"El gran desafío político del siglo XXI es inventar un ser con otros, una nueva idea en lo común, distinta de los procesos actuales de homogeneización que conllevan necesariamente a que los vínculos sociales estén absolutamente impregnados de lógicas segregativas".
Esto que -de vivir Pichon-Rivière- posiblemente plantearía hoy, es dicho por Jorge Alemán Psicoanalista y Consejero Cultural de la Embajada Argentina en España.
Lo jugoso del discurso de Aleman, que surge de la entrevista periodística, me parece oportuno para desde la Psicología Social analizar (críticamente) la "fragmentación vincular, cultural, social y política" que es a mi modo de ver uno de los emergentes epocales más significativos, cuya decodificación y re-elaboración parece fundamental para incidir en las necesarias transformaciones que necesitamos afianzar en esta búsqueda de un proyecto liberador que nos contenga a todos y que supere la fragmentación como instrumento de dominación privilegiado de un orden histórico-social, hoy en crisis, pero de ninguna manera desarticulado. Saludos: Hugo García.
Lunes, 1 de agosto de 2011
Jorge Alemán es psicoanalista, profesor honorario de la UBA y consejero cultural de la Embajada Argentina en España. Desde ese cruce del discurso intelectual y la práctica política, analiza –en una charla con el dibujante y humorista gráfico Miguel Rep– el momento español y el europeo, el fenómeno de los indignados y el cruce de esas realidades con el actual proceso político argentino: el kirchnerismo, el papel de los intelectuales, la “nueva derecha”, Macri y las elecciones porteñas.
Por Miguel Rep
–Hace unos días estuve por la Puerta del Sol, en Madrid, y si bien ese día no estaban los indignados a pleno, vi un cambio de paisaje frente al mismísimo otrora intocable ayuntamiento: cuatro o cinco desharrapadas carpas de aguante, como si el tercer mundo se hubiera colado por fin en el centro de la potencia hispanoparlante. Como observador sutil de 35 años de España, ¿qué otros elementos observa de esta nueva realidad?
–Sin duda, el 15 M puede tener un efecto de déjà vu para los argentinos: la crítica a la representación de los partidos, el rechazo a sus fórmulas tradicionales, las prácticas asamblearias, los intentos de autoorganización a través de las redes, la presencia en la calle como elemento determinante de la práctica política, la coexistencia de demandas heterogéneas imposibles de unificar y la objeción a los mercados, al FMI y a la banca en especial. Pero hay una cuestión importante que no se puede obviar. Sucede en Europa, continente atravesado por un interrogante crucial, a saber: ¿Europa es susceptible de una invención política o es solo un patrimonio cultural cuyo archivo ya está clausurado a toda experiencia política nueva? Esta pregunta se vuelve más compleja si se acepta que vivimos en una época en donde, a priori, no es posible establecer un sujeto histórico que pueda protagonizar un proyecto emancipatorio. También se añade a esto que la UE como construcción política se ha revelado de una fragilidad extrema, muy distante de las representaciones que Europa tenía de sí misma. Ahora bien, o el 15 M es un mero acontecimiento disruptivo, una protesta de indignados que en su reiteración puede terminar solo en un puro valor testimonial, confinando peligrosamente como un parque temático donde los indignados se exhiben, o bien logra establecer una cadena de equivalencias entre las distintas demandas sociales, para luego incidir en la realidad política de los partidos de la izquierda y en el Estado mismo. Todo depende de que finalmente se atraviese el límite del paradigma consensualista que rige la vida europea y que los antagonismos puedan tener el lugar que les corresponde, como la materia prima privilegiada de la construcción política. El problema es que el mero rechazo de la política siempre tiene un deslizamiento reaccionario, está por verse cuál es la construcción política –y no me refiero a la forma partido– que el 15 M puede hacer emerger. En el caso argentino, como es sabido, después del 2001 emergió la experiencia kirchnerista, que, si bien tiene antecedentes históricos en el movimiento nacional y popular, a su vez introduce una x: los derechos humanos, los movimientos sociales y las nuevas prácticas políticas que la constituyen en una experiencia inédita en la Argentina.
