Jueves 04 de septiembre de 2014
En Casa Solidaria trabajan para brindar asistencia, contención y dignidad a las personas en situación de calle de Paraná. Y para que cada uno encuentre en su propa historia de vida y en el intercambio con sus compañeros la clave para salir adelante. Piden acompañamiento de la comunidad y decisión política del Estado. Lo merece Ludmila, una beba de dos meses que ya lucha junto a sus padres por torcer su destino.
Alfredo Hoffman
Hay que subir una escalera alta y empinada para entrar a Casa
Solidaria. Es un salón amplio, con grandes ventanales y balcones a calle
Carbó, que este martes por la noche está lleno de música. Son casi las
diez, la cena ya se acabó y se reproducen los juegos de los chicos, las
conversaciones de los grandes y la cumbia y las baladas que se escapan
potentes del minicomponente ubicado en un rincón. Resuenan voces que
cantan sin pudor “no hay nada más difícil que vivir sin ti”. Las risas
también se reproducen. Pero nada hace sobresaltar a Ludmila, una hermosa
bebita de dos meses que ya tomó su mamadera y ahora duerme en los
brazos de Loreley. Ludmila es hija de Maricel y de Pablo, y los tres
conforman una de las tantas familias que tienen aquí un espacio de
contención y de encuentro.
Ludmila viene a
Casa Solidaria desde que estaba en la panza de su mamá. Nació el 28
de junio con dos kilos ochocientos sesenta y cinco, cuenta Maricel
con orgullo. La familia llegó por primera vez por la invitación de
un amigo, Leonardo. Aquel día cada uno tenía que contar su historia
y ellos contaron la suya. Les gustó, se sintieron contenidos y
atendidos, conocieron más amigos y por eso siguen viniendo. También
los ayudan a resolver sus problemas. Por ejemplo, les facilitaron un
abogado que los está ayudando a recuperar la casa que perdieron. Les
brindan asustencia médica. Los acompañan.
La vida para
Maricel nunca fue fácil. Nació en La Paz hace 32 años. La dieron
en adopción de chiquita. Cuando tenía 22 su mamá falleció. Ahora
trabaja cuidando a una señora de 98 años y vendiendo CD y películas
en la Peatonal. Se las rebusca mientras consigue un empleo mejor.
Pero también hay cosas buenas: hace poco nació su hija y a la par
de ese nacimiento también pudo conocer a su hermano, al que no veía
desde que tenía 5. Una tía le dio el teléfono, se hablaron, se
mensajearon y se reencontraron después de 27 años. Él vive con su
familia a Concordia; tiene su mujer y sus cuatro hijos, dice
contenta.
Ella tiene
claros sus objetivos:
—Mi expetativa
sería mejorar mi vida. Mejorar todo. Todo lo mal que estuve. Por lo
menos estar mejor. Y que ellos —mira a Ludimila y a Pablo— cada
día estén bien.
—¿Sentís que
estás mejor que antes?
—Sí, hoy en
día, sí. Estoy mejor que antes. La verdad que estaba triste, estaba
desolada y ahora estoy con un montón de amigos, un montón de gente.
Siempre cuento acá todo, no tengo problemas con nadie.
Julián Jarupkin
y Loreley Farina escuchan a Maricel. También la escuchan otros
compañeros en situación de calle o de vulnerabilidad que de a poco
se van alejando del minicomponente y se van arrimando a la charla. Se
suman sillas y van armando el círculo. Se alarga la sobremesa de los
martes a la noche.
Desnaturalizar
Loreley y Julián
son estudiantes de Psicología en la Universidad Autónoma de Entre
Ríos. Hace cuatro años, desde una práctica, con el profesor Hugo García a la cabeza surgió la idea de
generar un proyecto, de profundizar y planificar lo que ya se venía
haciendo en materia de trabajo con personas en situación de calle.
