viernes, 5 de septiembre de 2014

Por las Ludmilas

Jueves 04 de septiembre de 2014

 
En Casa Solidaria trabajan para brindar asistencia, contención y dignidad a las personas en situación de calle de Paraná. Y para que cada uno encuentre en su propa historia de vida y en el intercambio con sus compañeros la clave para salir adelante. Piden acompañamiento de la comunidad y decisión política del Estado. Lo merece Ludmila, una beba de dos meses que ya lucha junto a sus padres por torcer su destino.
 
 
Alfredo Hoffman 
 
Hay que subir una escalera alta y empinada para entrar a Casa Solidaria. Es un salón amplio, con grandes ventanales y balcones a calle Carbó, que este martes por la noche está lleno de música. Son casi las diez, la cena ya se acabó y se reproducen los juegos de los chicos, las conversaciones de los grandes y la cumbia y las baladas que se escapan potentes del minicomponente ubicado en un rincón. Resuenan voces que cantan sin pudor “no hay nada más difícil que vivir sin ti”. Las risas también se reproducen. Pero nada hace sobresaltar a Ludmila, una hermosa bebita de dos meses que ya tomó su mamadera y ahora duerme en los brazos de Loreley. Ludmila es hija de Maricel y de Pablo, y los tres conforman una de las tantas familias que tienen aquí un espacio de contención y de encuentro. 

Ludmila viene a Casa Solidaria desde que estaba en la panza de su mamá. Nació el 28 de junio con dos kilos ochocientos sesenta y cinco, cuenta Maricel con orgullo. La familia llegó por primera vez por la invitación de un amigo, Leonardo. Aquel día cada uno tenía que contar su historia y ellos contaron la suya. Les gustó, se sintieron contenidos y atendidos, conocieron más amigos y por eso siguen viniendo. También los ayudan a resolver sus problemas. Por ejemplo, les facilitaron un abogado que los está ayudando a recuperar la casa que perdieron. Les brindan asustencia médica. Los acompañan.
La vida para Maricel nunca fue fácil. Nació en La Paz hace 32 años. La dieron en adopción de chiquita. Cuando tenía 22 su mamá falleció. Ahora trabaja cuidando a una señora de 98 años y vendiendo CD y películas en la Peatonal. Se las rebusca mientras consigue un empleo mejor. Pero también hay cosas buenas: hace poco nació su hija y a la par de ese nacimiento también pudo conocer a su hermano, al que no veía desde que tenía 5. Una tía le dio el teléfono, se hablaron, se mensajearon y se reencontraron después de 27 años. Él vive con su familia a Concordia; tiene su mujer y sus cuatro hijos, dice contenta.

Ella tiene claros sus objetivos:
—Mi expetativa sería mejorar mi vida. Mejorar todo. Todo lo mal que estuve. Por lo menos estar mejor. Y que ellos —mira a Ludimila y a Pablo— cada día estén bien.
—¿Sentís que estás mejor que antes?
—Sí, hoy en día, sí. Estoy mejor que antes. La verdad que estaba triste, estaba desolada y ahora estoy con un montón de amigos, un montón de gente. Siempre cuento acá todo, no tengo problemas con nadie.
Julián Jarupkin y Loreley Farina escuchan a Maricel. También la escuchan otros compañeros en situación de calle o de vulnerabilidad que de a poco se van alejando del minicomponente y se van arrimando a la charla. Se suman sillas y van armando el círculo. Se alarga la sobremesa de los martes a la noche.