–Esta última afirmación ya nos pone de entrada conflictiva para un intelectual: adherir a la vertiente del oficialismo.
–Evidentemente. He descubierto en estos últimos años que para los intelectuales es muy difícil ser oficialista. A veces, pienso que las dos figuras más apreciadas por el intelectual son aquellas que Hegel nombró el “alma bella” y “la ley del corazón”. El “alma bella” se satisface denunciando el orden del mundo sin reconocer de qué forma está implicado en él. En la “ley del corazón”, el intelectual rebelde ve al mundo prosaico, mal hecho, y solo lo reconoce en su verdad singular sin mediaciones, verdad que desearía imponer al resto del mundo para corregirlo. A su vez, siempre supe que el intelectual, por su propia constitución como tal, debe mantener una cláusula de reserva hacia lo oficial. Gracias a eso, como se suele decir desde siempre, mantiene despierto el espíritu de la crítica. Pero hay ocasiones en la historia absolutamente singulares y contingentes, donde la verdadera fuerza de la crítica solo se da apoyando lo que se considera justo, aunque esto no posea el encanto del marco reflexivo que da la teoría. Cuando uno considera que el oficialismo es justo, cuando éste está fuera de todo oportunismo o saldo cínico, es un ejercicio crítico con uno mismo de gran calado. Todo el tiempo se toman decisiones y se asumen responsabilidades que exceden el marco de la reflexión y que, sin embargo, mantienen su condición de apuesta, porque se trata de un oficialismo que se constituyó a través de un legado de luchas y de militancia. Ese legado es el que sirve de brújula cuando se atraviesan las “zonas oscuras” y turbulentas que todo ejercicio de gobierno siempre conlleva.
–¿A qué se refiere con que el kirchnerismo introduce una x en el movimiento nacional y popular?
–A que todo proceso de transformación debe introducir un elemento suplementario, una x a descifrar. Cuando el peronismo intenta ser idéntico a sí mismo, sólido y homogéneo con su identidad, y se presenta como una esencia inmutable que ningún epocal altera, para mí ya no se trata de peronismo. Considero al peronismo, en su fase transformadora, como anti-esencialista, como capaz de hacer la doble operación que constituye a una experiencia política en su dignidad; por un lado, interpretar un legado histórico y, a la vez, ser capaz de introducir lo nuevo. El kirchnerismo no sería verdaderamente peronista si no desplegase un suplemento que lo excede y que desborda los límites del peronismo histórico. A saber: la participación de los organismos de los derechos humanos en la construcción nacional de la política, la resignificación de la experiencia política de los ‘70, la construcción de un tejido intelectual que, como Carta Abierta, reúne ensayistas de distintas sensibilidades en un propósito incondicional de sostener el proyecto, la irrupción de movimientos juveniles como La Cámpora, el Movimiento Evita o la Juventud Sindical, la gestación en el campo audiovisual de distintas herramientas políticas donde 6, 7, 8 puede valer como paradigma, la vocación de la Secretaría de Cultura por insertarse en los debates contemporáneos, la Biblioteca Nacional como un ágora pública en la ciudad expuesta a un nuevo régimen de circulación de la palabra, etc. Todos estos elementos apuntan a la constitución de una nueva causa de la experiencia política que, si bien no responde a la lógica de un fundamento inmutable, un deber ser consistente y fundado, sin embargo, le otorga a la experiencia kirchnerista un enclave ético, un punto de anclaje histórico que lo mantiene en relación con una deuda simbólica con nuestra propia historia que está siempre por saldar. No es, como en otros tiempos, una causa estable, fija, atada definitivamente a unos principios, pero así y todo funciona como una brújula ética que se diferencia de las estrategias de la oposición. La oposición no tiene causa, se maneja en la más estricta razón utilitaria, como si solo bastara acceder al gobierno como un fin en sí mismo, sin hacerse cargo de ninguno de los desgarramientos cruciales de este país. Se mueve en el terreno de la ausencia radical de herencias y legados históricos.
–Nombró a Carta Abierta y presentó una objeción radical a la oposición, dos cuestiones que fueron muy discutidas en los últimos tiempos. ¿Cuál es su posición al respecto?