Redactaron el proyecto y lo presentaron ante las autoridades de la
Uader a fines de 2010. La entonces rectora Graciela Mingo emitió una
resolución, que se envió al Ministerio de Desarrollo Social. En
agosto de 2011 el gobernador Sergio Urribarri firmó el decreto para
que el Ministerio se hiciera cargo de poner en funcionamiento el
dispositivo que hoy es Casa Solidaria. Se alquiló el inmueble de
Carbó 171 y les entregaron la llave. Era una casa vacía, sin luz
siquiera. Había que equiparla y hacerla andar y así se hizo, con esfuerzo, a través de donaciones, préstamos y compras. Luego,
el cambio de autoridades en Desarrollo Social hizo que se debiera
empezar de nuevo de cero, cuentan los hacedores del proyecto.
Con
el tiempo, el lugar se empezó a transformar en lo que buscaban: en
un punto de encuentro, donde los compañeros pudieran comer,
ducharse, cambiarse de ropa, hacer uso de las instalaciones; pero
también un espacio donde el intercambio hiciera de disparador de los
problemas cotidianos y así poder aportar herramientas para
resoverlos. Algo que no existía ni en Paraná ni en muchas ciudades.
Así se pudo abordar, por ejemplo, la problemática de los DNI: se
hizo un relevamiento de las personas en estado de vulnerabilidad y,
median
te un trabajo conjunto con la Defensoría del Pueblo, se
facilitó el acceso a documentos a quienes no los poseían y para
quienes es muy complicado tramitarlo, ir al Registro Civil, buscar la
partida de nacimiento, pagar una tasa.
—Aquí
pueden encontrar principalmente un espacio de escucha —explica
Loreley—, un
espacio donde reflexionar quiénes son hoy y qué quieren hacer de
sus historias. Eso se va logrando a través de determinados
dipositivos que se van trabajando día a día y que tienen que ver
con ir generando esto de la inclusión social y la restitución de
derechos. Buscamos que dejen de naturalizar la forma de vivir que
tienen y puedan pensarse desde otro lugar. Los compañeros llegan acá
con determinados inconvenientes y poco a poco van encontrando sus
espacios y encontrando una forma distinta de vincularse con quienes
conocen de toda la vida y con otras esferas de lo social. Por
ejemplo: compartimos actividades con la Casa de la Cultura, que está
acá enfrente. Capaz que en ningún otro momento hubieran pensado
estar ahí. Van generando contacto con la comunidad desde otro lugar,
no desde esa mirada que han recibido durante tanto tiempo de “el
que está en la calle está ahí porque quiere”.
—Creemos que
la situación de calle —agrega Julián— excede lo que es dormir
en la calle. Es estar todo el día, es enfrentar situaciones que no
son solamente las situaciones crónicas, sino que afectan también a
aquellas personas que se encuentran una, dos, tres semanas en la
calle. Esto, sumado a la vulnerabilidad o la precariedad de la
vivienda en la que están, que no son de ellos o son prestadas, o son
de chapas y cartones, nos hace a nosotros problematizar cuál es el
punto principal de la inclusión social, de la restitución de
derechos, pero sobre todo de la dignidad humana.
Portación de
rostro
Una de las
situaciones críticas comúnes que deben atravesar quienes concurren
a la Casa son los conflictos constantes con la policía por la
portación de rostro o la portación de ropa. Cuando se avecina el
verano, las vacaciones o los fines de semana largos, la mano
represiva del Estado intenta borrar aquello que supuestamente ensucia
el paisaje urbano: los que están en las plazas o caminan las calles
intentando vender una estampita o cuidando autos o rebuscándosela de
algún modo. La persecución de la Policía es bien conocida por
ellos, que sentados en círculo en la planta alta de Carbó 171
asienten con la cabeza cuando se les pregunta al respecto. Pero la
persecución no es solamente de quienes visten uniformes azules;
también proviene del Poder Judicial. Un dato es esclarecedor sobre
esto: el entre junio y diciembre desde la asesoría legal de Casa
Solidaria presentaron 16 hábeas corpus, para que se informara dónde
estaban detenidos algunos compañeros y también de modo preventivo
para anticiparse a detenciones ilegales y hacer frente al
avasallamiento de los derechos humanos.