Desnaturalizar
Loreley y Julián son estudiantes de Psicología en la Universidad Autónoma de Entre Ríos. Hace cuatro años, desde una práctica, con el profesor Hugo García a la cabeza surgió la idea de generar un proyecto, de profundizar y planificar lo que ya se venía haciendo en materia de trabajo con personas en situación de calle. Redactaron el proyecto y lo presentaron ante las autoridades de la Uader a fines de 2010. La entonces rectora Graciela Mingo emitió una resolución, que se envió al Ministerio de Desarrollo Social. En agosto de 2011 el gobernador Sergio Urribarri firmó el decreto para que el Ministerio se hiciera cargo de poner en funcionamiento el dispositivo que hoy es Casa Solidaria. Se alquiló el inmueble de Carbó 171 y les entregaron la llave. Era una casa vacía, sin luz siquiera. Había que equiparla y hacerla andar y así se hizo, con esfuerzo, a través de donaciones, préstamos y compras. Luego, el cambio de autoridades en Desarrollo Social hizo que se debiera empezar de nuevo de cero, cuentan los hacedores del proyecto.
Con el tiempo, el lugar se empezó a transformar en lo que buscaban: en un punto de encuentro, donde los compañeros pudieran comer, ducharse, cambiarse de ropa, hacer uso de las instalaciones; pero también un espacio donde el intercambio hiciera de disparador de los problemas cotidianos y así poder aportar herramientas para resoverlos. Algo que no existía ni en Paraná ni en muchas ciudades. Así se pudo abordar, por ejemplo, la problemática de los DNI: se hizo un relevamiento de las personas en estado de vulnerabilidad y, median
te un trabajo conjunto con la Defensoría del Pueblo, se facilitó el acceso a documentos a quienes no los poseían y para quienes es muy complicado tramitarlo, ir al Registro Civil, buscar la partida de nacimiento, pagar una tasa.
—Aquí pueden encontrar principalmente un espacio de escucha —explica Loreley—, un espacio donde reflexionar quiénes son hoy y qué quieren hacer de sus historias. Eso se va logrando a través de determinados dipositivos que se van trabajando día a día y que tienen que ver con ir generando esto de la inclusión social y la restitución de derechos. Buscamos que dejen de naturalizar la forma de vivir que tienen y puedan pensarse desde otro lugar. Los compañeros llegan acá con determinados inconvenientes y poco a poco van encontrando sus espacios y encontrando una forma distinta de vincularse con quienes conocen de toda la vida y con otras esferas de lo social. Por ejemplo: compartimos actividades con la Casa de la Cultura, que está acá enfrente. Capaz que en ningún otro momento hubieran pensado estar ahí. Van generando contacto con la comunidad desde otro lugar, no desde esa mirada que han recibido durante tanto tiempo de “el que está en la calle está ahí porque quiere”.
—Creemos que la situación de calle —agrega Julián— excede lo que es dormir en la calle. Es estar todo el día, es enfrentar situaciones que no son solamente las situaciones crónicas, sino que afectan también a aquellas personas que se encuentran una, dos, tres semanas en la calle. Esto, sumado a la vulnerabilidad o la precariedad de la vivienda en la que están, que no son de ellos o son prestadas, o son de chapas y cartones, nos hace a nosotros problematizar cuál es el punto principal de la inclusión social, de la restitución de derechos, pero sobre todo de la dignidad humana.
 
Portación de rostro
Una de las situaciones críticas comúnes que deben atravesar quienes concurren a la Casa son los conflictos constantes con la policía por la portación de rostro o la portación de ropa. Cuando se avecina el verano, las vacaciones o los fines de semana largos, la mano represiva del Estado intenta borrar aquello que supuestamente ensucia el paisaje urbano: los que están en las plazas o caminan las calles intentando vender una estampita o cuidando autos o rebuscándosela de algún modo. La persecución de la Policía es bien conocida por ellos, que sentados en círculo en la planta alta de Carbó 171 asienten con la cabeza cuando se les pregunta al respecto. Pero la persecución no es solamente de quienes visten uniformes azules; también proviene del Poder Judicial. Un dato es esclarecedor sobre esto: el entre junio y diciembre desde la asesoría legal de Casa Solidaria presentaron 16 hábeas corpus, para que se informara dónde estaban detenidos algunos compañeros y también de modo preventivo para anticiparse a detenciones ilegales y hacer frente al avasallamiento de los derechos humanos.

