Entrevista a Zygmunt Bauman
Acuñador de una feliz
metáfora sobre la contemporaneidad, la “modernidad líquida”, Zygmunt
Bauman aparece hoy como uno de los más lúcidos pensadores de un presente
convulso. Una entrevista y el análisis de su obra nos acercan al
pensamiento de este sociólogo de origen polaco, un defensor de la
esperanza frente al optimismo.
DANIEL GAMPER - 12/05/2004
Zygmunt
Bauman (1925) nació en Polonia en una humilde familia judía con la que
emigró a la Unión Soviética tras la ocupación nazi. Tras su paso por el
ejército polaco en el frente ruso, fue profesor en la Universidad de
Varsovia hasta que con motivo de una campaña antisemita emigró al Reino
Unido en donde aún vive. Bauman no es un divulgador de la sociología,
pero sus contribuciones a esta disciplina están caracterizadas por un
afán ensayístico que no está reñido con el rigor. Autor de “Modernidad y
holocausto”, su obra fue estudiada sobre todo en círculos académicos, y
no ha sido hasta la década de los noventa que ha pasado a ser conocido y
reconocido por un público más amplio a propósito de libros como
“Modernidad líquida”, “Globalización”, “Trabajo, consumismo y nuevos
pobres”.
Bauman no ofrece teorías o sistemas definitivos,
se conforma con describir nuestras contradicciones, las tensiones no
sólo sociales sino también existenciales que se generan cuando los
humanos nos relacionamos, es decir, la vida misma.
Usted afirma que nuestra época es la de lo líquido, que vivimos en la modernidad líquida. ¿Por qué?
Durante
mucho tiempo intenté captar los rasgos característicos de esta época y
ahí surgió el concepto de lo líquido. Es un concepto positivo, no
negativo. Como dice la enciclopedia, lo fluido es una sustancia que no
puede mantener su forma a lo largo del tiempo. Y ese es el rasgo de la
modernidad entendida como la modernización obsesiva y compulsiva. Una
modernidad sin modernización es como un río que no fluye. Lo que llamo
la modernidad sólida, ya desaparecida, mantenía la ilusión de que este
cambio modernizador acarrearía una solución permanente, estable y
definitiva de los problemas, la ausencia de cambios. Hay que entender el
cambio como el paso de un estado imperfecto a uno perfecto, y el estado
perfecto se define desde el Renacimiento como la situación en que
cualquier cambio sólo puede ser para peor. Así, la modernización en la
modernidad sólida transcurría con la finalidad de lograr un estadio en
el que fuera prescindible cualquier modernización ulterior. Pero en la
modernidad líquida seguimos modernizando, aunque todo lo hacemos hasta
nuevo aviso. Ya no existe la idea de una sociedad perfecta en la que no
sea necesario mantener una atención y reforma constantes. Nos limitamos a
resolver un problema acuciante del momento, pero no creemos que con
ello desaparezcan los futuros problemas. Cualquier gestión de una crisis
crea nuevos momentos críticos, y así en un proceso sin fin. En pocas
palabras: la modernidad sólida fundía los sólidos para moldearlos de
nuevo y así crear sólidos mejores, mientras que ahora fundimos sin
solidificar después.
¿Qué consecuencias tiene esta inestabilidad para la sociedad y los individuos?
El
sentimiento dominante hoy en día es lo que los alemanes llaman
“Unsicherheit”. Uso el término alemán porque dada su enorme complejidad
nos obliga a utilizar tres palabras para traducirlo: incertidumbre,
inseguridad y vulnerabilidad. Si bien se podría traducir también como
“precariedad”. Es el sentimiento de inestabilidad asociado a la
desaparición de puntos fijos en los que situar la confianza. Desaparece
la confianza en uno mismo, en los otros y en la comunidad.
¿Cómo se concreta esta precariedad?
En
primer lugar como incertidumbre: tiene que ver con la confianza en las
instituciones, con el cálculo de los riesgos en que incurrimos y del
cumplimiento de las expectativas. Pero para calcular correctamente estos
riesgos se necesita un entorno estable, y cuando el entorno no lo es
entonces se da la incertidumbre. Un joven decide estudiar con la
esperanza de que se convertirá en alguien con unas habilidades que serán
apreciadas por la sociedad, que será un miembro útil de la misma. Pero
todos estos esfuerzos no dan ningún fruto, ya que la sociedad ya no
necesita individuos con estas habilidades. En segundo lugar como
inseguridad, y tiene que ver con el lugar social de cada cual, con las
conexiones de los individuos (amigos, colegas, conocidos…), las
afinidades electivas como Goethe y Weber las llamaban, con los
individuos que seleccionamos de entre la masa para tener una relación
personal con ellos. Para establecer estas relaciones son necesarias por
lo menos dos personas, pero para romperlas basta con uno. Esto nos
mantiene en un estado de inquietud, ya que no sabemos si a la mañana
siguiente nuestro compañero habrá decidido que ya no quiere saber nada
más de nosotros. El tercero es el problema de la vulnerabilidad, de la
integridad corporal, y de nuestras posesiones, de mi barrio y de mi
calle.