En lucha
Una
tarea constante del equipo es lograr el apoyo del Estado. Julián
explica que siempre están “en lucha” en ese sentido, tratando de
generar ese apoyo estatal y convocando a los organismos
gubernamentales para trabajar en conjunto. Cuenta que este año
pudieron tomar contacto con Desarrollo Social municipal, que desde el
año pasado tienen una relación más fluida con la Subsecretaría de
Derechos Humanos de la provincia, y que la vinculación con el
Ministerio de Desarrollo Social tiene altibajos. Básicamente
reclaman que esta cartera cumpla con la responsabilidad institucional
sobre este espacio que entienden que le confiere el Decreto 3.034 de
2011.
Es que son 10 voluntarios para atender las problemáticas de las 60
personas que en promedio concurren a la casa, más la colaboración
de otras instituciones como el caso de quienes trabajan en los
comedores que asisten los lunes, martes y viernes.
—Necesitamos
un respaldo institucional —subraya Julián—, no desde la caridad.
Si realmente queremos abordar la problemática como lo estamos
haciendo, pero dedicándonos a esto y no teniendo otras cuestiones de
por medio, necesitamos ese respaldo. Es un laburo del equipo ad
honorem, es mucho tiempo, desgaste. La salud de cada uno también
corre por cuenta propia, no hay ningún tipo de respaldo hacia el
equipo ni hacia los compañeros en situación de calle.
Existen muchas
expectativas con el convenio marco a firmar con la Defensoría del
Pueblo, que permitirá trazar estrategias y trabajar sobre la
singularidad de las historias de vida de cada una de las personas en
situación de calle.
Evitar la muerte
Los martes son
de mucho movimiento y charla en la Casa. Pero, además de eso, este
es un martes especial. A pesar de Marco Antonio Solís que a todo
volumen canta “Si no te hubieras ido”, de las carcajadas, de las
corridas de los gurises, hay un dolor flotando en el aire. Al
mediodía comenzó a circular la noticia de la muerte de un compañero
y sobre eso han estado hablando y reflexionando en los grupos. Oscar
Muñoz, el Oveja, falleció el lunes a la madrugada frente a la
puerta de Emergencias del hospital San Martín.
Aunque no era de
ir muy seguido a participar de las actividades, todos conocían al
Oveja; tenía alrededor de 50 años y muchos de ellos los había
pasado viviendo en la calle. Su muerte impactó como impactan todas
las muertes, pero en el caso de las personas en su situación vienen
acompañadas de una angustiante certeza: estos desenlaces son
seguramente evitables. En el caso de Oscar, los integrantes del
equipo cuentan que arrastraba problemas en las piernas sin un
tratamiento adecuado; en una de ellas tenía gangrena y en los
últimos días había aparecido con laceraciones. El frío de fines
de agosto había agravado más la dolencia. Y también tenía otras
enfermedades frecuentemente propias de quienes pasan sus días y sus
noches sin resguardo.
Recuerdan
también que en 2013 falleció Mario, un muchacho paraba a la vuelta
de la Facultad de Trabajo Social. Mario y el Oveja solían andar
juntos. Eran su propia red de contención. Hoy ambos ya no están.
Julián y
Loreley me hablan de la figura del desaparecido social: esos
paranaenses que están pero no están. Esos vecinos nuestros que
vemos en las plazas o deambulando por la ciudad. Pero que en verdad
no vemos. Fue así, supongo, como un conductor vio pero no vio a
Andrés Elías Aranda al atardecer del sábado 28 de septiembre de
2013, en la esquina de Cura Álvarez y Alem. Lo chocó y lo dejó
tirado. ¿Habrá comprendido que estaba dejando tirado a un ser
En Casa
Solidaria trabajan para evitar estas muertes evitables. Buscan
rescatar y resignificar las historias particulares. Ahondar en las
experiencias de vida de cada uno para encontrar allí las
potencialidades que posibliten el cambio. Desnaturalizar la idea de
que la calle es una condición inamovible. Construir herramientas
para crear nuevos lazos. Dejar de lado la lógica asistencialista.
Tienen la voluntad de hacerlo y lo hacen. Lo que piden es decisión
política y acompañamiento de la comunidad.
Ludmila duerme.
Sus padres solo quieren que ella esté bien. Es el destino de esa
hermosa beba de dos meses lo que está en juego.
Fotos: Facebook de Casa Solidaria
Fuente: Telaraña
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