–Carta Abierta es un conjunto abierto, imposible de homogeneizar, donde comparecen ensayistas, escritores y artistas de distintas tradiciones intelectuales, críticas, y que, sin embargo, han logrado constituir un estilo de trabajo y un tejido intelectual inédito en el campo de las experiencias populares. Carta Abierta ha acompañado a la experiencia política del kirchnerismo en sus momentos más decisivos. Al funcionar con la metodología estricta de una asamblea abierta, donde se toma la palabra espontáneamente, a veces la oportunidad política no siempre la acompaña en el sentido más favorable. No obstante, se ha constituido incondicionalmente como un conjunto de intelectuales que ha aceptado como una auténtica interpelación la experiencia que vive nuestro país desde el gobierno de Néstor Kirchner. Esa interpelación recíproca ha cambiado incluso el modo de ser de distintas prácticas intelectuales y ha convertido a las escrituras emergentes de una biblioteca en una letra viva y polémica. Se podrán ahora señalar algunos desaciertos relativos a la campaña, pero la historia continuará y allí ya están para siempre las distintas cartas escritas, en cada una de las coyunturas, en un estilo irreductible al ámbito tradicional de las declaraciones políticas. Añadiría además que el kirchnerismo implica una suerte de revolución cultural en nuestro país, cuya organización política aún está en transcurso, se mantiene en su devenir. No se trata ni de la forma clásica del partido político ni tampoco se puede hablar de aquel famoso tercer movimiento histórico, porque en esa fórmula aún subsiste un sentido histórico donde siempre se pretende saber a priori hacia dónde se va, y es bastante fácil reconocer que actualmente los procesos históricos se han contaminado de una contingencia radical. Por ello, urge más que nunca saber elaborar respuestas improvisadas que, sin embargo, mantengan una relación tensa con la causa de la que antes hablábamos. ¿Cómo anudar, sin que esto se disperse o sea devorado por el goce de las internas, partidos políticos, movimientos sociales, redes sociales, agrupaciones juveniles, Estado y nuevas prácticas militantes a partir de una conducción política? De entrada, sería una ingenuidad mayor esperar que esto funcione como un todo homogéneo y coherente. En este aspecto, habrá que admitir que durante todo el tiempo existirán tensiones dominantes y conflictividades internas que, sin embargo, no deben obturar –y esto es lo importante a considerar– los verdaderos objetivos comunes y el enorme poder del adversario. Un adversario que, más allá de estar representado por tal o cual político, representa a estructuras dominantes consolidadas históricamente, que se caracterizan por su gran capacidad de mímesis y recomposición. Todo esto es lo que está en juego en octubre. Para nosotros siempre se trata de algo más que ganar unas elecciones, se trata de mantener la memoria de una causa siempre pendiente en el tiempo del nihilismo acontecido del capitalismo.
–En este sentido, ¿qué le parece lo escrito por Fito Páez en Página/12 y la polémica suscitada?
–En relación con la carta de Páez, aunque hayan sido desafortunadas, puedo entender hasta cierto punto el uso de algunas expresiones excesivas. Hay que reconocer que es raro que un artista famoso como Fito Páez no haya contemplado las leyes del mercado, al proferir su polémica expresión. Es cierto que, como ya se ha indicado, la palabra asco es un rechazo radical al Otro, incompatible con la vida democrática. Especialmente si se atiende al argumento de que hay un mandato que rige para todos y que es el principio democrático. Pero también es verdad que la democracia ha sido muchas veces secuestrada por la lógica de las corporaciones que muchos de los políticos de la oposición aún representan. Aunque la palabra está mal empleada, puedo entender el efecto “Casa tomada” (Julio Cortázar) que el mismo Fito pudo captar en el clima político de la ciudad cuando la misma está asediada por un cinismo apolítico que se disfraza en una perfomance televisiva y que es bastante dudoso con respecto a sus prácticas democráticas. En mi opinión, no se trataba de asco por las personas, sino de repugnancia por los procedimientos empleados por el PRO. En cambio, cuando la Presidenta, en el acto de presentación de ese gran retrato de Eva, invitó a la unidad, esa unidad está concebida desde una interpretación histórica que se hace cargo de un legado ético insoslayable: ser fiel, en la medida de las posibilidades históricas, al saber en reserva que aún late en las luchas populares de nuestra historia.