¿En qué medida la amenaza terrorista determina esta inseguridad?
El
terrorismo es el último factor que se ha añadido para aumentar esta
vulnerabilidad. Pero antes existía el miedo de la clase baja, el miedo
del inmigrante que ha abandonado su tierra y ya no se siente acogido en
ningún lugar. Esto lleva a las comunidades tipo gueto, encerradas en un
muro que no permite la entrada de extraños. A esto hay que añadir el
creciente número de pánicos a los que nos vemos sometidos:
envenenamiento de las substancias, del aire, la comida, los cigarrillos.
Lo que hoy es sano mañana puede ser tóxico, mortal. ¿Cómo es posible
estar seguro de algo en un mundo así? Se confirma así la sospecha de que
el punto neurálgico de la precariedad ha pasado a ser la
vulnerabilidad.
Pero, ¿no encontramos ningún elemento estable en la modernidad líquida?
En
la modernidad líquida la única entidad que tiene una expectativa
creciente de vida es el propio cuerpo. La modernidad sólida confiaba en
que más allá de la brevedad de la existencia humana se encontraba la
sociedad imperecedera. ¿Quién diría algo semejante hoy en día? Yo mismo
tengo 78 años y, sólo durante mi estancia en el Reino Unido, he vivido
en cuatro sociedades completamente distintas y eso sin moverme del mismo
lugar: eran las cosas a mi alrededor las que cambiaban. Así pues, yo
soy el elemento más imperecedero de mi biografía. A este fenómeno lo
denomino la crisis del largo plazo: el único largo plazo es uno mismo,
el resto es el corto plazo.
¿Qué hemos ganado con el advenimiento de la modernidad líquida?
Libertad
a costa de seguridad. Mientras que para Freud gran parte de los
problemas de la modernidad provenían de la renuncia a gran parte de
nuestra libertad para conseguir más seguridad, en la modernidad líquida
los individuos han renunciado a gran parte de su seguridad para lograr
más libertad.
¿Cómo lograr un equilibrio entre ambas?
No
creo que nunca se pueda alcanzar un equilibrio perfecto entre ellas,
pero debemos perseverar en el intento. La seguridad y la libertad son
igualmente indispensables, sin ellas la vida humana es espantosa, pero
reconciliarlas es endiabladamente difícil. El problema es que son al
mismo tiempo incompatibles y mutuamente dependientes. No se puede ser
realmente libre a no ser que se tenga seguridad y la verdadera seguridad
implica a su vez la libertad, ya que si no eres libre cualquiera que
pasa por ahí, cualquier dictador, puede acabar con tu vida. Todas las
épocas han intentado equilibrar ambas. La idea del estado de bienestar y
las iniciativas que propició en la segundad mitad del siglo XX, como,
por ejemplo, la asistencia médica universal, surgen de una comprensión
profunda de la relación entre seguridad y libertad. Ya lo dijo Franklin
Delano Roosevelt: hay que liberar a la gente del miedo. Si se tiene
miedo no se puede ser libre, y el miedo es el resultado de la
inseguridad. La seguridad nos hará libres.
En los últimos
años se ha concentrado en el concepto de comunidad. ¿En qué medida la
seguridad va asociada a la idea de una comunidad cerrada?
Es
necesario dejar claro que no puede haber comunidades cerradas. Una
comunidad cerrada sería insoportable. Estamos demasiado acostumbrados a
la libertad para no considerar que una comunidad cerrada sería como una
prisión. Por otra parte, vivimos en un mundo globalizado y la comunidad
no se puede crear artificialmente. La sentencia: “es magnífico vivir en
una comunidad”, demuestra por sí misma que uno no forma parte de una
comunidad, porque una verdadera comunidad sólo existe si no es
consciente de que ella misma es una comunidad. La comunidad se acaba
cuando surge la elección, cuando el hecho de formar parte de una
comunidad depende de la elección del individuo. Nuestras comunidades
actuales no son cerradas, sólo se mantienen porque sus miembros se
dedican a ellas, tan pronto como desaparezca el entusiasmo de sus
miembros por mantener la comunidad ésta desaparece con ellos. Son
artificiales, líquidas, frágiles. No se pueden cerrar las fronteras a
los inmigrantes, al comercio, a la información, al capital. Hace pocas
semanas miles de personas en Inglaterra se encontraron de repente
desempleadas, ya que el servicio de información telefónico había sido
trasladado a la India, en donde hablan inglés y cobran una quinta parte
del salario. No es posible cerrar las fronteras.
¿Entonces para qué sirve el concepto de comunidad?
Los
científicos necesitan el concepto de experimento ideal. Efectivamente,
un experimento así, en el que todo está controlado no es posible, pero
la idea nos sirve de criterio para valorar los experimentos existentes. O
la idea de justicia. No existe una sociedad perfectamente justa, ya que
es imposible satisfacer las distintas visiones del mundo presentes en
la sociedad. Pero sin la idea de justicia la sociedad sería terrible,
sería el “todo vale”. Lo mismo vale para la comunidad, necesitamos la
solidaridad que implica, el hecho de estar juntos, de ayudarnos y
cuidarnos mutuamente. Somos seres humanos en la medida en que estamos en
compañía de seres humanos, no basta con estar en presencia física de
otros seres humanos, es necesaria la compañía. Si no existiera la idea
de comunidad no consideraríamos que la falta de solidaridad es un error.