En lucha
Una tarea constante del equipo es lograr el apoyo del Estado. Julián explica que siempre están “en lucha” en ese sentido, tratando de generar ese apoyo estatal y convocando a los organismos gubernamentales para trabajar en conjunto. Cuenta que este año pudieron tomar contacto con Desarrollo Social municipal, que desde el año pasado tienen una relación más fluida con la Subsecretaría de Derechos Humanos de la provincia, y que la vinculación con el Ministerio de Desarrollo Social tiene altibajos. Básicamente reclaman que esta cartera cumpla con la responsabilidad institucional sobre este espacio que entienden que le confiere el Decreto 3.034 de 2011. Es que son 10 voluntarios para atender las problemáticas de las 60 personas que en promedio concurren a la casa, más la colaboración de otras instituciones como el caso de quienes trabajan en los comedores que asisten los lunes, martes y viernes.
—Necesitamos un respaldo institucional —subraya Julián—, no desde la caridad. Si realmente queremos abordar la problemática como lo estamos haciendo, pero dedicándonos a esto y no teniendo otras cuestiones de por medio, necesitamos ese respaldo. Es un laburo del equipo ad honorem, es mucho tiempo, desgaste. La salud de cada uno también corre por cuenta propia, no hay ningún tipo de respaldo hacia el equipo ni hacia los compañeros en situación de calle.
Existen muchas expectativas con el convenio marco a firmar con la Defensoría del Pueblo, que permitirá trazar estrategias y trabajar sobre la singularidad de las historias de vida de cada una de las personas en situación de calle.

Evitar la muerte
Los martes son de mucho movimiento y charla en la Casa. Pero, además de eso, este es un martes especial. A pesar de Marco Antonio Solís que a todo volumen canta “Si no te hubieras ido”, de las carcajadas, de las corridas de los gurises, hay un dolor flotando en el aire. Al mediodía comenzó a circular la noticia de la muerte de un compañero y sobre eso han estado hablando y reflexionando en los grupos. Oscar Muñoz, el Oveja, falleció el lunes a la madrugada frente a la puerta de Emergencias del hospital San Martín.
Aunque no era de ir muy seguido a participar de las actividades, todos conocían al Oveja; tenía alrededor de 50 años y muchos de ellos los había pasado viviendo en la calle. Su muerte impactó como impactan todas las muertes, pero en el caso de las personas en su situación vienen acompañadas de una angustiante certeza: estos desenlaces son seguramente evitables. En el caso de Oscar, los integrantes del equipo cuentan que arrastraba problemas en las piernas sin un tratamiento adecuado; en una de ellas tenía gangrena y en los últimos días había aparecido con laceraciones. El frío de fines de agosto había agravado más la dolencia. Y también tenía otras enfermedades frecuentemente propias de quienes pasan sus días y sus noches sin resguardo.
Recuerdan también que en 2013 falleció Mario, un muchacho paraba a la vuelta de la Facultad de Trabajo Social. Mario y el Oveja solían andar juntos. Eran su propia red de contención. Hoy ambos ya no están.
Julián y Loreley me hablan de la figura del desaparecido social: esos paranaenses que están pero no están. Esos vecinos nuestros que vemos en las plazas o deambulando por la ciudad. Pero que en verdad no vemos. Fue así, supongo, como un conductor vio pero no vio a Andrés Elías Aranda al atardecer del sábado 28 de septiembre de 2013, en la esquina de Cura Álvarez y Alem. Lo chocó y lo dejó tirado. ¿Habrá comprendido que estaba dejando tirado a un ser
humano? Una ambulancia que pasaba por allí recogió a Andrés, inconsciente y golpeado, y lo llevó al hospital San Martín. Falleció a poco de llegar. El velatorio fue muy breve; sus compañeros no tuvieron tiempo de despedirlo. Se cumple ya un año y todavía no se sabe quién fue el responsable.

En Casa Solidaria trabajan para evitar estas muertes evitables. Buscan rescatar y resignificar las historias particulares. Ahondar en las experiencias de vida de cada uno para encontrar allí las potencialidades que posibliten el cambio. Desnaturalizar la idea de que la calle es una condición inamovible. Construir herramientas para crear nuevos lazos. Dejar de lado la lógica asistencialista. Tienen la voluntad de hacerlo y lo hacen. Lo que piden es decisión política y acompañamiento de la comunidad.
Ludmila duerme. Sus padres solo quieren que ella esté bien. Es el destino de esa hermosa beba de dos meses lo que está en juego.

Fotos: Facebook de Casa Solidaria

Fuente: Telaraña

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