–Ya que nombra al PRO, ¿qué le parece el surgimiento de esta “nueva derecha”? ¿Es realmente nueva?
–Occidente, ahora más que nunca, se atiborra de actores, ídolos mediáticos, supuestos gestores que constituyen las nuevas máscaras de la derecha que ahora ya se desliza definitivamente en el horizonte nihilista del mercado. Por ejemplo, Macri, Berlusconi, Midachi, Tea Party, etc. Entiendo que esto suscite más allá de cualquier contrato electoral una suerte de rechazo ético. Pues se trata de una política entendida de un modo tal que insulta a la experiencia que cada sujeto debe hacer de su propia historia. Es la derecha de siempre incorporando las nuevas técnicas del mercado a sus procedimientos electorales.
–Dos últimas cosas: ¿cómo influye en estas apreciaciones su experiencia como consejero cultural de la Embajada Argentina? Y, para salir del déjà vu ombliguista de las comparaciones Europa-Argentina, un dato en el que estamos muy ajenos es la ultraderecha: ¿es un fantasma que recorre ese continente?
–Sin duda, de una manera decisiva, porque pude captar en toda su realidad que una embajada es finalmente un instrumento político. En este sentido, el embajador argentino en España, Carlos Bettini, ha sabido poner en juego como nadie esta dimensión. Al margen de mi responsabilidad puntual, llevo 35 años viviendo en España y nunca había podido apreciar a un embajador interpretando y resolviendo las distintas problemáticas de la relación bilateral. Para mí, que vivía en España en relación con el mundo de la teoría y la cultura, constituye un aprendizaje de primer orden esta experiencia, me permitió leer de otra manera distintas realidades en su complejidad más singular. Por otro lado, en relación con el fantasma de la ultraderecha, siempre me impresionó la premonición de Jacques Lacan en 1964, cuando aseguró que el porvenir del Mercado Común Europeo (y esto no lo preveía nadie en esa época, si se quiere, optimista) nos iba a dar a conocer cotas desconocidas en cuanto al ascenso del racismo. Se trata de su célebre tesis sobre “el odio al goce del Otro”, actualmente ya muy reconocida y muy comentada y que básicamente intenta dar cuenta del odio racial, no solo como odio por la diferencia, tal como se suele mencionar habitualmente, sino como un desconocimiento radical en el sujeto sobre sí mismo, sobre sus goces más secretos. que lo lleva a traducir el goce del otro, su modo singular de satisfacción, como un goce subdesarrollado. Se trata de un racismo cuasi invisible, que no necesita ser proclamado, que siempre aprecia en el otro un exceso, una intrusión, un robo del propio goce; los extranjeros con sus fiestas, con su relación con el trabajo, con el dinero o con lo que sea, invaden lo más íntimo del sujeto racista, un sujeto que la mayoría de las veces desconoce los resortes últimos de su rechazo. De allí la actual metamorfosis política de Europa, siempre tan preocupada por lo que puede llegar de modo inesperado a perturbar su identidad, siempre tan asediada por el espectro amenazante de un goce supuestamente no domesticado. Por ello, actualmente se verifica cómo la derecha, no solo la ultraderecha, juega electoralmente con el “problema” de los “ilegales”, incluso logrando que muchos barrios que tradicionalmente por ser de trabajadores votaban a la izquierda, ahora se sumen a la escalada racista. Los guiños xenófobos que los políticos deslizan en su enunciación dan testimonio de este vergonzoso asunto, unos apelando a la crisis, otros a la seguridad, otros a la racionalidad de la gestión y todos encubriendo que esos extranjeros han sido llamados para trabajos donde se los expolia impunemente. El gran desafío político del siglo XXI es inventar un “ser con los otros”, una nueva idea de lo común, distinta de los procesos actuales de homogeneización que conllevan necesariamente a que los vínculos sociales estén absolutamente impregnados de lógicas segregativas.
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