¿Cómo se forma y mantiene en la actualidad la solidaridad en las comunidades?
Hay
expresiones ocasionales de solidaridad. Piense, por ejemplo, en lo que
ha sucedido en España después del terrible atentado en Madrid. La nación
se solidarizó con las víctimas. Fue una reacción mucho más bonita que
la de los americanos después del 11-S. Ellos expresaron miedo y
reaccionaron de manera individualizada, cada cual portaba la foto de su
familiar o amigo fallecido. Aquí, en cambio, todos sintieron que una
bomba contra cualquiera era una bomba contra ellos mismos. Por ello
portaban pancartas en las que simplemente habían escrito de manera
ostensible “NO”. Creo que la memoria de estos hechos permanecerá y que
ejercerá alguna influencia, en forma de solidaridad, sobre la vida
cotidiana. Pero uno nunca sabe lo que puede suceder. En mi anterior
visita a Barcelona me impresionaron mucho las sábanas blancas en los
balcones, las señales contra la guerra, esa tremenda expresión de
solidaridad en toda la ciudad. Mi mujer se preguntó primero si es que en
Barcelona todo el mundo hace la colada el mismo día, ya que al
principio no podíamos entender lo que sucedía. Supongo que se trata de
un modo específicamente español de reaccionar solidariamente. Pero en
general, lo que sucede son expresiones ocasionales de solidaridad. A
veces no por razones tan nobles como éstas a las que me he referido. Por
ejemplo, llevo 33 años viviendo en Leeds, una área muy aburrida, gris,
de clase media, en donde impera una indiferencia política absoluta.
Desde que vivo allí sólo en una ocasión hubo cierta excitación política
con manifestaciones, reuniones, distribución de panfletos y todo eso. El
asunto en cuestión era la construcción de un campo de gitanos a cuatro
millas de la ciudad. Eso también fue una expresión de solidaridad.
Entonces la solidaridad tiene tanto un sentido positivo como uno negativo.
Sí,
eso es lo que sucede con la tendencia de las comunidades a cerrarse. La
solidaridad se crea mediante una frontera: un interior donde estamos
nosotros y un exterior donde están ellos. En el interior el paraíso de
la seguridad y la felicidad, en el exterior el caos y la jungla. Eso es
la comunidad cerrada. La palabra no tendría sentido si no implicara la
oposición. Y por eso es muy bueno que no podamos construir la comunidad
cerrada. Pero también es bueno que tengamos esta idea, ya que podemos
discutir sobre el tamaño que debería tener la comunidad. ¿Debería ser
tan grande como la de Kant, la “unión universal de toda la humanidad”?
¿O sólo la comunidad española? ¿O la catalana? Pero ninguna comunidad
cerrada incluye a todo el mundo, ya que alcanza su totalidad en tanto
que se aísla del exterior, del resto. Es bueno tener la idea de una
comunidad que nos incluya a todos, e incluso diría que está en el orden
del día. Yo no lo veré porque soy viejo, pero su generación puede
acercarse a esa comunidad, ya que las alternativas son demasiado
horribles como para pensar que se van a imponer. Nos debemos acercar a
la comunidad de toda la humanidad o acabaremos matándonos los unos a los
otros.
Pero ¿no apunta el mundo actual hacia lo contrario, hacia el unilateralismo de los Estados Unidos?
Cuando
oigo esto siempre me viene a la mente un chiste irlandés: un coche se
detiene y el conductor le pregunta a uno que pasa por ahí: “¿Cuál es el
camino hacia Dublín?” Y el otro responde: “Si yo quisiera ir a Dublín no
saldría de aquí.” Hay mucha verdad en ese chiste. Estoy de acuerdo en
que éste es un mundo muy poco propicio para iniciar el camino, sería
mejor otro mundo, pero no hay otro que éste. No podemos renunciar a
llegar a Dublín sólo porque no estamos en el punto de partida idóneo.
Tenemos, es cierto, este imperio mundial de asalto de los EE.UU. que no
trabaja para conseguir una comunidad de toda la humanidad, sino que al
contrario alimenta el terrorismo y el antagonismo y hace las cosas aún
más difíciles. Yo no soy optimista pero tengo esperanza. Hay una
diferencia entre optimismo y esperanza. El optimista analiza la
situación, hace un diagnóstico y dice, hay un 25% de posibilidades etc.
Yo no digo eso, sino que tengo esperanza en la razón y la consciencia
humanas, en la decencia. La humanidad ha estado muchas veces en crisis. Y
siempre hemos resuelto los problemas. Estoy bastante seguro de que se
resolverá, antes o después. La única verdadera preocupación es cuántas
víctimas caerán antes. No hay razones sólidas para ser optimista. Pero
Dios nos libre de perder la esperanza.
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