en un espacio común, para encontrarse.
—A grandes pinceladas, ¿qué propone desde estas páginas?
—Sobre el final del libro propongo siete afluentes para investigar y aprender; y al primero de los afluentes lo identifico con el cambio de rumbo: dejar el camino de Descartes, reconociendo al positivismo el habernos traído hasta aquí, pero ahora el cauce del río se va bifurcando para transformarse en un delta. Uno de los afluentes alude salir del confort, asumiendo los riesgos y recurriendo al coraje. Y ahí tomo la metáfora de David Peat, quien nos acerca una figura fácilmente comprensible: “nosotros” parecemos ser cazadores en sillones, cazadores que nos fuimos de la selva. El cazador debe dar un salto de su mullido sillón y regresar a la selva. En la selva el cazador no puede desligarse de sus instintos, de su olfato, de sus percepciones, porque hasta el más leve movimiento de la gramilla le está indicando el peligro; el cazador, en la selva está conectado con todo su cuerpo. Ésta es otra de las cosas que pongo énfasis en el libro: tenemos que volver a un conocimiento que no abarque solamente al neocortex. Es un conocimiento que debe estar envuelto en nuestro sistema límbico hipotalámico, cercano a nuestras emociones, volver a nuestros instintos. Los investigadores nos hemos convertido en esos cazadores cómodos. Sentados en nuestras oficinas, haciendo papers.
—Su libro, ¿no resultará un desafío y una provocación al pensamiento canónico?
—A este libro me gusta llamarlo indisciplinado; creo que ya no podemos seguir pensando ni multidisciplinariamente ni interdisciplinariamente. La apuesta es indisciplinarnos. Debemos salirnos de la norma. Todo el pensamiento positivista, pensamiento científico hegemónico nos llevó a escribir al pie de la norma. La norma que es renuente con la creatividad. Los nuevos descubrimientos se han hecho por fuera de la norma; a veces, hasta por error.
—¿Tal vez por esto los presocráticos que proponían la integración de los contrarios que, en definitiva, están dentro de nosotros, y que la razón separaba poniendo de un lado del río a los negros y del otro, los blancos; estuvieron por casi veinticinco siglos silenciados en Occidente?
—Yo insisto en darle gracias al positivismo que nos condujo por esos caminos y nos ayudó a comprender en parte la naturaleza, clasificarla. Ahora es momento de detenernos y ponernos a pensar cómo seguimos.
—¿Plantea una rebelión?
—No quiero oponer una fuerza “contraria”. Tengamos en cuenta que “el oponente” es necesario; si no hay oponente no hay otro. El “alter” requiere del otro. Pero no propongo una lucha que implique derrotar a un oponente. Necesito encontrarme con el otro para tener la otra versión sobre mí. Encontrarme con la diferencia. Y vuelvo a los opuestos y los opuestos antagónicos, que usted trae y que estaban presentes en la filosofía presocrática; y a los que toman los físicos cuánticos cuando hablan del principio de complementariedad. Cuenta Fritjof Capra, en el “Tao de la Física”, que cuando Niels Bohr va a Oriente, en 1936, al encontrarse con el yin y el yang, comienza a desarrollar la idea del principio de complementariedad; y hasta toma la figura para incluirla en su escudo heráldico familiar. El ser humano es cultura y naturaleza. Por eso creo que la crisis de la crisis es la fragmentación. A todas estas aproximaciones las llamo “nuevos” conceptos ontológicos y epistemológicos que mueven el piso de la ciencia moderna.
—¿Si tuviera que sintetizar en dos o tres puntos las propuestas de este libro?
—Intenté escribir un libro que invite al diálogo. La oposición es controversia, otra versión. En la postura dialógica es necesario que el otro aparezca en su diferencia; la controversia que me va a hacer de “opuesto complementario”. Pero “ese” adversario no es el enemigo. Tenemos que volver a ese conocimiento al que llamamos vivencia. En una parte del libro lo expongo bajo la fórmula: “Siento, luego existo, pero también pienso”. Hay que despertar del sueño de la razón, una ilusión de que se puede construir un mundo razonable y que éste va a ser la solución a los problemas que vivimos. La solución viene de la mano de la recuperación de los instintos, del reconocimiento de las emociones, y ambos, integrándose con la razón.